1922: el hombre que se casa
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En febrero de 1922, con veinticuatro años recién cumplidos, Tejada regresa a Bogotá para emprender el envión final de su vida. Serán dos años y medio de vértigo dedicados a escribir, a casarse, a promover una revuelta contra las vacas sagradas de la época ―a través de los manifiestos de Los Arquilókidas―, a crear otro periódico explosivo y efímero ―”El Sol”, junto con José Mar, a expensas del general Benjamín Herrera―, a organizar el primer grupo comunista del cual se tiene noticia en Colombia ―siendo, según Luis Vidales, el “jefe nato”, el “núcleo rumorante e inquieto” de su generación―, y a editar un volumen con una selección de sus escritos favoritos ―el Libro de crónicas.
A comienzos de agosto, tres semanas antes de casarse con la pereirana Julia Gaviria Jaramillo, a quien rebautizó como Julieta, Tejada reescribió y publicó un texto de 1920 dedicado a comentar el matrimonio y la conversión al socialismo del escritor Anatole France. “El hombre que se casa” reviste interés porque ahí, al referirse al escritor francés, sin querer queriendo, Tejada describió el giro radical que daría su propia vida.
El texto calificó de estupidez que el papa Pío XI hubiera decidido prohibir los libros de France justo cuando éste se había entregado a las causas del amor y el socialismo, es decir, cuando se había convertido en un personaje serio e inofensivo: “¿Qué pensáis de la evolución de aquel fino espíritu irónico de antes que se reía amablemente de todo y que ahora se ha dejado coger en las redes severas del matrimonio y de la filantropía? ¡Ah, no vale la pena pasar toda una vida por encima de las cosas, para meterse después dentro de ellas, con esa solemnidad aparatosa del que se casa o del que predica!”.
Para el cronista escéptico y mordaz, tanto el socialista como el enamorado encarnaban el tipo esencial del apóstol, ese ser crédulo, ingenuo, optimista, confiado en la realización de “hermosas ilusiones” y “encantadoras mentiras”: “¿Por qué, pues, Anatole France va a ser un hombre peligroso? No, solo es peligrosa la sonrisa, leve y aguda punta de puñal que envenena el corazón; pero no es peligrosa la seriedad, y el socialismo y el matrimonio son dos cosas perfecta y terriblemente serias”.
Pues bien: poco menos de un mes después de haber pronunciado tan corrosiva declaración, Tejada era ya un hombre casado y presto a entregar sus mayores esfuerzos a la construcción de la utopía socialista. Esta última etapa en la vida del cronista no debe sorprender: el compromiso político le venía de familia, y de su conciencia social dio muestras desde sus pinitos en el periodismo. Importa señalar estos cambios por cuanto el nuevo proyecto de vida trajo una serie de replanteamientos respecto a su visión humorística del mundo.
Un ejemplo de ello se aprecia en sus puntos de vista acerca de la mujer, pues, en la mayoría de textos que le dedicó entre 1923 y 1924, el tono ligero y la coquetería dieron paso a la gravedad del militante político. En lo sucesivo, denunció la discriminación a la que eran sometidas las mujeres, relegadas en el ámbito legal “al nivel de los locos, de los criminales, de los imbéciles, únicos que entre nosotros no tienen derecho al ejercicio de la ciudadanía”. Invocando reformas implementadas en otros países luego de la Primera Guerra mundial, abogó por la igualdad de derechos civiles y políticos, y reclamó el “don práctico” y la “capacidad administrativa” de las mujeres en el parlamento y en el gobierno, algo que solo se haría realidad en Colombia, óigase bien, ¡treinta y cuatro años después!, a partir de 1958.
También propuso reivindicaciones laborales y educativas, exigiendo la igualdad salarial y reformas que en ese momento no existían, como un seguro de maternidad, libertad para la lactancia de los hijos, condiciones de salubridad en fábricas y oficinas, instrucción técnica y una educación moral fundada en el ejercicio de la libertad.
Al matrimonio se refirió por última vez en febrero de 1924, en un texto dedicado a su amigo José Mar, quien lo había nombrado testigo de su boda. Allí se permitió bromear con el “aspecto externo espantable” del rito, pues tocaba asistir con padrinos ―como para un duelo― y te encendían cirios y arrojaban agua bendita ―como en un funeral―. Luego, en un tono más solemne, pasó a hablar del amor como una “tendencia a la eliminación de la soledad” y del vínculo conyugal como un acto de “reintegración espiritual”, redondeando su esquela a Constanza y José Mar con una imagen rebosante de lirismo: “El tierno peso de esos brazos que nos enlazan el cuello es como un ancla que el alma errante echa para siempre, y que la sujeta al suelo fecundo”.
Acerca del par de años que alcanzó a convivir con su mujer nos queda la declaración que Julieta le hizo en 1950 al cuentista Adel López Gómez: “Esos dos años con Luis Tejada fueron, sin duda, los más bellos y venturosos de mi vida. Solo por haberlos disfrutado vale la pena haber vivido. Al lado de esa certidumbre me queda la seguridad dichosa de haberle hecho a él, en tan breve tiempo, completamente feliz. Yo fui su amistad más grande y su más deseada compañía”.
