Publicidad

En el camino

Luis Tejada Cano (IV)

John Galán Casanova
25 de mayo de 2024 - 05:05 a. m.

1920: un mal antioqueño

De regreso en Medellín, la villa de su infancia y adolescencia, Tejada se muestra dichoso de volver a disfrutar del “ambiente envolvente y cálido” de sus calles, aspira con “avidez loca” el perfume de sus jardines y exalta la belleza de los puestos de frutas y flores: “Las naranjas amarillas restallan, azotando las pupilas con una vividez grata y fuerte; las macetas de lirios de Santa Elena y de rojos claveles adquieren, sobre los sacos de carbón, un vigor sombrío y prodigioso”.

En las tardes, al dejar las oficinas de El Espectador “con la ingenua satisfacción del deber cotidiano santamente cumplido”, se aventuraba hacia la avenida La Playa, dejándose llevar por el oleaje de la muchedumbre: “ir en pos, quizá, de alguna elegante pareja de damas pulcramente ataviadas, contemplando el cabrilleo de las sutiles medias de seda sobre los finos tobillos, mirando como el sol irisa la suave pelusilla de los cuellos rubios o morenos. Pasa un coche tintineando. Un joven de boina va sobre un jamelgo, trotón, colimocho. Se oye el fofofeo de un automóvil, y de pronto una voz argentina atraviesa la calle y dice: ¡Hasta mañana!”.

A propósito de esta prolífica temporada de 1920 en Medellín, cabe plantear si Tejada se consideraba un buen antioqueño. En “Las armas”, un artículo del 14 de agosto expuso cinco motivos por los cuales se veía a sí mismo como un mal antioqueño: “no llevo cuchillo”, “no gusto de la mazamorra”, “no soy Restrepo ni Vásquez”, “no pienso tener hijos jamás” y “no creo en el infierno”.

En la tradición contestataria de personajes como Juan de Dios Uribe, Fernando González, Porfirio Barba Jacob y, avanzando en el tiempo, Gonzalo Arango y Fernando Vallejo, Tejada se mostró reacio a trovar la oda al orgullo paisa. A cambio, desplegó una mirada crítica sobre las pretendidas virtudes de la antioqueñidad. La figura de su antepasado, el general José María Córdoba, le sirvió para trazar una caracterización de todo cuanto, a su juicio, había de fanfarrón y de heroico en el antioqueño: “el absurdo amor a la aventura, el desprecio estupendo a la muerte, el gusto a la querella, el pundonor susceptible, el ansia de sobrepujar, de ser más que el otro, la franqueza ruda, la desfachatez humorística y sonriente ante el peligro, el instinto de venganza”.

La controversia sobre el temperamento violento de los antioqueños fue un asunto que abordó varias veces en este periodo. El 7 de julio, en “Criminalidad y alcoholismo”, cuestionó la tesis que postulaba al consumo de alcohol como la causa principal de la violencia en Antioquia, preguntándose por qué, siendo que en la Costa consumían tanto o más licor que en Antioquia, allá la criminalidad era prácticamente nula.

Desde Bogotá, Luis Cano terció en la polémica y pidió que se confirmara con cifras la presunta incidencia del alcohol en la criminalidad. Tejada recurrió a las estadísticas sobre homicidios en Antioquia entre 1914 y 1918 para demostrar cómo, de un total de 569 homicidios, apenas 42, es decir, el 7,4%, habían sido cometidos bajo efecto de la embriaguez. “¿Es este un porcentaje digno de que se eche sobre él toda la culpa de la criminalidad en Antioquia?”, preguntó. No contento, en otra columna confrontó los índices de consumo de alcohol en Antioquia con los de algunos países europeos. Señaló que, a pesar de que en Alemania, Francia y Holanda se consumía seis veces más alcohol que en Antioquia, el índice de homicidios era entre diez y doce veces menor. El único país europeo con un consumo de alcohol similar al de los antioqueños era Italia, y, como dato extraño y significativo, sus índices de criminalidad eran semejantes. A partir de este análisis, planteó un paralelismo entre los italianos y los antioqueños: “El italiano es el tipo ruidoso, fanfarrón, ardiente y aventurero por excelencia. Es una especie de antioqueño más pulido y más agudo, y que habla más armoniosamente, pero posee el mismo fondo arrebatado e irritable, y la misma desfachatez estupenda en los grandes trances”.

Así discurrió Tejada acerca de sus paisanos, con una actitud retadora, permitiéndose controvertir valores intocables para ellos como su cocina ―a la que consideró “la más rudimentaria del país, y quizá del mundo entero”―, el catolicismo y el amor a la riqueza. En el ámbito utilitario de la Medellín de entonces, lanzó certeros dardos, ventilando opiniones singulares acerca del trabajo, el ocio y la indigencia.

En una de sus Gotas de tinta de julio declaró su admiración por los vagabundos, únicos individuos capaces de burlar la “estúpida fórmula” de “el tiempo es oro”, herederos del amor al ocio y la aristocracia espiritual griega: “¡Entre la turba de burdos mercaderes y políticos gordos, vosotros sois las solas almas exquisitas, oh admirables vagabundos de los parques!”. Luego, la tibieza de las cobijas en una mañana lluviosa de agosto lo llevó a escribir un elogio del gato. Destacó de los gatos que odian el trabajo ―esa “dura maldición legendaria que entristece y esclaviza”― y aman la pereza ―”que es la felicidad en su acepción más perfecta”―, afirmando que encarnaban “la concreción ideal del tipo humano del porvenir”. En octubre retomó el tema, advirtiendo sobre el efecto degenerador del trabajo: “De las fábricas, de las oficinas, de las minas, de los laboratorios, de los bufetes salen las legiones de neurasténicos, de miopes, de tuberculosos, de mancos, de locos, de raquíticos, de melancólicos, de histéricos, de tantas categorías de enfermos que llenan las ciudades modernas”.

Por último, a fines de noviembre publicó “La pobreza”, donde, aludiendo al contexto internacional de recesión, recomendó la pobreza como “método necesario de vida”. Con su destreza para poner patas arriba las ideas convencionales, aseguró que en una época caracterizada por la abundante producción de bienes cualquiera podía hacerse rico; en cambio, para ser pobre se necesitaba “cierta energía firme para no entregarse con loca ansiedad a los negocios fáciles y demasiado productivos”.

Desde la heterodoxa perspectiva de Tejada, la pobreza era “un magnífico negocio” y una “garantía de paz y de estabilidad” que permitía preservar la libertad interior, mientras que su contraparte, la riqueza, traía consigo “esclavitud intelectual y perenne inquietud de espíritu”.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.

 

Luis(69883)26 de mayo de 2024 - 05:02 a. m.
Se pueden leer como si cada una fuese la primera. Especial muy especial .
Mario(196)26 de mayo de 2024 - 02:02 a. m.
Gran lucidez la Tejada que ya, un siglo atras, denunciara los antivalores del antioqueño con tanto candor. Felicitaciones, muy interesante y valioso sr. Galan sus aportes con esta serie.
MARTHA(77929)25 de mayo de 2024 - 10:45 p. m.
Qué buena columna y la comparto plénamente, sólo agregar algunas "cualidades" de los antioqueños, por ej. tramposos, mentirosos, manipuladores, se creen el centro de Colombia etc. etc.
Fernando(30486)25 de mayo de 2024 - 10:23 p. m.
Gracias John por tan amena columna.
Camilo(3yl69)25 de mayo de 2024 - 09:17 p. m.
Fabuloso y ameno trabajo de investigación señor Galan,
Ver más comentarios
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar