Es tan cursi lo de inmarcesible, como lo de los cabellos colgados de un ciprés. Sin embargo, el himno nacional conmueve. "De Boyacá en los campos" me recuerda el relato que en sexto bachillerato nos hacía Alfonso Casas sobre la batalla del Pantano de Vargas. Para entonces, una caballería de llaneros semidesnudos que trinchaba masas de chapetones tenía todo de heroico y nada de cruel. Con esas crónicas aprendimos a ser colombianos. Hoy me pregunto si Wisman Peña habrá llegado a sentir la piel erizada cantando "oh júbilo inmortal". Dudo que esa y otras estrofas lo hagan sentir parte de mi comunidad. La narración que aglutina a su grupo social se cimienta en el terror de que la policía irrumpa en la parte alta del barrio Compostela III en Usme y le queme la casa de palos y latas que trata de mejorar desde hace nueve años. Tiene pesadillas sobre ese horror desde que vio cómo en su natal Tumaco, en efecto, quemaban una casa sin dejar salir a la familia que la ocupaba y sin que los responsables fueran castigados.
Allá, por lo menos, no les gritaban negros hijueputas, forasteros invasores. En Compostela si, y además ha habido sayayines que llegan desde la parte de abajo, mestiza y blanca, descargando sus ametralladoras al aire. Hacen parte de los microtraficantes loteadores que surgen con fuerza. A la familia embera desplazada desde el Chocó, y hoy integrada a la comunidad de Wisman, el lote sobre el cual levantó su vivienda le costó dos millones, pagaderos en cuotas de 20000 pesos, más apoyo a la distribución y consumo de bazuco. Pero el embera se reveló, como lo han hecho los otros cincuenta jefes de hogar del barrio, desplazados ya sea por el conflicto en los ríos del Chocó o los del Pacífico sur.
Semejante disidencia es costosa: implica enfrentar amenazas diarias, incluidas las de cómplices incrustados en la policía y la Sijín. Así, han acordado que cada noche, cada núcleo familiar haga turnos de vigilancia. Siempre deben estar alerta. Emulan la resistencia que ejercieron los palenqueros. Añoran ser reconocidos como guardia cimarrona y sujetos de protección colectiva.
Si patean la puerta de su casa, Pipe, compañero de Wisman, podría “correr, pero me acusarían de huir o defenderme, pero ahí sí les daría la excusa a los policías para que me reventaran a golpes. Entonces yo quiero saber cuáles son mis derechos. Sólo quiero saber eso”. Otro compañero hizo de tripas corazón, mientras los invasores revolvían enseres en busca de armas, dinero y celulares, espetándole los peores insultos. Se afanó por el trauma causado a su hijita, y pidió ayuda en un hospital que lo rechazó por negro y desplazado.
También han apelado a los medios, sin éxito. Tratan de contrarrestar noticias como las mal documentadas que difunden los periódicos Alerta y Extra. Aseguran que los de la parte alta de Compostela formaron la banda de Los Niches, a la cual le atribuyen los asesinatos de John y Juan Carlos, a quienes no presentan como microtraficantes loteadores. Radio Uno de RCN les hace eco a esos dos periódicos, martillando el estereotipo que une a “hombres de tez morena” y criminalidad.
En ese contexto, ya es pública una narración moral: confiar en guerrilleros o paramilitares, por ser ratas públicas que pueden herir o matar si la persona da papaya. Pero en los policías, la gente busca protección y halla represión. De ahí que sean ratas ocultas.
Los líderes de esta comunidad han hecho comunicados pidiendo que se cumplan los artículos primero y trigésimo tercero de la constitución nacional sobre derechos a la igualdad y contención de la discriminación racial. Uno desearía que, hacia el futuro, al menos los niños y niñas de esta comunidad pudieran apelar a narrativas comunes que no estuvieran guiadas por el terror y el racismo.
* Profesor de antropología Universidad Externad o de Colombia
** Este artículo de opinión se basa en el informe titulado ¿Qué pesadilla estamos viviendo? Lo elaboró el Colectivo de Estudios Afro al cual pertenecen estudiantes de las universidades del Rosario y Externado, quienes han visitado el barrio Compostela III, dirigidos por el profesor Andrés Meza y el líder afro Rudecindo Castro. Me valgo de nombres ficticios para salvaguardar a quienes aceptaron ser entrevistados por el colectivo.