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Carreras perdidas

Javier Moreno

18 de mayo de 2013 - 05:26 a. m.

En la pista se enfrentan los medios escritos tradicionales y la masa.

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La idea es que dado que la masa se convirtió, gracias a Twitter, Facebook y similares, en un diseminador casi instantáneo de noticias (y sobre todo rumores), entonces los medios escritos deben ofrecer el mismo nivel de inmediatez (¿y vaguedad?) para mantener su vigencia. Es casi enternecedor.

En la angustia de responder a esta exigencia, vemos cada vez más artículos que parecen escritos, antes que para informar o explicar, con la intención de incluir en un texto apenas gramátical las palabras claves necesarias para capturar a aquellos vagabundos que quieren ampliar (sin éxito) lo que quiera que ya saben vía Los Otros. Esto también explica la proliferación de noticias de farándula o que alimentan el morbo pacato redactadas en español “neutro”: son redes de niebla excelentes para el enjambre incauto que fluye a través de buscadores. A quién le importa si luego leen. O mejor: a quién le importan los que leen. 

Para colmo, la urgencia por competir con el caudal “social” pone al periodismo escrito (el que tradicionalmente podía permitirse mayor divergencia y profundidad) al servicio de quien tiene los medios (o la fuerza) para alimentarlo rápido con contenido prefabricado: gobiernos, instituciones, corporaciones, agencias de noticias (semiautomatizadas), grupos armados, farándula política y cultural, etcétera. Sin tiempo para procesar, este contenido se difunde prácticamente inalterado, con el periódico o revista como clonador que reafirma sin contrastar. Los análisis documentados y contextualizados que les permitirían diferenciarse y de verdad competir y atraer lectores son la excepción. No saben cómo comercializarlos. Dentro del modelo de negocio más extendido la inversión en investigación que requieren no se justifica. La máquina publicitaria que aprueba y nutre no los aprecia. 

En un bucle que ilustra a la perfección el absurdo de esta competencia, los periódicos han empezado a usar declaraciones entrecortadas en Twitter como fuente (y única sustancia) de sus propias noticias. Cada día hay un evento inane que corona portada en línea porque  “causo alarma en Twitter” (lo que consecuentemente causa aún más “alarma”). Sería chistoso si no doliera. La necesidad de inmediatez autoimpuesta está condenando al periodismo escrito a la irrelevancia definitiva que pretende evadir. 

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