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CON RESPECTO A LOS PUEBLOS ÉTNIcos de Colombia, noviembre de 2010 se cerró con noticias significativas.
La primera, que la Unesco declaró como patrimonios inmateriales de la humanidad al palabrero wayuu y a la marimba de chonta con sus cantos del litoral Pacífico colombiano. Se abre así la oportunidad de que el Estado colombiano construya y difunda una pedagogía para la paz a partir de los mecanismos ancestrales de arbitraje y diálogo para la resolución no violenta del conflicto que los wayuu han instituido. En referencia a la marimba, preocupa su posible canibalización por parte de las industrias culturales, conforme ha sucedido luego de otras declaratorias de la Unesco. El poeta Alfredo Vanín, uno de los gestores de la iniciativa que les dio esta visibilidad mundial a esas músicas, confía en el blindaje contra la depredación cultural que ofrecerán las escuelas locales que diversas comunidades de la región comienzan a abrir al amparo de la declaratoria. Sin embargo, desde el Estado también sería deseable el diseño y aplicación de un programa que salvaguarde el instrumento y los compositores e intérpretes de su música. Un programa de esa índole se conjugaría con el de restitución de los territorios ancestrales de las comunidades negras, de modo tal que la salvaguardia espacial correspondiera con su equivalente cultural y contrarrestara la asimetría vivida durante de los últimos ocho años: promoción de capitales simbólicos de los pueblos étnicos sin defensa territorial.
La segunda noticia no inspira siquiera un optimismo moderado: la Agencia Nacional de Hidrocarburos ha comenzado exploraciones petroleras en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el cual es parte integral de la Reserva de Biósfera Seaflower, también declarada por la Unesco en 2000. Las voces de protesta no se han hecho esperar y han convocado por Facebook la firma de una carta dirigida al presidente Juan Manuel Santos. Alertan por los futuros daños ambientales, pero también por los efectos negativos sobre la población raizal, dentro de la cadena de ignominias que los continentales le han infligido a ese pueblo. El número de firmas ya sobrepasó el millar, pero urgen más adhesiones y mensajes que iluminen no sólo la gravedad del porvenir, sino las alternativas posibles. Entre ellos sobresalen los que llaman la atención acerca de las fuentes de energía renovables y urgen al Gobierno para que las incluya dentro de sus programas bandera de investigación científica y tecnológica. No cabe duda de que uno desearía que estas formas de solidaridad también surgieran ante el boom minero que amenaza la territorialidad ancestral de los pueblos indígenas y afrocolombianos, así como los páramos y el sistema nacional de parques naturales.
Dejo de lado estas noticias relacionadas con la Unesco, para llamar la atención sobre la pista de patinaje instalada en la Plaza de Bolívar, con sus respectivas vallas publicitarias de las multinacionales de los alimentos llenas de colores rechinantes. El asiento de los cuatro poderes de la democracia y del gobierno distrital no debería haber sido profanado mediante su conversión en mercancía con su estética de la vulgaridad.
*Director Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.
