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Entre los 4.629 caracteres de mi anterior columna, dos letras, un par de facinerosas vocales suscitaron airados reclamos en el foro. Dos palabras entre 980 desataron un mecanismo instintivo de defensa y conservación del lenguaje, un perentorio no nos venga aquí con eso de que el sublime bisturí del tango desgarró a “todes les presentes”.
Desde orillas ideológicas distintas, el lector Atenas sindicó al par de es de ridículas y extravagantes activistas de una pestilente moda, y Donaldo opinó que eso de todes y les estaría mejor entre parceros, pero solo en el habla, no en la escritura, con una audiencia diversa, que exige del escritor otra responsabilidad. Incluso mi primo Julio Enrique, ávido lector de poesía vanguardista, sentenció: “Excepto por el voquible todes, a la mayoría de lectores nos gustó la historia”.
Si yo, empleando el masculino genérico, piedra angular del patriarcado gramatical, hubiera anotado que el sublime bisturí del tango había desgarrado “a todos los presentes”, no hubiera habido ningún lío, pues tal es el uso interiorizado por el hábito lingüístico. Lo que sucede es que en el funeral descrito estuve rodeado, entre otras, por Olga, Patricia, Jineth, Ana Lucía, Rita, Martha, Luz Mary, Alejandra, Ana Mercedes y Gabriela, y por eso, al querer plasmar ese momento, no me pareció justo ni exacto escribir “todos los presentes”, como tampoco me hubiera parecido justo ni exacto escribir “todas las presentes”, ya que igual allí también estaban, entre otros, Juan Jacobo, Leonardo, William, Orlando, Alejandro, Miguel y Juan Manuel.

Sublime, desgarrador y maravilloso como el bisturí del tango, el lenguaje es, no obstante, un instrumento dinámico, mutable, imperfecto y perfectible. Una de sus limitaciones es la de no poder nombrar la dualidad al mismo tiempo, y, en el caso de las denominaciones genéricas, tener que privilegiar un género para dar cuenta de todos, como ocurrió en Francia en 1789 cuando se declararon los Derechos del hombre y del ciudadano, los cuales se supone que también deberían haber abarcado a las mujeres y a las ciudadanas.
Creación humana, demasiado humana, el lenguaje no es neutral ni inocente. El análisis de autores como Foucault ha demostrado que el lenguaje reproduce relaciones de poder, generando procesos sociales excluyentes y opresivos. En palabras de la jurista y docente costarricense Alda Facio, “como los hombres han tenido el poder de definir las cosas y los valores, solo las cosas y valores que ellos han definido están aceptados como válidos en nuestra cultura y, por ende, esta cultura es masculina”.
No conozco una expresión que ponga más en evidencia el carácter patriarcal y eurocéntrico del lenguaje que usamos habitualmente que la consigna “Dios es negra”, enarbolada por teólogas de la liberación norteamericanas en los años setenta. Esa frase resulta gramatical e ideológicamente subversiva porque la cultura occidental ha representado a Dios como un anciano varón blanco y barbudo, tal como lo pintó Miguel Ángel en el inmortal fresco de la Capilla Sixtina. Para que Dios fuera mujer y negra tendría que haber sido concebido en una sociedad afro y matriarcal, tal como, reinterpretando a Miguel Ángel, la imaginó la artista cubana estadounidense Harmonía Rosales en el lienzo “La creación de Dios” (2017).
En febrero de 2006, el entonces magistrado de la Corte Constitucional Humberto Sierra Porto admitió revisar una demanda contra el artículo 33 del Código Civil, el cual, a juicio del demandante, al pretender cobijar a todos los individuos de la especie humana bajo el vocablo “hombre”, incurría en una definición discriminatoria que relegaba a las mujeres a una situación de invisibilidad y subordinación. Tras solicitar y ponderar los conceptos de diversas instancias, Sierra Porto terminó por darle la razón al demandante y puso el dedo en la raja al formular la pregunta: “¿Por qué el vocablo hombre puede convertirse en referente de la humanidad en su conjunto y el término mujer no? En realidad, no existe una razón de orden racional u objetiva capaz de responder a este interrogante”.
Posteriormente, en septiembre de 2023, la Corte admitió revisar dos tutelas interpuestas por tres alumnas de la Universidad Manuela Beltrán y una de la Universidad de La Guajira, quienes solicitaban que en sus respectivos diplomas de grado se adecuara su título al género femenino, pues en el primer caso pedían que se las reconociera como Ingenieras Biomédicas, y no como Ingenieros Biomédicos, y en el segundo caso como Licenciada en pedagogía infantil en lugar de como Licenciado en pedagogía infantil. Esta vez, la Corte también acogió las pretensiones de las demandantes, concluyendo que ambas universidades habían vulnerado sus derechos fundamentales a la igualdad y al libre desarrollo de la personalidad al negarse a expedir sus títulos sin considerar su identidad de género.
Si en esta sentencia, emitida el 28 de junio del presente año, resulta lógico y de elemental justicia que la Corte les haya dado la razón a las demandantes, quizás sea más difícil tragarse los sapos de otras decisiones que han reconocido el derecho de personas trans o no binarias a ser reconocidas en su identidad sexual. Durante el trámite del expediente, el Centro Plurales de la Universidad del Rosario divulgó el caso de Alelí Gael Chaparro, una persona no binaria a quien esa universidad, con el aval del Ministerio de Educación, le otorgó el título de “Abogade”. Tal precedente se suma al de otre rosarista a quien se le otorgó el título de “Psicologue”, así como al de otre individue a quien la Universidad de los Andes le otorgó el título de “Biologue”, y al de un medio tocayo mío, Johnajohn Campo Betancourt, profesional del Instituto Departamental de Bellas Artes de Cali, considerade la primera persona del país en obtener el título de “Maestre de artes plásticas”, un vocablo neutro que denota su identidad no binaria.
De modo que, por favor, querides y apreciad@s lectorxs, la próxima vez que se topen con un marcador de género de estas características, antes de proceder a sulfurarse, tengan en cuenta que estas transformaciones no son simplemente una caprichosa moda juvenil. Se trata, más bien, de intentos por construir desde el lenguaje una sociedad con una mentalidad más incluyente, pluralista y respetuosa de la diversidad.

Por John Galán Casanova
