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YA HE DESTACADO EL MUNTU, CUYO sistema ritual hermana a la gente con la naturaleza y de ese modo salvaguarda el futuro de ambas.
Vino desde el Congo con los cautivos africanos, y su origen se remonta al año 11000 a. de C. Sus huellas aún son palpables en lugares como el alto Baudó, donde los pobladores ancestrales constituyeron el Colectivo Territorial Afrochocó para ampararse de los efectos negativos de la carretera que unirá al Eje Cafetero con el golfo de Tribugá. Las investigaciones científicas sobre tal sistema deberían ser prioritarias para idear un desarrollo humano que respete y se cimiente en los logros históricos y culturales de los afrocolombianos.
Las selvas tropicales húmedas de ese valle reciben el nombre de monte alzao, cuando son casi vírgenes. Albergan fuerzas espirituales que manejan las únicas personas que pueden entrar en ellas, por sus conocimientos sobre los ancestros y las propiedades de las plantas para curar cuerpo y mente. Por su parte, el monte biche consiste en áreas taladas y cultivadas, que han sido abandonadas para que recuperen su cobertura vegetal. En especial, las recorren las madres y sus hijas e hijos en busca de tierra de hormiguero para ponerles a las zoteas, aquellas plataformas sobre las cuales las mujeres cultivan plantas alimenticias, medicinales y de alto valor espiritual. Esas franjas boscosas albergan economías que la Caracterización a la cual he hecho referencia en estas columnas denomina poliactivas, porque a lo largo del año van intercalando diversas actividades, de acuerdo con el clima y los cambios ambientales.
Me referiré a la combinación entre el cultivo de maíz y arroz con la cría de cerdos. Al bautizarlo, a cada recién nacido se le obsequia una pareja de estos animales, de cuya descendencia esa persona es responsable a lo largo de su vida y si ella recibe una gracia especial, debe ofrecerle uno de sus cerditos en calidad de manda a vírgenes como la de la Pobreza, patrona de Boca de Pepé. Mientras que los campesinos delimitan pequeñas parcelas individuales y familiares para la siembra y crecimiento de esos dos cereales, mantienen a sus marranos en la orilla contraria del río Baudó o de sus tributarios, donde recorren el monte biche y se alimentan de los aguacates, mangos y demás frutales caídos. Más adelante, cuando ya han sacado la cosecha, los agricultores embarcan a sus animales hacia la ribera contraria. Con el arribo de los cerdos, desaparecen los lotes individuales y se forma un callejón colectivo cubierto por los residuos que quedaron luego de haber recogido mazorcas y granos. Los marranos circulan a su antojo, haciendo el “cañeo”, hasta dar cuenta de todos los desechos vegetales, cuando los empujarán hacia el monte biche donde hay frutales. Entre tanto, en la otra orilla del río o quebrada ya se habrá reiniciado la delimitación de lotes individuales para sembrar maíz y arroz, sin la amenaza de los cerdos, y de esa forma volverá a comenzar aquel ciclo que se repite dos veces al año.
Los marranos de los afrobaudoseños parecen canoas con zancos, que “navegan” por montes y selvas, de modo que escapan de las fauces de depredadores sin arañarse las panzas y luego infectarse. Al contrario de los cascos de las vacas y las mulas que meten los colonos, estos animales no viven llenos de hongos. Su inmunidad debería examinarse para entender cómo la gente los adaptó a medios tan húmedos, cálidos y frondosos.
La conjugación entre agricultura y cría de animales da cuenta de la complejidad del ejercicio territorial en el Afropacífico, el cual no es compatible con el de los linderos rigurosos que por lo general los legisladores imaginan y reconocen. Las cercas de alambre de púas llegarán con la carretera, pero estorbarán el manejo de un mismo territorio, cuyo dominio es individual, durante una época del año; de la familia extendida, durante otra y colectivo a la siguiente.
Quizás sea ingenuo imaginar un futuro moldeado por estas economías polimorfas, pero, como demuestra la Caracterización, son adecuadas para ese medio. Fijarse en cómo consolidarlas prevendría fracasos como los de las colonias iniciadas a comienzos del siglo XX en Juradó y Bahía Solano. Las impulsaron paisas que metieron sus vacas y mulas y acabaron con especies que estaban adaptadas a la región, con perjuicio para ellos mismos. Ante la apertura de la nueva vía, los proyectos de etnoeducación impulsados por el Colectivo Territorial tendrán que hacer hincapié en que el futuro de la región no depende de los modelos andinos de cultivar, sino de las prácticas polivalentes que las comunidades negras realizan en sus territorios ancestrales, protegidos hoy por la Ley 70 de 1993 y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. Infortunadamente, es probable que ni el Colectivo, ni la OIT puedan evitar que los grupos armados que por lo general marchan al mismo paso que retroexcavadoras y buldóceres violen esos territorios. Si el Gobierno permanece manicruzado, se pone en la mira de la Corte Penal Internacional, así la Ministra de Cultura reitere que uno de los grandes valores nacionales consiste en la diversidad cultural de negros, afrocolombianos, raizales y palenqueros.
* Grupo de Estudios AfrocolombianosCentro de Estudios SocialesFacultad de Ciencias HumanasUniversidad Nacional de Colombia
