Hay cambios de cambios. Cambios que se anhelan y cambios que se padecen. Cambios que construimos y cambios que nos desbordan. La pandemia nos cambió la vida, por cierto, y más nos la cambiará el inexorable cambio climático.
La pandemia nos aíslo y aumentó exponencialmente nuestra dependencia del celular, el computador y la tv. La población mundial tuvo que sumergirse aún más en lo virtual: legiones de niños conectados a consolas de videojuegos; millones de jóvenes, ancianos y adultos usuarios de Google, Facebook, Twitter y WhatsApp, reclusos contemporáneos adictos a los deportes, las noticias, las series, el porno, la farándula y el reguetón.
Cuando en el Transmilenio contemplo durante media hora a una chica que no despega la vista del celular, constato el dramático cambio operado en el cerebro humano colonizado y reconfigurado por las pantallas y las redes sociales: una coladera de cerebro cada vez más fragmentario, sobreestimulado, ligero, espasmódico, impresionable y fugaz. El tipo de cerebro que para bien o para mal se va a encargar de determinar quién será el próximo presidente de Colombia.
En 2018, el país aplazó la aspiración del cambio. Inclinó la balanza a favor del candidato que tocaba guitarra eléctrica y sostenía un balón en la nuca. Ahora, cuatro desastrosos años después, un sector significativo de la sociedad se muestra dispuesto a votar por un magnate cuyo principal atributo es el de desvariar, payasear e insultar desde la piscina y la cocina de su casa.
Ángel Becassino, el publicista argentino responsable de fabricar semejante paquete chileno, pretende vender su Rodolfico como un personaje auténtico, de lenguaje exótico, atravesado, alegre y jodón. Acerca de Petro, su antiguo empleador, sostiene, en cambio, que, aunque muy inteligente, es muy trágico y melancólico.
Si se tratara de seleccionar al ganador de un reality, vaya y venga: en tal caso podríamos optar por el viejito ramplón, presuntamente gracioso, irascible. Pero cuando lo que está en juego es escoger a quien intentará gobernar un país desangrado y convulso, parece inobjetable decidirse por el candidato inteligente, serio y preparado, así resulte trágico y melancólico.
Umberto Eco advirtió sobre el fenómeno de que las redes sociales han dado voz a hordas de idiotas “que primero solo hablaban en el bar sin dañar a la comunidad, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”.
En este sentido, la actual contienda electoral plantea una disyuntiva entre la civilización y la nueva barbarie de populistas como Bukele, Bolsonaro o Trump; entre el debate racional y la pulsión emotiva de los memes y TikTok; entre una candidatura programática y un significante sin contenido, entre un cambio estructural o un salto al vacío.
Por primera vez en décadas, la sociedad colombiana está ante la inminente posibilidad de elegir un Gobierno de tendencia progresista, o sucumbir ante un embrujo banal que en realidad es el mismo embrujo autoritario, despótico y arbitrario de siempre.
CODA
Imposible cerrar sin compartir la siguiente admonición de Marshall McLuhan, gurú de la teoría comunicacional y la sociedad de la información, denunciando el potencial apocalíptico y devastador de la internet: “Una vez que hayamos supeditado nuestros sentidos y sistemas nerviosos a la manipulación privada de quienes intentarán beneficiarse a través de nuestros ojos, oídos e impulsos, no nos quedará ningún derecho”.