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ENTRE EL 28 DE FEBRERO Y EL 3 DE marzo, los ministerios de Cultura y de Relaciones Exteriores fueron anfitriones de 20 analistas de la Diáspora Africana.
Conforman el recién elegido Comité Científico Internacional de La Ruta del Esclavo, proyecto que la Unesco lanzó en 1994 para crear conciencia mundial acerca de los efectos del más prolongado crimen contra la humanidad, la trata transatlántica. Con los años, ha ido ampliando sus enfoques al Mediterráneo, océano Índico y esclavitud contemporánea.
El equipo de élite académica reunido en Bogotá y Cartagena es africano-céntrico, como fue posible deducir por la queja que apoyó el historiador Michael Gómez, de la Universidad de Nueva York, por el nombre del proyecto Unesco que nos convocaba. Opinó que debería reemplazarse por uno que hiciera énfasis en los siglos de resistencia contra la pérdida de la libertad, los cuales incluyen movimientos cimarrones angoleños de comienzos del siglo XVII. The New York Times habla de la trayectoria de Gómez por su papel en convertir en monumento nacional el cementerio africano descubierto cuando se hacían los cimientos de un edificio cerca de Wall Street. Sostiene que uno de sus ataúdes ostenta el símbolo del pájaro Sankofa, propio de la gente akán de Ghana y Costa de Marfil, contradiciendo a quienes insisten en que es una representación cristiana.
Por su parte, el profesor Hillary Beckles habló de su compromiso para que el edificio administrativo de la Universidad de West Indies, en Barbados, tuviera la forma del trono dorado, eje de la mitología de los ashanties de Ghana, antepasados de buena parte de los actuales barbadenses. Del mismo modo, contribuyó para que la capilla de la misma universidad fuera como un barco de esclavos y le recordara su historia a la comunidad académica.
Otro de los participantes fue el historiador Paul Lovejoy, director del Instituto Harriet Tubman, de la Universidad de York en Canadá. Nos contagió la pasión por sus investigaciones sobre los hausa e igbo de Nigeria, sin descuidar otros pueblos, como lo apreciamos cuando se refirió a las homogeneidades de los bantú, quienes representan más de la mitad de los casi 13 millones de africanos traídos a las Américas. No sólo los distintos idiomas de esa familia han sido inteligibles entre sí, sino que muchos de sus hablantes han compartido el catolicismo que introdujeron los portugueses a Congo y Angola durante la segunda mitad del siglo XV. Así, subrayó el absurdo de contrastar catolicismo e islam con respecto a las religiones “tradicionales” de África central y occidental, cuando la primera lleva ¡seis siglos de practicarse y la segunda nueve!
Al oír a Lovejoy dudábamos de la tesis referente a que la diversidad lingüística y étnica de cautivos y cautivas habría hecho muy difícil la comunicación y, por lo tanto, la persistencia en las Américas de complejos culturales africano-occidentales, como el de la marimba de chonta y las técnicas de afinamiento extendidas por el Pacífico sur hasta Esmeraldas. Todos los asistentes al evento sabían de su declaratoria como patrimonio inmaterial de la humanidad, pero se fueron sin cidís de Gualajo, uno de sus grandes cultores en Guapi. No encontramos tiendas de discos con música ancestral del litoral ni vendedores que supieran quién es Gualajo.
* Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.
