Todavía hay gente que recuerda los días del maestro Crescencio Salcedo en Medellín, vendiendo las flautas de caña de millo que él fabricaba. Algunos que lo veían ahí, como la múcura, tirado en el suelo de la calle Junín, con sus pies descalzos, la mirada estrábica y su piel amansada por soles y lluvias, le ofrecían monedas. Él las rechazaba con dignidad, porque no se asumía como un pordiosero, sino como un músico que quería ganarse la vida con lo que sabía hacer.
En Cartagena de Indias, desde hace mucho tiempo el destino turístico más importante de la nación y declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la...
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