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Por estos días los llamados creadores de contenido e influencers del Caribe colombiano —incluso una mujer extranjera se atrevió a intervenir en la discusión—, se han quejado de manera sistemática —con elaborado humor e ironía— por la forma de hablar de los costeños en la serie Medusa, producida recientemente por Netflix. El exceso de uso de la expresión “mondá”, la seguidilla descontextualizada de palabras propias de la cotidianidad verbal de los habitantes de la costa en una misma frase, y la creencia —por algunos diálogos de dos detectives en la serie— de que en la región se consume a toda hora butifarra, carimañola, arepa e’ huevo y suero, tiene fastidiados a muchos.
La defensa de lenguaje usado en el Caribe colombiano, y la irritación por la caricaturización del litoral norte del país desde los procesos construidos desde el interior de la nación como muestras del exacerbado centralismo de Colombia, no son nada nuevo. Si hilamos fino en la tradición de defensa del habla popular Caribe podemos poner como pionero a Candelario Obeso y sus Cantos populares de mi tierra, y a quienes siguieron de alguna forma la preocupación por el lenguaje costeño como José Elías Cury Lambraño y su famoso El Costeñol: un dialecto con toda la barba, sin descontar los estudios en lingüística de la Universidad de Cartagena y de la Universidad del Atlántico. Pero también habría que decir que esta serie se vendió al público jugando, en la estrategia promocional, con la relación de su libreto con la familia Char, que maneja el destino político —y también social y cultural— de la ciudad de Barranquilla desde hace un tiempo considerable. No fue nada fortuito que usaran el histrionismo abogadil de Abelardo de la Espriella para crear expectativa diciendo que había hecho eliminar las vallas promocionales de la serie porque atentaba con el buen nombre de una prestigiosa familia de la región, y que una vez emitido el primer capítulo dijera que esto era una guerra larga y que acudiría hasta la Corte Suprema de Justicia para que el programa fuera suspendido.
El hecho es que nos hemos quedado en la contabilización de la palabra “mondá” —por supuesto, alguien tenía que hacerlo— pero ningún periodista o influencer, así sea por simple curiosidad, le ha preguntado a algún miembro de esta familia qué piensa de la serie o si la ha visto, o qué tanto la publicitada producción se atreve a meterse con la manera de operar de esta familia en la realidad política. Hace apenas un poco más de un año que una reconocida editorial internacional se negó a publicar un libro de la periodista Laura Ardila sobre los Char, y que otra editorial nacional decidiera hacerlo; es más, desde su columna en este diario la periodista ha seguido escribiendo sobre el poder político de este clan en la región.
Al final, ganan Netflix y los Char. Para los primeros es publicidad gratuita; los segundos se ríen porque el debate, desde el énfasis en el humor, se fue por las ramas. Más allá de lo buena o mala de la serie, solo por el hecho de que se promocionara, así sea de manera figurada, con la idea de que se refiere a una familia por todos conocida, y por lo que acabo de nombrar —relacionado con el revuelo que se armó por la censura y la posterior publicación de un libro que se refería a ellos—, algo se debía decir al respecto. Repito, las críticas a las formas de representación del lenguaje costeño en la televisión son totalmente válidas, pero definitivamente el análisis, en este caso, tiene que ir más allá de si los costeños dicen “ajá”, “eche” y “nojoda” en una misma frase.
