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Luis Tejada Cano (V)

John Galán Casanova

22 de junio de 2024 - 12:00 a. m.

1921: piensa, conversa, contradice

Foto: Ricardo Rendón
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Según un testimonio del poeta Ciro Mendía, Tejada escribió sus últimas columnas en Medellín oculto en un baño de El Espectador, huyéndoles a las deudas que lo persiguieron toda la vida: “Instalado en una mesita dentro de aquel ambiente insoportable, escribía Tejada, quien iba arrojando sus cuartillas por debajo de la puerta”. Posteriormente, a modo de desagravio, el cronista compondría una “Loa prosaica al buen acreedor”, donde alegó que existía “la obligación de prestar dinero al prójimo, pero no la de pagarlo”.

Los primeros meses de 1921 los dedicó a recorrer pueblos de Antioquia y el Viejo Caldas, de cuyo trasegar dejó un puñado de crónicas viajeras. En marzo, las noticias registraron su llegada a Pereira, donde vivían sus padres. A Antioquia no regresaría.

El 29 de marzo, desde Aranzazu, publicó una carta dirigida a su contertulia Paula Giraldo que constituye todo un tratado sobre el arte de la conversación. Primero estableció la diferencia que veía entre un simple hablador y un conversador auténtico: “El conversador, que procura siempre generalizar, dirá, por ejemplo, patinar es un ejercicio cómodo y saludable; el murmurador solo acertará a decir: fulano patina muy bien, porque no logra aprehender las ideas sino personalizadas”.

Mientras el conversador indaga y abstrae, el murmurador simplemente recuerda. Por eso, al conversador auténtico lo caracteriza la curiosidad intelectual, “ese deseo punzador de saber cosas inútiles, ese interés desinteresado por las ideas y las teorías de los demás. (…) La necesidad torturante de satisfacer esa curiosidad viene a constituir al fin un vicio, el vicio de la conversación”.

Como método, como disciplina intelectual, la conversación complementa la reflexión individual, no solo porque “agiliza la mente y la desenmohece, sino porque es un procedimiento apropiado para dar fijeza y estabilidad a las ideas”. ¿Qué relación tiene meditar y conversar con el oficio del cronista? Si se considera que este sostiene con sus lectores una suerte de charla por entregas, podemos hacer un parangón entre conversar y escribir columnas, pues, así como cada conversación le ayudaba a fijar las ideas, como si de “clavarlas con menudos alfileres se tratara”, cada texto publicado por Tejada era una labor de concreción de su pensamiento y estilo.

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El juego con las ideas y la búsqueda de sentidos imprevistos de la realidad explican su predilección por las paradojas. Para él, lo ilógico, lo aparentemente absurdo, aquello que va en contra del sentido común atesora claves insospechadas de la existencia. Así afirmó, por ejemplo, que el secreto de la estabilidad de la vida radica en su inestabilidad, que “solo merecería que se suicidaran los seres eternos”, que una mujer verdaderamente bella “debe ser un poco fea”, que la realidad es a menudo más teatral que el teatro, que la pobreza es “un magnífico negocio” o que “la mejor manera de eliminar los microbios es tragarlos sistemáticamente”.

En relación con esta faceta del Tejada pensador existe una imagen memorable: la del dibujo que hizo su amigo Ricardo Rendón para el frontispicio del Libro de crónicas. Allí, delineando el autorretrato que Tejada trazó en sus “Meditaciones ante una butaca”, se aprecia al cronista cómodamente sentado en una de esas butacas “bajas, abullonadas y episcopales”, con los pies rectos y altos ―pues es en esta posición que se consigue “un buen imaginar”―. Complementan el cuadro la mano que sostiene un libro que no se lee y, detalle insalvable, la pipa en los labios, “porque el humo ingrávido estimula y purifica la imaginación, la hace celeste, la lleva en pos de sí a altos mundos bellos y desconocidos”.

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Del Tejada arrellanado en su butaca podría decirse lo que él anotó acerca del faquir indio: “Desconfiemos del hombre inmóvil, porque puede estar cargado de profundos pensamientos, puede estar relleno de la dinamita de alguna idea concebida y acariciada en silencio”. Quien cultiva la soledad y la quietud puede llegar a controvertir las ideas establecidas. Como lo declaró el cronista en su “Elogio del espíritu de contradicción”, escrito para responderle a su colega Luis Bernal que le reprochaba su afán de contradecir, “contradecir es afirmar la personalidad individual, es querer salvar a todo trance de la absorción extraña lo mejor que posee cada uno: su ser interior. (…) No me negaréis que en el fondo de toda inconformidad hay siempre un germen de progreso y de liberación”.

En ese elogio es donde Tejada les pide a las gentiles hadas legendarias que le concedan un tonel amplio y vacío como el de Diógenes, el cínico, junto con una buena dosis de espíritu de contradicción: “¡Porque eso solo basta en el universo para hacer a un hombre feliz y digno de la vida!”.

(En la próxima entrega, Tejada regresa a Bogotá y emprende el envión final de su vida).

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Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.
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