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John Galán Casanova
15 de octubre de 2022 - 05:30 a. m.
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Alejandro Gaviria describió alguna vez la guerra contra las drogas como un mundo lento en donde hace falta correr todo el tiempo para permanecer en el mismo sitio.

En buena hora, aguijoneado por Gustavo Petro, Joe Biden resolvió bajarse de esa bicicleta estática, empujarla y hacerla avanzar unos cuantos centímetros. Los pasos que ha dado al indultar a 6.550 condenados por tenencia de marihuana y pedir que se revise la clasificación de esta planta en la Ley de Sustancias Controladas son insuficientes, pero a mediano y hondo plazo marcan un viraje significativo. Es la primera vez que un presidente de los Estados Unidos en ejercicio admite el error de cien años de penalizar el uso del cannabis: “Demasiadas vidas han sido destrozadas debido a nuestro enfoque fallido de la marihuana. Nadie debería estar en la cárcel solo por consumir o poseer marihuana. Hay miles de personas condenadas por posesión a las que se les puede negar empleo, vivienda u oportunidades educativas como resultado”.

Miles no, millones. Se estima que, desde 1965, alrededor de 29 millones de estadounidenses, en abrumadora mayoría negros y latinos, han sido arrestados por infracciones relacionadas con la marihuana, fruto de una política antidrogas que desencadena abusos de autoridad, un encarcelamiento sesgado y masivo, sentencias excesivas y una implacable estigmatización.

Esta persecución, disfrazada de cruzada moral, ya en 1991, 31 años antes de que Biden lo constatara, le parecía inmoral al nobel de economía Milton Friedman: “A mí me parece absolutamente oprobioso que nuestro gobierno esté en condiciones de convertir en delincuentes, de destruir vidas, de encarcelar a personas que puede que hagan algo que usted y yo no aprobemos, pero que no le están causando daño a nadie”.

Una insuperable caracterización de cómo se aceita y enquista el mecanismo de una cruzada antidrogas es la que formuló en los años sesenta el escritor beat Alexander Trocchi: “El control penal de ciertas drogas es una causa estupenda para la delincuencia juvenil. Esto justifica a la policía; y como los adictos han de correr tantos riesgos para conseguir las drogas, su captura es relativamente fácil. Así, la situación permite a una policía heroica practicar espectaculares detenciones, a los abogados hacer sustanciosos beneficios, a los jueces pronunciar discursos, a los grandes traficantes amasar fortunas y a los periódicos vender millones de ejemplares”.

Invocando tesis de Durkheim sobre la función del castigo penal, Antonio Escohotado plantea que disuadir a ciertas personas del uso de determinadas sustancias es solo la finalidad aparente de este tipo de cruzadas: “La [finalidad] real se basa en que las ‘gentes de bien’ sientan a la vez temor (ante la perspectiva del estigma) y placer (viendo castigada la desviación)”.

No es gratuito que en los Estados Unidos la histeria prohibicionista haya surgido precisamente en el sur, como una reacción xenófoba de gente autodenominada blanca que veía en la marihuana un vehículo de depravación propio de los mexicanos y los negros, quienes pasaron a representar el rol de chivos expiatorios que irlandeses e italianos habían desempeñado durante la prohibición del alcohol.

Harry Anslinger, director de la Oficina Federal de Narcóticos entre 1930 y 1962, padre fundador de las fake news, mediante titulares como: “Mexicano enloquecido por la marihuana corre frenético con un cuchillo y mata seis personas”, se encargó de crear una leyenda macabra en torno a la marihuana, asegurando que conducía al crimen, al manicomio y a la tumba. De ese modo, consiguió que los prejuicios ideológicos se impusieran sistemáticamente sobre toda evidencia científica, como ocurrió en 1944, cuando descalificó un estudio de la Academia de Medicina de Nueva York donde se demostraba que la marihuana no provocaba actos demenciales o violentos, no era adictiva ni incitaba al uso de opiáceos, y en 1958, cuando condenó el informe de la Asociación Médica Americana que calificaba la guerra contra las drogas como una “empresa seudomédica y extrajurídica” que en vez de solucionar problemas de marginación los producía. Idéntica reacción a la del presidente Nixon en 1972, cuando la comisión que él mismo había convocado con el propósito de “romperle el culo a la marihuana” –son sus propias palabras– le recomendó acabar con la prohibición y adoptar un enfoque de salud pública, no punitivo.

La guerra contra las drogas es una política perversa que la aldea global ignorante y la patria boba se han encargado de alimentar. Dado el grado de irracionalidad y arbitrariedad que la sustenta, así como es de celebrar que en Colombia haya sido aprobado en segundo debate el proyecto para legalizar el uso recreativo del cannabis en adultos, también es de celebrar que en los Estados Unidos se quiera avanzar en firme hacia la despenalización.

Parafraseando al astronauta Neil Armstrong, los trastabillantes pasos del presidente Biden constituyen un salto enorme para la humanidad.

CODA

Remato con una perla del psiquiatra R. D. Laing: “Sería mucho más feliz si mis hijos adolescentes, sin faltar a la ley, fumaran marihuana cuando quisieran, en vez de llegar a caer en la situación de muchos de sus padres y abuelos, adictos a la nicotina y al alcohol”.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.
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