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En el camino

Hambre y circo

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John Galán Casanova
19 de noviembre de 2022 - 05:01 a. m.
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En estos tiempos de carestía, decrecimiento, escasez y todo tipo de trastornos climáticos y alimenticios, ha llegado la hora de que la voraz masa consumidora del mundo se ajuste el cinturón. La historia de un par de artistas del hambre que visitaron el país a mediados del siglo pasado puede resultar inspiradora.

El fakir Urbano Ribeiro y su esposa, la Fakiresa Rubia, llegaron a Bogotá en enero de 1951, contratados por un audaz empresario de espectáculos, el exboxeador de peso gallo Luis Duffó.

Ribeiro, el brasilero que, según los periódicos, “había hecho del hambre su profesión”, se propuso permanecer treinta días sin comer ni beber, encerrado en una urna de cristal instalada en un local de la antigua plazuela Caro, en la Séptima con 19. Luego de cancelar cincuenta centavos, los espectadores podían rodear la urna y contemplar la boca cosida, los gestos de mártir y las contorsiones del fakir. De paso, si tenían suerte, admiraban la estampa de Elvira, la exótica fakiresa rusa.

Tras veintitrés días desafiando a la muerte, Urbano se declaró extenuado. Elvira afirmó estar presta a reemplazarlo y a ayunar durante quince días en la misma urna. No dijo qué atuendos pensaba lucir. En la foto de su habitación en el hotel Granada apareció sugestiva con un baby doll blanco y una muñeca en el regazo.

Al fabricar semejante nota para la prensa, Duffó avivó el suspenso acerca de si el fakir aguantaría la semana que le faltaba para culminar su reto, y creó la expectativa sobre el ingreso de la fakiresa al espectáculo. Por fin, dos semanas después, en el teatro Faenza, a dos pesos la entrada, durante un acto que contó con la presencia del embajador brasilero, se dio “la resurrección del gran fakir Urbano”, quien explicó a la audiencia cómo había podido alcanzar treinta y seis días de ayuno absoluto.

De Elvira no se volvió a saber hasta el martes siguiente, cuando Duffó anunció que a partir del sábado “la más bella ayunadora del mundo” iniciaría quince días sin comer ni beber, recluida en la urna de oro y cristal de su pagoda. La respuesta de los bogotanos no se hizo esperar: si primero habían acudido a contemplar al fakir enjuto con la boca cosida, con más veras se volcaron a admirar los encantos de su compañera.

El revuelo generado en torno a la Fakiresa fue cubierto en detalle por la prensa, que publicó apartes de su diario íntimo, donde Elvira discurría acerca de los dolores de estómago de los primeros días, los jovencitos enamorados que la visitaban y querían aprender a ayunar con ella, los celos de Urbano, las rosas que le enviaba Duffó y la molestia por los ebrios que llegaban a importunarla en la madrugada. En el teatro Lux, tras “diecisiete días de martirio”, la fakiresa rusa concluyó su ayuno y salió sana y salva de la urna, para alivio y pesar de sus admiradores, que no volverían a verla.

En esa Bogotá de mitad de siglo, que rebrotaba tímidamente del horror de El Bogotazo, en una época en la que los espectáculos más concurridos de la capital eran el cine, el fútbol, el teatro, las corridas de toros y el circo, Luis Duffó coronó así un rotundo éxito de tintes macondianos. Quienes calificaron el espectáculo de Urbano y Elvira como mera charlatanería, se llevaron tamaña sorpresa al año siguiente, cuando desde Ciudad de Panamá llegó la noticia de la muerte de Ribeiro durante una de sus radicales abstinencias.

Si Urbano ayunó durante 36 días, y Elvira durante 17, en mi calidad de miembro de la Liga de consumados consumidores consumidos, como una medida crucial, saludable y amigable con el planeta, he resuelto ayunar de modo intermitente y focalizado durante una quincena. A partir de la fecha de aparición de esta columna, iniciaré un ayuno de azúcar y lácteos; menos helado, brownies y dedos turcos del D-1. Un ayuno total de comida chatarra, paquetes y ultraprocesados. Un ayuno de menos frituras y más frutas y verduras. Un ayuno de harinas, de menos arroz y poco aceite al prepararlo. Un ayuno, una tregua de proteína animal, acompañada de una leguminosa apoteosis de quinua, lentejas, ahuyamas, arvejas secas, fríjoles y garbanzos. Un ayuno de cero gaseosas, con el imperativo de rescatar bebidas alternativas: aguas aromáticas y digestivas, agua de piña, de apio, de toronjil, limonada, naranjada, agua de Jamaica, de hojas de mango, de linaza, anís y jengibre.

Introducir cambios en hábitos alimenticios largamente arraigados, minar rutinas compulsivas con dosis de contención y extrañamiento, constituye, como la risa y el afecto, un remedio infalible, un despertador para la conciencia y un paso en firme hacia la levedad del ser, hasta que, como Urbano y Elvira, y como el ayunador del célebre relato de Kafka, logremos ser espectadores de nuestra hambre completamente satisfechos.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.
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