VELORIOS Y SANTOS VIVOS ES EL título de la exposición que el Museo Nacional inaugurará en una semana para rendirles tributo a los muertos insepultos que el conflicto armado y los naufragios han dejado en las comunidades afrocolombianas, negras, raizales y palenqueras.
Es un paso categórico para incluir a los africanos y a sus descendientes en Colombia dentro de sus exhibiciones y colecciones. Condensa tres años de investigaciones y aprendizajes mutuos entre la Curaduría de Arte e Historia del Museo, el Grupo de Estudios Afrocolombianos de la Universidad Nacional, la Dirección de Etnocultura del Ministerio de Cultura, y afrocolombianistas de universidades y grupos de base, en consulta permanente con los pueblos representados.
Los visitantes pasarán desde un espacio profano hacia uno sagrado donde apreciarán 16 piezas africanas elaboradas por oficiantes religiosos de etnonaciones Bantú de la cuenca congolesa. Sabemos que a comienzos del siglo XX esa estética conmovió de tal forma a Picasso, Braque y Gris, que la plasmaron en el cubismo, pero también que la mentalidad colonial aún impide reconocer la profundidad intelectual que alcanzaron esos artífices africanos.
De ahí el esfuerzo para que el catálogo y los apoyos de texto e imagen les permitan a esos asistentes comprender que tallas en madera como las de la gente Chokwe o Pende son la síntesis de un sistema de pensamiento que hace diez mil años comenzó a difundirse desde el Congo hacia las cuencas de otros ríos africanos como el Níger y el Volta.
O percatarse de que esas obras de arte religioso sintetizan una visión del universo dentro de la cual la gente y la naturaleza están tan integradas en la misma unidad coherente, como los vivos y muertos, o el tiempo y el espacio. Pero además que aclaren que quienes fueron deportados entre los siglos XVI y XIX, desde África occidental y central, hacia las Américas compartían esas creencias, no obstante el que provinieran de naciones muy distintas, adoraran deidades diversas y hablaran idiomas que no eran inteligibles entre sí.
Todas esas descripciones deben demostrar la magnitud de la empresa humana que tuvo lugar después de cada desembarco: ya siendo plenamente conscientes de que —infortunadamente— su viaje no tenía regreso, ni sus cuerpos libertad, cautivos y cautivas armaron altares para liberar sus mentes, mediante la comunicación con sus ancestros. También deben demostrar cómo el resto de la exposición que abrirá sus puertas el 21 de agosto comparte un linaje tan profundo e ilustre.
Dos de los altares de santo a los lados de las tallas bantúes darán cuenta de esta genealogía. A la izquierda encontrarán a San Pacho, el patrono de los quibdoseños, en quien se encarnó Orula, el Oricha de sabiduría y destino. Y girando a la izquierda, el del Niño Dios, la presencia actual en las Adoraciones del norte del Cauca de Elegguá el Oricha de los caminos y el juego. Recordemos que los Yoruba de Benín, Togo y Nigeria han llamado Orichas a sus dioses, y ori al destello de divinidad que habita a todos los humanos. Difícil que luego de mirar cara a cara a estos santos vivos cada visitante no salga atesorando más ori.
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El 12 de agosto de 2008 falleció el sociólogo Orlando Fals Borda, maestro, amigo y ejemplo intelectual, ético y político. La inauguración de Velorios y Santos Vivos coincide con la última noche de su novenario. Invitamos a que nos acompañen en el canto de alabaos y levantamiento simbólico de su “cuerpo presente” que tendrá lugar en esa ocasión.
* Grupo de Estudios Afrocolombianos, Centro de Estudios Sociales, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia