Me reuní con él una mañana de agosto de 2006 en un café cerca al Museo del Oro del Banco de la República en Bogotá. Con Tatiana Acevedo veníamos trabajando un proyecto que pretendía mostrar la manera en la que había sido registrado el asesinato sistemático de los miembros del partido político Unión Patriótica en los textos escolares de las editoriales colombianas con los que se enseñaba ciencias sociales en las escuelas de la nación. Yo quería hablarle sobre la investigación que habíamos titulado “La UP no pasa al tablero”; él llegó con su característica serenidad, escuchó atento pero sin entusiasmo exagerado, dijo un par de cosas y se marchó.
Yo me quedé unos diez minutos más en el café pensando en que Iván Cepeda, esa figura que acababa de marcharse, era el mismo joven que, con unos kilos menos, varios años atrás, daba declaraciones para un noticiero de televisión exigiendo justicia y garantías para los activistas políticos de la Unión Patriótica con el cuerpo todavía caliente de Manuel Cepeda, su padre, que acababa de ser baleado en la avenida de las Américas de Bogotá. Era 9 de agosto de 1994, y minutos antes se había bajado de un bus de transporte público cuando se dirigía a la Universidad Javeriana para encontrarse con que lo que había hecho abortar su destino inicial era la paralización del tráfico que se generó por la muerte de su padre.
Iván Cepeda ardía de dolor, pero tuvo la tranquilidad y la visión para expresar una opinión coherente sobre lo que estaba sucediendo en el país con la gente como su padre. Esa misma tranquilidad fue la que le vimos en septiembre de 2014, cuando protagonizó un debate sobre parapolítica en el Congreso que empezó dedicándolo a las víctimas del flagelo paramilitar. En medio de una atmósfera tensa por los diversos intentos de saboteo y las interrupciones por la bancada del Centro Democrático, Cepeda logró hacer toda su intervención y al final recordó que a la fecha existían 84 acusaciones contra Álvaro Uribe Vélez –entonces senador de la república– ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara, siete investigaciones preliminares en la Fiscalía General, al menos una investigación preliminar ante la Corte Suprema de Justicia, una querella en su contra en un juzgado de instrucción de Madrid (España) y señalamientos de unos 24 exparamilitares.
Cuatro años después de aquel debate, Iván Cepeda afrontó un cáncer sin que por ello se le olvidara que en realidad el verdadero cáncer al que se enfrentaba eran las repulsivas prácticas paramilitares que asolaron a la nación. Esas formas del debate inteligente, reposado, sistemático, documentado, beligerante pero sin efectismos delirantes, tienen hoy condenado a Álvaro Uribe Vélez a 12 años de prisión domiciliaria, una persona que hasta hace una semanas parecía un intocable de la justicia colombiana. En medio de las dinámicas escandalosas y mediáticas en las que se ha convertido el ejercicio de la política a nivel mundial, vale la pena resaltar las formas maduras, coherentes y rigurosas de Iván Cepeda en el ejercicio de esta actividad. Lo circense, mediático y descarado es un asunto de quien en estos momentos cumple una condena y de algunos de sus delirantes seguidores.
Posdata. Nunca compartí la visión política de Miguel Uribe Turbay, pero lamento y repudio su asesinato con la misma fuerza con la que condeno la realidad social que lleva a que la única opción de un adolescente sea empuñar un arma para quitarle la vida a otro ser humano.