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Tal vez me recuerden. Soy el de las gafas, quiero decir, quien en agosto del año pasado publicó aquí una columna titulada «El de las gafas»: «El de las gafas soy yo, que las estoy usando por primera vez en cincuenta y dos años. Tal y como el converso declara haber visto la luz, así doy testimonio del milagro».
Pero ya no soy solo El de las gafas: ahora soy también El que busca las gafas. El que busca las gafas, las llaves, la billetera, la cédula, los lapiceros, el brillo, el cortaúñas, el talco, la candela, el celular.
Tras leer al investigador y teórico informático Evgeny Morozov, vengo a enterarme de que, además, aparte de ser el de las gafas y el que busca las gafas, ahora soy también un cyborg: «Cualquiera que use anteojos —afirma Morozov— es un cyborg». El término cyborg es un acrónimo que surge al juntar las palabras cyber (cibernético) y organism (organismo); designa por tanto un organismo cibernético, una criatura cuyas facultades son intervenidas por dispositivos tecnológicos. Es en este sentido que un simple gafufo como yo resulta ser tan cyborg como quien usa unas gafas-visera Microsoft HoloLens, que interactúan con proyecciones gráficas en 3D.
«En un futuro no muy lejano, las gafas nos permitirán desplegar sobre la realidad (el vagón del metro) una pantalla de cine virtual en la que veremos la película a una escala muy superior a la de las actuales tabletas, mientras en un lateral leeremos los whatsapps o equivalentes —afirma el catedrático de ciencias de la computación e inteligencia artificial Xavier Alamán—. La gente vivirá en un entorno que mezcla la realidad con lo virtual. Pasaremos a vivir en la realidad aumentada». En marzo de 2019, la revista Wired se atrevió a bautizar este mundo venidero. Lo denominó mirrorworld, el mundo espejo: una plataforma tecnológica que replicará cada cosa del mundo real para ofrecer su derivada virtual.
«No veo la hora de poder experimentar con las gafas inteligentes, unos lentes de contacto que me dejen ver como Iron Man, ropa que cambie de color según mi estado de ánimo o me caliente si tengo frío y me refresque cuando tenga calor. El mundo que viene es encantador y ni en sueños nos hemos imaginado el futuro que nos espera», dice a propósito del mirrorworld un internauta fanático de la virtualidad y la tecnología.
Lo que muchos conciben como una extraordinaria realidad aumentada, para otras personas augura una realidad autómata, no aumentada sino empobrecida. «Somos un animal extraño que está siempre conectado», afirma el mexicano Naief Yehya, autor del libro Homo Cyborg. Su coterránea, la narradora Ira Franco, esclarece el asunto con precisión láser: «Dirán entonces que cualquier objeto creado por el hombre nos hace cyborgs, pero no es precisamente la idea: la cuestión es cuánto necesitamos ese objeto, cuánto no podemos vivir sin él. Para algunos la vida es impensable ya sin sus grupos de Facebook, sin la revisión de frases dislocadas en Twitter y WhatsApp, sin el constante monitoreo de la persona amada por el celular».
Esta adicción a la realidad duplicada que la fotografía, la radio y el cine hicieron posible, sentó las bases de un modo de vida aislado y virtual desde mediados del siglo pasado, con la masificación mundial de la TV. Telón de realidad sobre la realidad, la televisión llegó a cada casa como una caja de Pandora, como un caballo de Troya con la misión de levantar los puentes del tiempo y la materialidad.
Vehículos de reproducción ideológica del Estado y de los poderes privados que los detentan, puntas de lanza de la sociedad de consumo, teteros de criaturas amamantadas con cámaras y pantallas desde la más tierna infancia, los medios de comunicación se afianzaron como eje central de la actividad humana en el siglo XX y han extremado su influjo a través de las redes sociales durante el presente siglo, sobre todo a partir de la pandemia. El aislamiento hogareño ha dado pie al aislamiento individual, del mismo modo en que la televisión se ha encogido y personalizado en el celular. «El teléfono móvil es el gran agente de la neo-neurosis aislante, la burbuja del “yo y mis cuates del Facebook platicamos en el comedor de la casa de la abuela”, aunque la abuela esté presente y la ignoremos», puntualiza Ira Franco.
El profesor Alamán se arriesga a pronosticar: «Predecir es muy difícil, sobre todo el futuro, pero yo creo que de aquí a diez años desaparecerán los móviles». El codirector ejecutivo de Samsung, DJ Koh, quien tiene por qué saberlo, pues se lucrará de ello, asegura que los dispositivos inteligentes —gafas, relojes, pulseras, auriculares, llaveros o cualquier otro accesorio capaz de realizar tareas adicionales— serán pronto más importantes que los propios teléfonos. Anticipa que en los próximos años veremos cambios de mayor impacto que en toda la década pasada.
La mente humana ha sido, está siendo y continuará siendo colonizada, moldeada, reconfigurada y manipulada por las nuevas tecnologías. No hace falta incrustarse una antena en el cráneo, como el artista cyborg Neil Harbisson, o implantarse un chip en la sien, como los personajes de la serie Black Mirror, para vivir automatizados. Por ello conviene no olvidar estas agudas palabras del historiador y filósofo español Antonio Escohotado: «En un mundo donde la esfera privada se encuentra cada vez más teledirigida, tras apoyarse sobre mecanismos de presión externa, la gran apuesta del poder contemporáneo es mandar desde dentro, como controlador cerebral».
¡Hasta la vista, babys!
