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Seguridad, poder y raza

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Jaime Arocha
02 de noviembre de 2010 - 03:00 a. m.
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ME PRECIPITÉ A DOS LIBRERÍAS tan pronto como Arcadia se refirió a La flor púrpura, libro de la joven novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.

Estaba fascinado con esa autora por la conferencia que aparecía en la página de TED El Peligro de una Sola Historia, también divulgada por la misma revista. Sin embargo, me explicaron que como no se vendía, habían devuelto ese libro y Algo alrededor de tu cuello, compilación de cuentos de la misma escritora que yo había devorado en el avión al regresar de un congreso sobre los escritores de Guinea Ecuatorial. Lamenté que, quizá por desconocimiento, los lectores colombianos no experimentaran relatos basados en la técnica narrativa de los griots, genealogistas, historiadores orales y consejeros políticos a quienes el filósofo Hampaté Bâ llamó "bibliotecas vivientes" de África. Dedicaré esta y otras columnas a esos novelistas extraños para nuestro medio, pero quienes tienen infinidad de lecciones que ofrecernos, a partir de una traumática experiencia colonial que comenzó ochenta años después del inicio de las independencias americanas. Esas lecciones nos revelan qué hay de común entre el trayecto de las naciones de ellos y el de las nuestras.

Buena parte de esos libros se refiere a los misioneros, hayan sido católicos, españoles y franquistas, como en Las tinieblas de tu memoria negra del novelista Donato Ndongo, de Guinea Ecuatorial, o ingleses, como en Todo se desmorona, del nigeriano Chinua Achebe. A todos los une el celo por difundir la pedagogía que cimentó los regímenes coloniales y dio origen a la modernidad: la raza, o la sangre, o los genes determinan la inferioridad mental de los negros. No obstante, según el mismo discurso, la redención es posible por la palabra de Cristo. De ahí las conductas que Chimamanda Adichie detalla en uno de sus cuentos: Nwamgba, una madre Igbo del sur de Nigeria, lleva a su hijo Anikwenwa a la misión católica para que aprenda inglés y mediante ese conocimiento la defienda ante las nuevas cortes británicas por las amenazas de ser desposeída de sus tierras. Sin embargo, ella morirá con el sufrimiento de haberlo visto a él rebautizado como Michael, y transmutado en un amargado por un pasado digno para ella, pero pecaminoso y asqueroso para los predicadores.

En Segu, novela sobre una ciudad-Estado del Níger de los siglos XVIII y XIX, Maryse Conde muestra cómo esos proselitistas de la superioridad racial blanca entraron a quitarles terreno a los musulmanes, quienes los habían antecedido en esa región por cinco siglos. Debido a ese pasado, en Nigeria, durante el siglo XX, los Hausa se trenzaron en una defensa violenta de su fe contra los Igbo, con saldos en muerte negativos para ambas partes a los cuales Adichie también se refiere, reflexionando que "el gobernante está seguro si los gobernados hambrientos se matan entre sí (en defensa de sus lealtades étnicas y religiosas)".

Mediante las palabras anteriores también aprovecho para responder las muy amables del profesor Mauricio García Villegas por la crítica que le hice a su afirmación de que "(...) los mestizos (...) vivieron para reproducir la mentalidad de la sangre más poderosa que corría por sus venas". De lo dicho aquí se deduce que mi desacuerdo con esta frase no es asunto ni de metáforas, ni urbanidad política, sino de las bases del poder y violencia.

* Director, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional de Colombia

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