Publicidad

EN EL CAMINO

El acordeón ilustre del juglar Gregorio Uribe

John Galán Casanova
28 de enero de 2023 - 05:01 a. m.
"El crítico estadounidense William Deresiewicz sostiene que el arte es un recipiente que necesitamos para alojar nuestra vida interior. A quienes así lo crean, y huyan de la mediocridad ambiente, les recomiendo que escuchen, bailen y disfruten este nuevo álbum del ilustre juglar Gregorio Uribe. No se sentirán defraudados".
"El crítico estadounidense William Deresiewicz sostiene que el arte es un recipiente que necesitamos para alojar nuestra vida interior. A quienes así lo crean, y huyan de la mediocridad ambiente, les recomiendo que escuchen, bailen y disfruten este nuevo álbum del ilustre juglar Gregorio Uribe. No se sentirán defraudados".
Foto: Cortesía

—Tengo un acordeón guardado que nadie está usando. Es de un tío, si quiere se lo presto y lo ensaya a ver si le gusta.

De este modo, a los 13 años, gracias al ofrecimiento de un amigo, el compositor e intérprete bogotano Gregorio Uribe encontró un instrumento y un destino: “Toqué tres notas y quedé enamorado”.

A los dos meses se fue a vivir a Australia. Allá, encerrado en su cuarto, a quince mil kilómetros del país, se familiarizó con los botones y el fuelle del que convertiría en compañero de su preciada soledad.

Un año después, soñando con ser juglar, se dibujó sentado bajo un árbol, tocando acordeón; montado a caballo, con mochila y sombrero, cargando un acordeón; dando serenata con un cajero y un guacharaquero ante un balcón; y durmiendo una pea en una hamaca, con una botella encima del acordeón.

El sueño de adolescente lo empezaría a concretar en Estados Unidos, tras graduarse con honores en el Berklee College of Music, al publicar su primer disco, Pluma y vino, en el que la guitarra reemplaza al acordeón. Cuatro años después, en 2015, Gregorio asombró al mundo desde Nueva York con su acordeón y la big band tropical que armó para tocar los temas de Cumbia universal, donde se combinan su pasión por la cumbia y el porro con los arreglos de jazz que había aprendido en la universidad.

Su inspiración fue la de llegar a ser un Lucho Bermúdez moderno, buscando su propio sonido, sin ser una mala imitación del gran maestro. Y a fe que lo consiguió. La canción que da título al álbum, con la participación de Rubén Blades, es un aporte fundamental que revitaliza desde Colombia la expansión trasnacional de la cumbia: “Cruza el Río Grande, universal; / hasta Nueva York, universal; / cumbia que se expande, universal; / cumbia camaleón, universal; / cumbia de la villa, universal; / cumbia carnaval, universal; / completa y sencilla, universal; / ¡cumbia universal!”.

Ocho años después, el pasado 19 de enero, en el Lincoln Center de Nueva York, Gregorio lanzó su tercer álbum, Hombre absurdo, para el cual contó con colaboraciones como la del triple rey vallenato Alfredo Gutiérrez, la cantautora Diana Burco y la voz líder de Bacilos, Jorge Villamizar. Son once composiciones en las que la risa dulce del acordeón (excepto la última, en la que Nicolás Ospina toca el piano) va más allá de los tradicionales aires vallenatos al fusionar la cumbia sabanera y el paseaíto con la timba cubana, la marimba de chonta, el merengue dominicano y la bomba puertorriqueña.

Gregorio filosofa en sus letras. En una salsa sabrosona como “Hombre absurdo” recrea el mito de Sísifo: “Hombre absurdo: / amanece / condenado a ser libre / y no se enloquece”. En “Atlas” plantea una peliaguda cuestión metafísica: “¿Cómo se cargan los cielos / si no hay suelo que pisar?”. En “Torre de marfil” confiesa que no logra conciliar “la alegría bajo el techo / y el amar la libertad”, y concluye que no hay Apolo sin Dionisio ni belleza sin suplicio. En “Hamartia” —del griego antiguo ἁμαρτία, “error fatal”— imagina un encuentro conmovedor con el niño que alguna vez fue, quien le dice: “Ahora que eres grande, / dime que has logrado / vencer al duende interno / que te ha atormentado”. Obligado a reconocer su fracaso, el Gregorio adulto cae en cuenta de que, como Sísifo, está condenado a ser siempre el mismo y no poder cambiar.

En momentos en que el planeta fatiga sus neuronas ante la inteligencia superior de Shakira, reconforta que un juglar como Gregorio Uribe no reproduzca en sus canciones la amarga doctrina de “si no me querés / te corto la cara”. En el merengue “Lloremos juntos”, por el contrario, en vez de denigrar de la expareja, la invita a que lloren juntos, sonrían y den gracias, porque nada ha sido en vano: “Que hable la vida, que hablen los años, / y que decidan si otra vez nos encontramos”.

Más cercano a Rilke que a las hermanitas Calle, Gregorio concibe el amor como la unión de dos soledades que se respetan. El coro de “Media naranja”, que canta con Jorge Villamizar, es claro al respecto: “Yo quiero que tú acompañes mi preciada soledad, / prometo cuidar la tuya y ofrecerte mi verdad”. En esta canción, Julieta hace un doctorado, Romeo no se suicida, Adán plancha sus camisas, Eva no utiliza su apellido de casada, Tristán sale del closet y Dulcinea vive en concubinato, igual que María y José. Este amor sin convencionalismos pone en entredicho el mito de las almas gemelas: “no soy tu media naranja, / tú no eres mi solución, / no quiero tu dependencia, / pero me encanta tu olor”.

El crítico estadounidense William Deresiewicz sostiene que el arte es un recipiente que necesitamos para alojar nuestra vida interior. A quienes así lo crean, y huyan de la mediocridad ambiente, les recomiendo que escuchen, bailen y disfruten este nuevo álbum del ilustre juglar Gregorio Uribe. No se sentirán defraudados.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar