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Las amenazas atribuidas a la globalización, los ineficientes resultados del neoliberalismo, la acentuación de las asimetrías en el comercio internacional, los conflictos armados prolongados y el poco efectivo rol de Naciones Unidas exigen un reordenamiento mundial. Trump, con su política arancelaria, su reducida injerencia en guerras lejanas y su presión por impulsar acuerdos de paz, está transformando este inoperante statu quo internacional.
En primer lugar, sus victorias tempranas —como la disminución de los flujos migratorios hacia Estados Unidos y la sumisa recepción de migrantes por parte de los Estados emisores; el alineamiento de países emergentes como Panamá, que canceló contratos con empresas chinas para transferirlos a compañías estadounidenses; y una inflación que cede en el primer trimestre pese a las amenazas arancelarias— demuestran resultados coherentes con sus promesas de campaña.
En segundo lugar, la estrategia para romper alianzas desfavorables a los intereses de la política exterior del proyecto Trump explica: el acercamiento a Rusia para generar fisuras en su relación con China y reducir la dependencia de esta potencia asiática; el fortalecimiento militar de la Unión Europea en respuesta al expansionismo ruso; y el aumento de la seguridad de los países árabes más poderosos —en especial Arabia Saudita— mediante ventas multimillonarias, con el fin de garantizar el tránsito por el canal de Suez, buscar el reconocimiento del Estado israelí y contener a Irán, presionando un acuerdo que evite el enriquecimiento de uranio con fines nucleares.
En tercer lugar, se ha optado por abandonar conflictos como el de Ucrania, en favor de Rusia; reducir el apoyo a sectores kurdos en beneficio de Turquía; contener la defensa de Taiwán frente a China; o apaciguar la tensión en Cachemira para evitar una escalada entre India y Pakistán. Alejarse de estos focos bélicos —e incluso considerar la apropiación de Gaza para proyectos inmobiliarios y así evitar más pérdidas de vidas humanas— son acciones que delinean una nueva geopolítica desde Estados Unidos, enfocada en frenar guerras y promover áreas de influencia autónomas, agrupadas en torno a potencias regionales con las que sea más fácil negociar comercialmente.
Estas zonas formarían parte de un orden multipolar de repartición geográfica global, lo que reflejaría el interés de Estados Unidos por acoger los postulados de la Doctrina Monroe: anexar Groenlandia, convertir a Canadá en el Estado 51, recuperar el canal de Panamá, someter a los demás países del continente mediante sanciones comerciales y retomar la influencia sobre Venezuela, buscando el retiro de China, Rusia e Irán, principales soportes internacionales de la dictadura de Maduro.
En esa misma línea, la estrategia incluiría reconfigurar los ejes de Japón, Corea del Sur e incluso Australia; eliminar la dependencia de Rusia con respecto a China y evitar que las poblaciones exsoviéticas se conviertan en fuente de nuevos conflictos; fomentar una mayor autonomía de la Unión Europea basada en un aumento del 5 % en el gasto militar de la OTAN; fortalecer alianzas e incentivar la inversión en tecnología en EE. UU. por parte de los países árabes más ricos; establecer un vínculo más directo con India; y, en cuanto a China, imponer límites arancelarios y contener su inversión extranjera directa a través de la nueva Ruta de la Seda.
Se trata de una apuesta muy arriesgada, ya que, en lugar de diseminar la influencia mundial en poderes parcelados que permitan un equilibrio geopolítico y una negociación comercial favorable a Estados Unidos, podría terminar favoreciendo la reorganización de bloques opuestos a la hegemonía estadounidense.
Por ejemplo, se podrían consolidar los BRICS+, promover una zona industrial ampliada entre China e India, fortalecer los acuerdos de cooperación de China con más de 100 países que la tienen como socia prioritaria, alejarse de la Unión Europea que ha sido su aliada tradicional, en particular, por la defensa reiterada de EE. UU. a Rusia. Además, de potenciar el mercado armamentista chino, el cual demostró alta efectividad en la reciente escalada en el conflicto por Cachemira.
En este caso, el tiempo y la diplomacia realista determinarán hacia qué lado se inclinará la balanza.
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