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Cada vez que veo a la gente pegada de sus celulares en el Transmilenio recuerdo este párrafo de Antonio Escohotado: “En un mundo donde la esfera privada se encuentra cada vez más teledirigida, tras apoyarse sobre mecanismos de presión externa, la gran apuesta del poder contemporáneo es mandar desde dentro, como controlador cerebral”.
No quiero ser injusto ni entrometido. La gente va o vuelve de sus actividades y quiere distraerse antes de iniciar la jornada o luego de concluirla. Esa es la misión del celular: te distrae, captura tu atención, se adueña de tus ojos, devora tu tiempo “desde dentro, como controlador cerebral”.
Nos distraemos sin caer en cuenta de que distracción es sinónimo de descuido, despiste, ligereza y olvido. Y antónimo de concentración, atención, interés, consideración, cuidado, esmero, observación, aplicación, análisis y escucha.
Anoche vi pasar a un vecino con su perro. El chico de unos once años salió en pijama y pantuflas. Llevaba el celular en la mano y la mirada fija en la pantalla sin reparar en el piso, el jardín, las estrellas o el perro. Minutos después regresó en idéntica disposición. Me hizo recordar a la mexicana Ira Franco: “El teléfono móvil es el gran agente de la neo-neurosis aislante. Para algunos la vida es impensable ya sin sus grupos de Facebook, sin la revisión de frases dislocadas en Twitter y WhatsApp, sin el constante monitoreo de la persona amada por el celular”.
Me incluyo entre esos billones de algunos. No vivo pegado del celular, pero vivo pegado al computador (y, dicho sea de paso, al televisor). Cada media hora, durante mis pausas activas, rastreo titulares, busco si llegó algún mensaje, reviso si he pescado likes, le echo un vistazo al grupo familiar y, en efecto, si Ale está fuera, verifico si hay algún reporte de ella.
Hagamos un test. ¿Lo primero que hacen al despertar es mirar la hora en el celular, y de paso chequear mensajes o noticias? ¿Antes de dormir apagan el celular, y de paso chequean mensajes o noticias? ¿Si les preguntan algo y están usando el celular les cuesta responder? ¿Si le preguntan algo a alguien y la persona está pegada al celular le cuesta responder? ¿Cogen el celular para algo y al activarlo terminan haciendo otra cosa? ¿Se estresan cuando no tienen el celular a la mano, o si se va a descargar? Si a nada dijeron que no, y a todo que sí, bienvenid@s al siglo XXI, miríadas de adict@s digitales.
Cuando recibimos una notificación o interactuamos con el celular, se libera dopamina, un neurotransmisor asociado al placer que activa un circuito de recompensa que nos lleva a repetir ese acto de manera compulsiva una, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra vez. El resultado es que el cerebro de niñ@s, jóvenes y adult@s se erosiona como un queso suizo agujereado por el multitasking.
Mientras nuestra eficiencia cognitiva disminuye, la sobreinformación satura la memoria y el pensamiento se torna disperso y superficial: “Nuestros cerebros están programados para disfrutar cosas novedosas y estimulantes. El celular capitaliza eso ―señala Matt Cruger, neuropsicólogo del Child Mind Institute de Nueva York―. Es más fácil entretenerse revisando el teléfono o jugando algún videojuego, que con tareas que requieren más esfuerzo mental”.
En el documental No tenéis ni **** idea, se ve a Luis Enrique, el entrenador del París Saint-Germain, cuando interrumpe una sesión de trabajo en su oficina para realizar una pausa activa. No se pone a revisar el teléfono, que es lo que habría hecho un adicto digital. En vez de eso, se levanta de la silla y ejercita todos los grupos musculares durante cinco minutos.
Ese ejemplo de sedentarismo activo deberíamos seguirlo como un recurso contra el deterioro de la experiencia física, la atrofia mental, el aconductamiento virtual, la adicción digital y la, óigase bien, tiktokización, instagramización, facebookización y Xsización de la vida.
De otro modo, el déficit de atención que roe y atomiza nuestra conciencia continuará empujándola al borde de la extinción.
