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Patrimonio fuera de contexto

Javier Ortiz Cassiani

09 de diciembre de 2021 - 12:38 a. m.

Las políticas de reconocimiento patrimonial a veces sacan las cosas de su contexto. No siempre es así, pero ocurre. Hace cuatro días empezó a circular por las redes sociales la imagen de un grupo de chicos y chicas indígenas zenúes de la Institución Educativa Álvaro Ulcué Chocué, del municipio de Tuchín, al norte del departamento de Córdoba, que se reciben de bachilleres usando sombreros vueltiaos en vez de birretes. La fotografía es hermosa. Hay algo sublime en ese grupo de niños y niñas, perfectamente formados, con su sombrero sobre el lado izquierdo del pecho, quienes escuchan con solemnidad lo que podría ser el himno del colegio, el departamento o la nación, mientras atrás a los familiares también se les hincha el pecho de orgullo. Pero la belleza que nos atrae está puesta paradójicamente en la prenda más natural de sus tradiciones: el sombrero vueltiao.

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Tuchín se caracteriza —y es una de las actividades que más aporta a la economía de la zona— por la producción de sombreros vueltiaos y la elaboración en caña flecha de toda clase de objetos de uso personal y decorativos para el hogar. El sombrero vueltiao es una de sus más arraigadas tradiciones ancestrales; sin embargo, a muchos les genera cierta sorpresa que los descendientes de la etnia experta en esta tradición, cuyas abuelas, abuelos, madres, padres, tías y tíos se dedican a tejer diariamente esta fibra vegetal para elaborar una de las prendas tradicionales más representativas de la nación, hayan decidido usarla en su acto de graduación. La experiencia indica que una vez los objetos son declarados elementos patrimoniales y adquieren la atención del país, otras experiencias y realidades los empiezan a habitar. Es como si la fuerza del objeto cultural recayera específicamente en su disparado consumo —por supuesto, no está mal ganarse unos pesos con tan exquisitas habilidades— y no sobre la elaboración y su carga simbólica que, sin embargo, sigue siendo el referente usado en los catálogos que lo promocionan.

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Pierde la cotidianidad de los orígenes para convertirse en un objeto comercial, pero que, repito, toda su valoración y precio de comercialización descansa en su promoción a través del discurso sobre la ancestralidad de quienes están detrás de su producción. Ahí sirve el lugar de origen como una alusión a lo vernáculo para su promoción. Pero para el resto de la nación se vuelve tan cotidiano como las salchipapas de los pueblos de la costa, que parecen haberse convertido en la comida típica del Caribe colombiano, como la prenda que se debe usar en los desfiles inaugurales de las competencias deportivas internacionales, como el recuerdo que se deben llevar los funcionarios de gobierno que visitan el país o como la prenda que no debe faltar cuando se hincha por la selección colombiana de fútbol en los mundiales. La noción de patrimonio suele volver las cosas elementos de uso común, pero se manosea tanto el discurso estético que se pierden los contextos sociales y políticos de su producción.

La idea de patrimonio a veces descontextualiza y domestica. Tanto, que al país le sorprende que unos escolares zenúes usen en una ceremonia el sombrero que toda la vida han producido ellos y sus antepasados. Como si el papel que le hubiéramos dado en esta repartición internacional de los símbolos culturales sea únicamente el de producirlos para que otros, la nación, los presuman.

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