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Juegan en Francia, pero son todos de Angola: futbol, raza y nación


Javier Ortiz Cassiani

04 de julio de 2024 - 12:05 a. m.

No pasó desapercibido que en la final del pasado mundial en Qatar la mayor parte del segundo tiempo y durante todo el alargue, el único jugador de piel blanca de la selección francesa dentro de la cancha fuera era el portero Hugo Lloris. Lo anterior se quedaría como una evidencia más del pasado expansionista francés por el Caribe, África y Oriente, o de la política de integración e inclusión postcolonial, si no fuera porque después de la derrota aparecieron atribuciones de culpas con alusiones a la raza de los jugadores y porque ante la actual situación migratoria, en la que miles mueren en la travesía tratando de encontrar un mejor lugar de vida, pareciera que unos cuantos escogidos llevan el código de barra o el chip del visado incrustado en sus piernas.

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Tampoco hay manera de evitar que estas referencias a la raza transiten los caminos de lo pedestre y lo absolutamente vulgar. Algunos aficionados de Argentina en el pasado mundial entonaron durante la transmisión en vivo de una reconocida cadena deportiva de televisión la siguiente canción: “Escuchen, corran la bola, juegan en Francia pero son todos de Angola. Qué lindo es que van a correr, son ‘come-travas’ [travestis] como el puto de Mbappé. Su vieja es nigeriana, su viejo camerunés, pero en el documento: nacionalizado francés”. La melodía, con la letra cambiada, fue tomada de una canción que suele entonar la barra brava del equipo Nueva Chicago contra su tradicional rival Almirante Brown de la zona metropolitana de Buenos Aires: “Escuchen, corran la bola, se hicieron putos los negros de Casanova, qué lindo es, vamo’ a coger, allá en los ranchos cerca de la ruta 3. Los negros, llega la noche y se visten de mujer, para hacerse un par de pesos porque no tienen que comer”. Lo paradójico de todo esto no es que la canción original –que ha servido como base para la composición de varios cantos de las hinchadas del fútbol argentino–, sea un jingle (“Bobby, mi buen amigo”) de una campaña publicitaria de la policía de Buenos Aires en el verano de 1981 –plena dictadura– para que la gente que se iba a vacacionar a los balnearios de la Costa Atlántica dejara sus mascotas en casa, sino que en la reinvención de la letra se acuda a llamarle negro al rival. Además de puto o travesti, el insulto más generalizado entre hinchas de los equipos argentinos es decirle negro al otro. En un país en el que, salvo por algunos científicos sociales y por un grupo de activistas, existe poca conciencia del destino histórico de la población afrodescendiente –la que en algunos momentos de finales del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX llegó a representar el 30 % del total de los habitantes de Buenos Aires–, los cantos de las barras de fútbol hablan de “negros putos de Bolivia y Paraguay”.

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El 11 de marzo de 1882, Ernest Renan dijo en una conferencia en la Soborna, publicada posteriormente con el título ¿Qué es una nación?: “La raza no lo es todo, como entre los roedores o los felinos, y no se tiene el derecho de ir por el mundo, tentar el cráneo de las gentes y después tomarlas por el cuello diciéndoles: «¡Tú eres de nuestra sangre; tú nos perteneces!». Fuera de los caracteres antropológicos, existen la razón, la justicia, lo verdadero, lo bello, que son idénticos para todos”. Pero ya sabemos que, salvo escasas excepciones, ni los aficionados ni los futbolistas leen a Renan ni están para gambetas de abstracción.

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