Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Tras conocer a Jhon Albarracín y enterarme de la existencia de su abuelo, mi vida se volvió una cacería de minucias en los dominios de Bill Martínez, el Tigre Colombiano.
2014 fue un año del caballo de madera en el calendario chino. En mi calendario, fue un año del Tigre, el primero de media década dedicado a investigar como una bestia y a escribir como un salvaje las hazañas del más grande campeón colombiano de lucha libre.
Todo se precipitó a partir de la reunión en la que Jhon me presentó a su hermano Javier, y este me entregó una memoria USB con el archivo personal que el Tigre le había confiado en una de sus visitas al país. En la USB encontré más de 1.800 imágenes con fotografías, recortes de prensa, carteles, programaciones, portadas de revistas, certificaciones de promotores, partes médicos, carnets, cartas, dibujos y caricaturas, organizadas en seis grandes carpetas: Peleas en América, Peleas en Europa, Peleas en África y Asia, Castigos, Poses y grupos y, por último, Técnicas y situaciones. Ese archivo que el Tigre protagonizó y documentó a lo largo de 37 años de carrera deportiva fue la piedra de Rosetta que me fue dada para verificar una vida extraordinaria.
Contar la vida y leyenda de Bill Martínez desborda los límites de su historia individual. Nos remite a una época entre los años cincuenta y mediados de los setenta del siglo XX, la época de oro de la lucha libre profesional. A los triunfos, dramas y quebrantos de una legión de atletas que estrechó musculosos lazos por el mundo, sin distingos de raza, lengua o nacionalidad. Cuando los luchadores erraban de país en país abarrotando carpas y coliseos, acaparando titulares, despertando odios y adhesiones. Cuando las filas para entrar a la Plaza de Santamaría llegaban hasta la carrera Séptima, y la lucha libre convocaba por igual a grandes y chicos, embajadores, emboladores, gobernadores, periodistas, obreros, bailarinas, amas de casa, criadas, reclutas, policías y ladrones. Cuando a través de los carteles de las luchas se popularizó en Bogotá el lema «Buses a todos los barrios», porque los organizadores les daban entradas gratis a los choferes para que hicieran las rutas.
No todo fue armonía en mis primeros tratos con el Tigre. Hubo respuestas cortantes de su parte, si sentía que alguna de mis preguntas amenazaba su intimidad. Y rugió ante cuestiones que consideraba tergiversadas o equívocas. La situación más delicada, que puso en riesgo nuestra relación, surgió a propósito de algo que los no iniciados en el tema suelen plantearse: ¿las peleas de lucha libre son reales o fingidas?, ¿lo que sucede en el ring ocurre al calor del momento o hay un libreto previamente convenido?
La reacción del Tigre fue inmediata. Su respuesta constituye un manifiesto donde sentó con vigor su posición:
Apreciado John:
Estaba muy satisfecho con la calidad de tus preguntas y pensé que tendríamos un final feliz, pero estas atacan mi dignidad, mi amor propio y la transparencia de mi deporte que tanto amo.
Desde que ingresé en distintas disciplinas deportivas, mis profesores me inculcaron honestidad, nobleza y respeto hacia el público. Para ser un buen luchador se requiere una vasta experiencia amateur, y luego, en el profesionalismo, enfrentar muchas envidias y traiciones, y superarlas a base de triunfos, no de derrotas. Para ser campeón nacional, vencí a todos los luchadores colombianos de esa época. Cuando llegué al extranjero, donde nadie sabía de mí, tuve que imponer a huevo mis conocimientos. En París, el promotor no me conocía, ni tenía idea de dónde quedaba Colombia. Presenté pruebas de suficiencia contra luchadores franceses que querían joderme y no pudieron. Después viajé a Alemania para participar en el campeonato mundial y pasó lo mismo: creyeron que al suramericano lo iban a liquidar rápido, y gané.
Ningún deportista es invencible. Yo perdí muchos combates, pero no me dejé ganar de cualquier pendejo. Me ganaban, o bien por errores míos, o porque habían sido superiores a mí. Permíteme exigirte una disculpa si deseas continuar con las preguntas. En parte te disculpo porque tal vez tienes como referencia la lucha de ahora, un espectáculo acrobático, de circo, lleno de máscaras y luces, sin promotores conocedores del oficio y sin instructores capacitados. Por eso la historia de la lucha libre se divide en dos: la época dorada y la época del declive. Te pido que no me revuelvas. Yo fui, soy y seré respetado por mis logros deportivos en la época de oro.
A sus 92 años, aunque cada vez deba lidiar más con ella, eso no significa que el Tigre viva apabullado por la muerte. La acepta como un cambio de residencia que la inmensa mayoría de sus camaradas ha hecho ya. En ese punto cita la doctrina budista: “Mi naturaleza es envejecer; no hay ningún modo de evadirlo. Mi naturaleza es tener dolencias y salud; no hay forma de escapar a esto. Mi naturaleza es morir; no existe manera de huir de la muerte”.
Con todo, Bill es un vitalista. Su entusiasmo por existir predomina. La certeza de que su paso por el mundo tendrá fin lo hace valorar más cada instante:
La vida se nos va en segundos. Para que cada segundo sea gratificante hay que darle dirección y acción al pensamiento y poner el corazón en lo que se hace. Hoy es el día, el gran día para no dejarnos vencer por la pereza, el conformismo y la indiferencia. Con optimismo y fe venceremos, en lo posible, los obstáculos de la edad, hasta que en el último suspiro podamos decir: ¡misión cumplida!
No es esta una visión ingenua. Exige tenacidad, sacrificio, constancia, los pilares sobre los que el Tigre edificó su leyenda. Un ideario estructurado a partir de seis premisas: amor sin límite por el deporte, súper entrenamiento, súper alimentación, conducta irreprochable dentro y fuera del ring, desconfianza extrema ante cualquier adversario y, por último, respeto absoluto hacia la afición.
Quienes deseen conocer más sobre la maratónica trayectoria del Tigre Colombiano, pueden recorrer las páginas de Entrena como bestia, pelea como salvaje, biografía que será presentada el martes 8 de noviembre a las 6:30 p. m. en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Ese día, si el cielo así lo permite, bajo el agudo arbitraje de Mario Jursich, el protagonista y el autor del libro sostendrán un cara a cara sin límite de tiempo, un mano a mano exhaustivo, un incruento desafío de calva contra calva.
Entrada libre - Buses a todos los barrios – No olvidar el paraguas.
