Despido el 2022 estremecido por los relatos y fotografías que Jesús Abad Colorado publicó en “Tierra callada”, el primero de los cuatro tomos de “El Testigo”. Las páginas sobre los zenúes aterran. A los victimarios no les bastó con asesinar al líder Andrés Suárez, sino que además profanaron su memoria con la sonora carcajada que soltaron frente a Ana, su mujer. ¿Cuál puede ser la pedagogía necesaria para lograr una cotidianidad en “modo paz”, despojada de esa doble aberración? Son indispensables las lecciones contra aquella inferiorización socio-racial que subyace esa especie de derecho a deshonrar que se abrogaron esos asesinos mediante la burla. También habría que pensar en aquellas enseñanzas que dieran al traste con el cemento que aúna respeto y terror con lealtad hacia aristócratas como los que aparecen en ese volumen. Arman y financian al paramilitar para que destierre y desposesione. Luego, apoyándose en su paso por las universidades privadas más prestigiosas, iniciarán las acciones legales que enmascaren como desarrollo y progreso los daños ambientales que completan la ignominia: desecar ciénagas, cercar playones y llenarlos de reses cebú. En otras palabras, no les basta la infamia contra los indígenas, sino que la amplían con la creación de hábitats muertos.
En el valle del río Sinú, este proceso lleva al menos medio siglo de reiteraciones impunes. Entonces, uno comprende que -en palabras de Abad- la mitad del pueblo Zenú ya ha sido expulsada “de la tierra fértil donde se erigió su cultura, una de las más grandes de América”. A esta verdad la refuerza la fotografía de 17 miembros de una familia, tomada luego del crimen de Héctor Malo Vergara, cacique de San Andrés de Sotavento. Siete de esas personas miran al suelo; el resto dirige los ojos al frente con expresiones adustas, dignas. Las escena es de una solemnidad cuya contundencia tan solo parece posible por la obturación de una máquina de retratar, tras cuyo lente ha habido un ojo lleno de empatía con quienes han sido vejados. Un logro casi imposible mediante celulares para selfis triviales.
La escena me recordó “La ciénaga cercada”, el cuento de Manuel Zapata Olivella sobre las gentes de esa misma región. Su protagonista es el viejo Layo, quien se rebeló contra el cobro que los terratenientes les comenzaron a exigir a los pescadores si es que querían hacer lo de siempre: buscar sustento en las aguas que eran de todos. Incapaz de tolerar ese ejercicio de libertad, le disparó un policía defensor de los usurpadores millonarios, pero jamás de los desheredados. “Esa noche, acompañada por el silencio de casi todo el pueblo, la mujer no quería perturbar con su llanto la serenidad del viejo Layo. A la luz del mechón se veía su cuerpo semidesnudo como había pasado toda su vida, los ojos cerrados, los labios cosidos por la muerte, más desafiante que nunca”.
Entiende uno así por qué todos los guerreros les prohíban a sus víctimas llevar a cabo los ritos para despedir a sus muertos. Velorios, novenas, rezos y alabaos son maneras tercas de ejercer el cimarronaje. Esa obstinación ejemplar inspira el inicio del 2023 con el mismo compromiso del anterior: contribuir con didácticas que nos lleven a superar el modo guerra. Deseo que el modo contrario habite a los lectores de esta columna.
Nota: el 30 de diciembre, ilusionados, turisteamos por el oriente antioqueño. De ser refugio silencioso, hallamos que San Antonio de Pereira se volvió albergue de rumbeaderos estruendosos. A la bella arquitectura tradicional la aplastan ostentosas moles de concreto, como también sucede en La Ceja. Con todo, allá lo que más nos impactó fue el simulador de experiencias 4D instalado en plena plaza principal. Representaba un tanque de guerra sobre el cual un niño ataviado con el respectivo visor de realidad virtual movía las palancas para aniquilar enemigos imaginados, disparando cañones mortíferos. La cotidianidad añorada aquí, ¿llegará a contar con aliados tecnológicos comparables?
* Miembro fundador, Grupo de estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.
