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Terror

Jaime Arocha

26 de mayo de 2014 - 09:33 p. m.

En la actualidad, en Nueva York, el Museo de Brooklyn exhibe obras de quienes atestiguaron y protagonizaron el Movimiento de Derechos Civiles.

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Su apogeo fue en el decenio de 1960, en especial dentro de los estados al sur de Washington. “Witness”, como se llama la exhibición, incluye pinturas, esculturas, collages y fotografías de artistas individuales como Malcom Bailey o de quienes formaron la Coalición de Artistas Revolucionarios Negros, la cual se transformó en la Comuna Africana de Malos Artistas Relevantes. Entre otras, ilustran las luchas persistentes del Comité Coordinador de los Estudiantes por la No-Violencia, surgido durante los años de 1950 a partir de las ideas de Gandhi y entre cuyos miembros sobresalieron el reverendo Martin Luther King y su amigo más cercano, el reverendo Ralph David Abernathy. Gente que provenía de la tradición que lideró Harriet Tubman, quien durante los años de 1850 le dio vida al “tren subterráneo”, la cadena de solidaridades que unió a los Estados Unidos con Canadá gracias a la terminología ferroviaria que ocultó la huida de cientos de esclavos hacia la libertad. O de Claudette Colvin y Rosa Parks, las primeras mujeres que se negaron a bajarse de los buses reservados para la gente blanca.

Militantes de disciplinas corporales para resistir las golpizas de las fuerzas del orden, quienes además aplicaron la nobleza frente a encarcelamientos masivos, baños con mangueras de bomberos, gases lacrimógenos y perros lobos entrenados para atacar a la “gente de color”. Al Comité lo unía la meta de acabar con las llamadas leyes de Jim Crow originadas de los códigos negros coloniales para racionalizar la prohibición al voto de la gente africano-americana, así como la segregación racial en escuelas, cafeterías y teatros. Uno de sus triunfos más preciados fue el acta que a partir de marzo de 1965 les permitió a las personas negras registrarse y votar. Para los protagonistas de ese proceso, abstenciones del 100% como la de Barú, población emblemática del Afrocaribe, constituyen una aberración impensable, en especial si se tiene en cuenta que al mismo tiempo hubo un repunte significativo de la extrema derecha.

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En Alabama esa tendencia política se manifestó mediante linchamientos y ejecuciones de militantes negros a manos de los miembros del Ku Klux Klan, la policía y su orientador, el gobernador George Wallace. Aquí la evidencia el hacker Andrés Sepúlveda, cuya ideología la reflejan las páginas del Movimiento de Reconstrucción Nacional. En ellas se lee que Nelson Mandela fue un comunista indeseable, y las correspondientes a “hispanidad”, usan las palabras “Monstruo de Moral” y “Gran Colombiano” para calificar a Laureano Gómez, quien desde 1928 sostuvo que “el espíritu del negro, rudimentario e informe, como que permanece en perpetua infantilidad… somos un depósito incalculable de riquezas que no hemos podido disfrutar porque la raza no está acondicionada para hacerlo”. De estos y otros pensamientos está hecho el terror que despierta el triunfo que ostentó el uribismo el 25 de mayo de 2014. A esta patria no la salva el Sagrado Corazón, como aspiran los adeptos de Reconstrucción Nacional, sino el cambio de parecer de los abstencionistas.

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