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Resucitar muertos y llenar vacíos en la memoria africana

Jaime Arocha

25 de junio de 2012 - 06:00 p. m.

Para el vuelo a Toronto, me llevé la excepcional antología que Inmaculada Díaz Nabona recopiló con nueve historias cortas de escritoras africanas.

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El libro se me acabó de ida, pero lo releí al regresar del Taller de Verano 2012 “Los Africanos y sus Conexiones en las Américas”. En su cuento “La ira de los muertos”, la escritora marfileña Verónique Tadjo escribió dos frases que se me aferraron: “Los vivos pueden resucitar a los muertos […] Sin ellos, nosotros caemos en el vacío”.

Al llegar a la Universidad de York tomé conciencia de que Paul Lovejoy había resucitado a Harriet Tubman (1822-1913) al bautizar con su nombre al Instituto para las Migraciones Globales de África. De niña azotada y golpeada por quienes la esclavizaban, Harriet pasó a ser “conductora” del “Tren Subterráneo”, esa red de cómplices y rutas clandestinas que —apelando a la terminología ferroviaria— en el sur de los Estados Unidos liberaba a víctimas de la esclavización y de la ley de fugitivos de 1850. Harriet guió a más de 70 familias hacia los estados del norte y Canadá. En la guerra civil norteamericana, espió a los confederados y combatió a favor de la Unión. Luego militó por el voto femenino y fundó instituciones para los libertos a quienes no admitían hospitales ni ancianatos que se decían para todo el mundo.

Dentro de este afrocentrismo, es lógico que los investigadores del instituto que promovía nuestro taller hagan tanto énfasis en el estudio de trayectorias de vida y autobiografías de quienes lograron dejar de ser víctimas de la esclavización y como personas libres viajaron por varios continentes e hicieron contribuciones significativas a la historiografía, la etnografía, el abolicionismo y las ciencias naturales. En la lista sobresalían Abram Gannibal (1696-1781), el bisabuelo de Alexander Pushkin; Olaudah Equiano (1745-1797), y Mahommah Gardo Baquaqua (1830-1875¿?), pero hoy ya involucra cientos de autobiografías, más que todo de víctimas de la trata transahariana que floreció a lo largo del siglo XIX, y cuyo estudio ya es objeto de la Red de Investigación de la Trata de Esclavizados y Esclavización en el Mediterráneo, el Medio Oriente y el Océano Índico.

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Examinar esta nueva tendencia, y novelistas y poetas como la mencionada Verónique Tadjo, figuraba en la propuesta que el pasado 18 de diciembre discutimos con el sociólogo Santiago Arboleda y varios profesores de la Universidad del Pacífico, dentro del propósito de convertir a ese centro académico en el eje de un gran programa de ciencia y tecnología. Hoy, esa aspiración enfrenta la campaña de difamación montada en contra del profesor Arboleda. La rechazo a partir de la constatación que por años he hecho de la honestidad de Santiago, de su compromiso con esa universidad y con los pueblos del Afropacífico, cuya desarticulación es el propósito del conflicto armado y el desplazamiento forzado.

He sido testigo de cómo sigue fortaleciéndose la campaña mundial a favor de la inocencia de Félix Banguero, líder emblemático del Proceso de Comunidades Negras, arrestado injustamente ya hace dos semanas en el norte del Cauca. Urge un movimiento comparable a favor de Santiago Arboleda y su ilusión de que la Universidad del Pacífico sobresalga y resucite a los muertos, para llenar vacíos en las memorias de África.

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