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Nadie estaba pidiendo más

Javier Ortiz Cassiani
16 de enero de 2025 - 05:05 a. m.
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Es un lugar común decir que, con Cien años de soledad, Gabriel García Márquez plantó un árbol tan frondoso cuya sombra no permitió que le llegaran los rayos del sol a los árboles que los escritores de su generación empezaran a plantar a su alrededor. De lo que nunca he escuchado hablar y tampoco he leído es de cómo el gusanillo de esta obra cumbre picó a dos compositores colombianos consagrados –a los que García Márquez admiraba profundamente– para atreverse a experimentar con la escritura de novelas.

Juan Gossaín contó alguna vez que, en el aeropuerto de Madrid, mientras esperaban la conexión que los llevaría a Estocolmo, donde Gabriel García Márquez recibiría el Nobel de literatura, una mujer se acercó al tumulto que se había armado a su alrededor, le pidió que le firmara un ejemplar de Cien años de soledad y aprovechó para soltarle un piropo de rigor: “Lo que yo más admiro de usted no es la imaginación. Es el dominio del lenguaje”. Gabo detuvo la firma del libro, la miro unos segundos, hasta que le dijo: “En mi tierra un músico popular, refiriéndose a una antigua canoa que viajaba por el río, escribió este verso: “Ya no cruje el maderamen en el agua”. Maderamen, señora. Maderamen. ¿De qué se sorprende usted?”. Que Gabo recordara al compositor José Barros y su canción La piragua en el cenit de su carrera, justo a pocas horas de recibir el premio que lo consagraba como el más importante hombre de letras del mundo dice mucho de lo que significaba las maneras de narrar de los músicos populares de Colombia.

Con Rafael Escalona tuvo una amistad desde su época de flacura y vendedor de enciclopedias. También sabemos que escribió bastante sobre él y que alguna vez, en una de sus columnas en El Heraldo, de Barranquilla, lo llamó “el intelectual de nuestros aires populares”, y creo que también dijo en otro momento que Escalona era el hombre más inteligente que él había conocido. Y bueno, sobra mencionar la frase pluricitada que comparó Cien años de soledad con un vallenato. El hecho es que tanto José Barros como Rafael Escalona se dejaron seducir por los elogios y envueltos en esta aura de que García Márquez no era más que “un simple notario” de la atmósfera que estos músicos y otros narradores del Caribe construían con sus letras y sus relatos orales se atrevieron a escribir novelas.

En 1989, José Barros publicó La piragua de Guillermo Cubillos, un relato corto novelado que muestra la vida comercial de los puertos del río Magdalena, los amores de burdel y los cuentos de espantos y apariciones, mientras cuenta las aventuras de Guillermo Cubillos, personaje central, que se asoma como su álter ego: emprendedor, ecuánime, galante y querido por las mujeres. En 1991, Rafael Escalona publicó La casa en el aire, que no es un vallenato sino una biografía novelada de 434 páginas, y, por supuesto, fiel a su engreimiento, lo hizo con una editorial reconocida y con el prólogo de dos escritores también reconocidos. Ambos, tanto Barros como Escalona, pensaron que la cosa se caía de la mata y se metieron en un género para el que no estaban hechos, por supuesto, con un resultado flojo desde el punto de vista literario.

“Doce bogas con la piel color majagua/ Y con ellos el temible Pedro Albundia/ Por las noches a los remos le arrancaban/ Un melódico crujir de hermosa cumbia”; “Te voy a hacer una casa en el aire/ Solamente pa’ que vivas tú/ Después le pongo un letrero bien grande/ De nubes blancas que diga Ada luz…”. Créanme, señores, después de esto nadie estaba pidiendo más.

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Dorita(37038)17 de enero de 2025 - 04:41 a. m.
Maravillosa columna, gracias por tratar un tema literario en las composiciones musicales.
Dorita(37038)17 de enero de 2025 - 04:41 a. m.
Maravillosa columna, gracias por tratar un tema literario en las composiciones musicales.
Dorita(37038)17 de enero de 2025 - 04:41 a. m.
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Dorita(37038)17 de enero de 2025 - 04:41 a. m.
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Dorita(37038)17 de enero de 2025 - 04:41 a. m.
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