La semana pasada salí mal librado de un encontrón con la Inteligencia Artificial.
Publiqué la columna “A propósito de la palabra indio” comentando, entre otras cosas, que el diccionario de la RAE incluye la definición “inculto, de modales rústicos” entre sus acepciones de dicha palabra. La lectora Ana Cecilia Londoño objetó: “No sé en cuál diccionario consultó usted, porque en el mío de la Real Academia Española esa definición no aparece, ni en internet tampoco”.
Desconcertado, entré a la red para corroborar que, efectivamente, en el Diccionario de la lengua española, edición del tricentenario, actualizado en 2021, la RAE incluye como sexta acepción de la palabra indio:
6. adj. despect. Bol., Col., Guat., Nic. y Ven. inculto (‖ de modales rústicos).
Desgranado, lo que allí se afirma es que en Bolivia, Colombia, Guatemala, Nicaragua y Venezuela ―aunque yo diría que faltan otros países― se usa la palabra indio como un adjetivo despectivo para decir que alguien es inculto, de modales rústicos. El 8 de octubre de 2018, el portal ¡Pacifista! registró que la inclusión de esta acepción provocó una oleada de descontento, dando pie a una petición firmada por 2.670 personas bajo la etiqueta #IndioNoesInculto, en procura de que la mentada definición fuera eliminada o modificada.
Procedí a comunicarle lo anterior a Ana Cecilia Londoño en el foro de los lectores cuando, ¡oh, sorpresa!, el editor artificial de El Espectador deshabilitó mi comentario. Al preguntarle por qué, me contestó: “Su comentario parece infringir las pautas de nuestra comunidad y ha sido deshabilitado”. Minutos después, para colmo, el lector Leonardo Rodríguez entró a apoyar a la señora Londoño citando las cinco primeras acepciones de la RAE, pero ignorando la sexta. Sin querer dudar de su buena fe, intenté responderle y, ¡cáspita!, el editor artificial volvió a rechazar mi aclaración.
A punto de entrar en pánico, le escribí a Juan Carlos, Ana María y Juan Diego, los editores humanos del equipo de opinión del periódico, reportándoles lo ocurrido. Amable y diligente, Juan Diego me respondió que, tras tratar de resolver el problema sin poder dar con la causa, había alertado al personal del equipo web, quienes tampoco lograron resolver el misterio.
Sospecho que, al detectar en mis réplicas las palabras indio e inculto, el editor artificial dedujo que yo estaba siendo ofensivo y procedió a censurarme. La cuestión podría tomarse como un incidente menor, si no fuera porque no pocos lectores se quejan de que sus comentarios son deshabilitados de manera arbitraria por el omnipotente y antidemocrático editor sin rostro.
En la columna “Inteligencia emocional”, Juan Esteban Constaín registró el episodio sucedido durante el reciente Abierto de Ajedrez de Moscú en el que el brazo mecánico de un robot apresó y le fracturó un dedo a un niño de siete años con el que jugaba una partida. Sergey Smagin, vicepresidente de la Federación Rusa de Ajedrez, tuvo la cara dura de asegurar que el accidente no ocurrió por culpa de la máquina, sino del niño, quien se habría precipitado a mover su ficha antes de tiempo: “Hay ciertas normas de seguridad y el niño, al parecer, las violó”.
Vivimos una época en la que, insisto, tanto el presente y el futuro, como la realidad y la imaginación, se muerden la cola. Hace ochenta años, en su cuento Círculo vicioso, el narrador de ciencia ficción Isaac Asimov formuló por primera vez sus tres leyes de la robótica, la primera de las cuales reza: “Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño”, algo muy en la línea de los siete principios éticos de la Inteligencia Artificial promulgados por Google en 2018, dentro de los cuales se establece no diseñar armas u otras tecnologías que puedan “causar o facilitar de manera directa lesiones a las personas”.
Imagino la zozobra y el escepticismo de Christopher, el niño atacado por el robot en Moscú, quien tuvo que jugar su siguiente partida con el dedo enyesado. Personalmente, me declaro víctima de injusta censura por parte de la Idiotez Artificial y pretendo llevar mi caso ante la Corte Robótica Internacional, que debe estar operando ya en alguna parte del ciberespacio.