—¿Ver una serie de Dago García? ¡Sobre mi cadáver!
Me sobraban razones para sustentar mi prevención. En mayo de 2013, la revista SoHo convocó a escritores y críticos para que seleccionaran las siete peores películas en la historia del cine colombiano y, en tan reñida competencia, tres de las cintas escogidas fueron producidas por Dago: Muertos de susto, In fraganti y El paseo. Un podio al que habría que agregarle, además de las cinco secuelas de El paseo, adefesios como El carro, Ni te cases ni te embarques, El control, Uno al año no hace daño, Agente Ñero Ñero 7, El Coco y El man del porno.
En honor a la verdad, cabe mencionar que este mismo individuo produjo El abrazo de la serpiente, Pájaros de verano y El olvido que seremos, y además creó a Pedro el escamoso y dirigió La saga, negocio de familia. Por eso decidí otorgarle el beneficio de la duda y arriesgarme a ver el capítulo inicial de La primera vez, la serie transmitida por Netflix a partir de la historia escrita por el rey Midas de la taquilla nacional.
En marzo de 1994 —yo también tuve veinte años—, publiqué un texto titulado “La juventud invisible”, donde planteaba que si los jóvenes del país (los de verdad, los de carne y hueso, de las distintas regiones, pobres, ricos, clase media, estudiantes, trabajadores, vacantes) estaban siendo invisibles a fuerza de ser trivializados y/o estigmatizados por los estereotipos que manejan los medios, se debía, en parte, a que las artes, entendidas como instrumentos de expresión cultural de una sociedad, no estaban representando con autenticidad, a través de sus lenguajes, los mundos de vida en que transcurre lo juvenil.
Meses después, ante la aparición de una serie llamada Clase aparte, dirigida por Rodrigo Triana, desde esta misma columna tuve que declarar mi desencanto: “Lo peor del programa lo encuentro en lo mejor que tiene: imagen. Pura estética light: bonita fotografía, bonitos interiores, bonitas caras; una transposición de la visión paradisíaca de la publicidad a la realidad”.
Pues bien, en esta ocasión debo reconocer que el trabajo de Dago García no me decepcionó. Lejos de la caricaturización y el humor ramplón que suele clonar de uno a otro de sus estrenos decembrinos, en La primera vez puso toda la sustancia en el caldo y consiguió crear una serie juvenil con un argumento, una trama, un reparto y unos libretos que ayudan a construir memoria e identidad, y que no menosprecian, sino que gratifican la inteligencia y la sensibilidad.
En un bello homenaje que se le hace a la literatura universal y a las lecturas de adolescencia, cada uno de los trece capítulos lleva el título de un libro con los que los personajes tienen contacto. Lisístrata, La dama de las camelias, Retrato del artista adolescente, Una habitación propia, La letra escarlata, Siddhartha, Las penas del joven Werther, Así habló Zaratustra, Las enseñanzas de don Juan, De profundis y El guardián entre el centeno son algunos de ellos. Mostrar, en plena era de la hegemonía de las pantallas y los celulares, que la literatura puede jugar un papel crucial en la experiencia de la juventud, es un prodigio por el cual La primera vez merece un premio en el campo de la promoción de la lectura.
Muy a la manera de como Kevin Arnold, el protagonista de la serie Los años maravillosos, evoca su juventud en los Estados Unidos de los sesenta, Camilo Granados, protagonista de La primera vez, es el narrador cuya voz en off rememora su adolescencia en la Colombia de los setenta. A diferencia de seriados como Décimo grado o Pandillas, guerra y paz, que pretendían recrear un entorno juvenil actual, La primera vez reconstruye el universo de un colegio distrital bogotano en 1976, con lo cual la serie se anota el doble hit de suscitar el interés de los jóvenes debido a su temática, y el de los adultos por la ambientación de época que despliega.
Lo notable es que en ese ámbito supuestamente anacrónico aparecen cuestiones que hacen parte de nuestra realidad, como el feminismo y el machismo, la homofobia, la intolerancia, el derecho a la diversidad, a la intimidad y a la realización sexual, la agitación social, el narcotráfico o el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas. Este trasfondo histórico adquiere universalidad en la medida en que los y las jóvenes de La primera vez afrontan los mismos conflictos, dilemas y vivencias que afronta cualquier adolescente: la pertenencia a grupos de amistades, la educación sentimental, la iniciación erótica, la conquista de la soledad, los tratos con la familia y con las instituciones educativas, políticas y religiosas, así como sus maneras de amar, odiar, construir, destruir, vivir y morir.
Al señalar una polarización característica del cine colombiano, en donde las películas tienden a ser o torpes comedias ligeras o sesudas obras profundas, el crítico André Didyme-Dôme ha señalado que la obra de Dago García es la evidencia de que hace falta encontrar un punto medio entre la banalidad y el refinamiento.
Con La primera vez, yo diría que Dago ha alcanzado un punto medio bastante decoroso. No le da a uno pena ajena que estén disfrutando de esta serie en México, Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. No pretende ser una insulsa copia criolla de Clase de Beverly Hills, y está muy por encima de dramatizados juveniles como la sosa y exitosa telenovela Rebelde.
No puedo prometerle a Dago que vaya a ver El Paseo 7 o El yupi y el guiso, sus próximos engendros, pero le aseguro que estaré atento a la segunda temporada de La primera vez.