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Riqueza con hambre

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Jaime Arocha
20 de octubre de 2009 - 03:41 a. m.
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OCTUBRE 15, 11:00 A.M. UNA DOCENA de delfines rodeó la panga y la siguió hasta la entrada de la Ensenada de Utría y de su parque natural, que —como sucede con Bahía Málaga, Nuquí, Tribugá y Bahía Solano— entre julio y octubre, también alberga a decenas de ballenas jorobadas en trance de parir sus crías o de aparearse con los compañeros que las han acompañado desde la Antártida.

Frente al salto de El Tigre ya nos habíamos encontrado un par de ballenatos que medían 8 metros cada uno. Nadaban junto a una hembra adulta. Unos pescadores nos explicaron que como paren un solo bebé, quizás habíamos visto una especie de nodriza, ocupándose de su recién nacido y del de otra madre, mientras aquella se alimentaba en aguas profundas. Quisimos corroborar la historia que habíamos oído, pero las mujeres de El Valle a quienes aproximamos adujeron que por falta de plata tan sólo habían visto a las ballenas desde la orilla del mar.

Es posible que el movimiento verde del mundo arrecie sus protestas contra los planes de construir los puertos de aguas profundas de Bahía Málaga y Tribugá. No obstante el que una y otra obra pongan en peligro la supervivencia de los cetáceos migratorios, hay un cabildeo intenso para que se hagan a cualquier costo. Desde la ensenada de Utría, vimos a Tribugá y comprendimos que no hay que ser un activista de Greenpeace para predecir la futura sedimentación, contaminación y desaparición de la ensenada, como parte de aquel circuito de hecatombes ambientales y humanas por venir, dependientes de programas de desarrollo que incluyen las carreteras que atravesarán las selvas tropicales húmedas localizadas entre Las Ánimas y Nuquí y el Tapón del Darién.

¿Cómo será la respuesta de las poblaciones locales frente a las posibles manifestaciones mundiales contra los grandes megaproyectos que el Gobierno justifica mediante su ilusión de empleo? De un lado podrán estar pescadores y motoristas, cuyos ingresos han dependido de los turistas que llegan por la crianza y apareamiento, mas no de quienes ven a las ballenas y su medio como realidades intangibles, en comparación con ingresos tan concretos como los de Familias en Acción. Este mecanismo de mendicidad institucionalizada forma parte del mismo modelo de progreso de carreteras y puertos, y significa uno de los golpes más certeros contra la agricultura tradicional para alimentarse. Otro son los dragueros de oro brasileños y antioqueños. Ofrecen ingresos fáciles por los porcentajes que los hombres de las comunidades les cobran por dejarlos explotar sus tierras. Nunca antes había habido tanta riqueza en esa región que va desde el San Juan hasta el alto Baudó, pero por ilegales, las dragas están detenidas frente al malecón de Quibdó. Hoy quienes se beneficiaban de ellas se lamentan de que el reclamo de las organizaciones comunitarias a favor del medio y de los territorios colectivos amparados por la Ley 70 de 1993 les haya cortado ese chorrito que les había permitido pasarse al Chivas y a las mamitas blancas llegadas desde el Eje Cafetero. Hasta la comida había dejado de ser problema, porque de Pereira también mandaban camiones con “revuelto”. Ahora se aparecen menos porque los dragueros dejaron de trabajar o la vacuna está muy alta. Si toda esa zona pasó de ser pobre, pero con alimentos, a ser rica, pero sin comida, ¿cómo será el desenlace final del modelo de desarrollo causante de semejante transformación?

* Grupo de Estudios Afrocolombianos Universidad Nacional de Colombia

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