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HOY SEGUIRÉ REFIRIÉNDOME A LA Caracterización Social, Económica y Etnocultural del Corredor de Influencia de la Vía al Mar, Tramo Nuquí-Cupirijo que el Colectivo Territorial Afrochocó le presentó al Gobierno, con la aspiración de reducir los riesgos ambientales, culturales y sociales que indígenas y afrocolombianos del valle del río Baudó enfrentan por la construcción de la carretera que unirá a la zona cafetera de Risaralda y el Quindío con el golfo de Tribugá.
Estudios amañados que antecedieron a esa Caracterización retrataban al Baudó como vacío de poblaciones humanas, cuando, además de los embera y tule, desde 1690 esa región alberga a quienes escaparon de los entables mineros de los ríos Citará y Nóvita, hoy denominados Atrato y San Juan, respectivamente. Lo hicieron tan pronto como pudieron comprarles a sus amos las respectivas cartas de libertad, luego de laborar domingos y días feriados en minas de oro distintas a las de quienes los tenían esclavizados. Ese éxodo por la libertad involucró a mucha gente akán, originaria de las actuales Ghana y Costa de Marfil (África occidental), muy apreciada por los tratantes debido a sus competencias metalúrgicas, sin las cuales habría sido imposible la minería del oro durante la época colonial. La Caracterización destaca otra ola de migrantes negros originada desde los primeros lustros del siglo XIX.
Frente a la necesidad de salvaguardar patrimonios ambientales y culturales tan preciosos, los legados bantúes del valle del río Congo también merecieron realce dentro del mismo escrito. Parten de que la gente y la naturaleza están hermanadas, de que los antepasados y sus descendientes también constituyen una unidad indisoluble, y de que —por excelencia— la palabra nommo consiste en la fuerza que vincula a la gente con la naturaleza. Vista también como agua y sabia, nommo humaniza a los árboles por cuyo interior circula la voz de los ancestros. Hoy en el Baudó esa antropomorfización pervive en el enterramiento de la placenta de los recién nacidos bajo las raíces de palmeras que las madres —al saberse preñadas— ponen a germinar con antelación en aquellas plataformas para la agricultura femenina, denominadas zoteas. También persiste en las lecciones que ellas les dan a sus hijas e hijos para que consideren a esas palmas como sus ombligos. Como otros rasgos culturales beneficiosos para el medio, éstos peligran por la apertura de la nueva vía.
De la Caracterización, sorprende que, no obstante los traumas del cautiverio, del aislamiento geográfico y del racismo, el culto a la palabra perdure entre los afrobaudoseños. Si bien ese documento hace énfasis en el riesgo de la bioprospección a cargo de fábricas multinacionales de medicamentos, cuya presencia con seguridad aumentará con la construcción de la carretera, del mismo modo alerta por la probable iniquidad que se presentará: las especies vegetales exportadas retornarán al área en forma de remedios amparados mediante patentes costosas, sin que sus fabricantes les hagan el reconocimiento económico que sería necesario para aquellas comunidades cuyas fórmulas verbales para relacionarse con la naturaleza han contribuido a que se mantenga la biodiversidad. Las voces que podrán quedar damnificadas incluyen las que les dan sentido a las recetas transmitidas de generación en generación; las que se refieren a los usos curativos de las especies vegetales y los diálogos entre quienes sufren dolencias y sus sanadores, sean ellos médicos raiceros o parteras. A las multinacionales les interesa la bioquímica de las plantas, pero afectarán los sistemas de curación basados en palabras que desaparecerán con las consultas breves y rutinarias que imponen las empresas prestadoras de salud. No están hechas para escucharles a los enfermos sus conversaciones sobre síntomas y malestares, cuya raíz social, mas no individual, sigue siendo el fundamento de los sistemas de curación objeto de la Caracterización y cuya desaparición también deberá prevenirse.
Dentro de la familia lingüística bantú, la palabra siempre ha estado asociada con la música, considerada como el lenguaje de la verdad, sobre todo si proviene del tambor. Los antepasados de los afrobaudoseños fueron víctimas de misioneros que al ver en ese instrumento un arma para la libertad, lo prohibieron. De ahí que más que todo las antepasadas de los afronuquiseños y afrotribugueños hubieran escondido la rítmica de los cueros dentro sus voces y que ese lenguaje de la verdad lo sigan practicando con fervor en sus ceremonias fúnebres. En efecto, los alabaos siguen siendo el eje de los rituales mediante los cuales los vivos les reconocen a sus muertos ese estatus que para los occidentales es extraño, el de ancestros vivos. Esos cantos polifónicos constituyen la unidad entre palabra y música de la cual depende la permanencia del universo simbólico afrochocoano y el futuro mismo de las comunidades que lo portan. En consecuencia, la Caracterización acierta en señalar que un grave peligro para el porvenir de los pueblos afrodescendientes de esa zona consiste en la burocratización de los rituales fúnebres. En dos semanas me referiré a otros riesgos que corren esas culturas afincadas en el culto a la palabra.
*Grupo de Estudios AfrocolombianosCentro de Estudios SocialesFacultad de Ciencias HumanasUniversidad Nacional de Colombia
