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Morir en un país que amabas (II)

John Galán Casanova

21 de junio de 2025 - 12:00 a. m.

Hace quince días reporté aquí la cifra de 1.870 líderes y lideresas sociales asesinadxs en Colombia a partir de la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Desde entonces la pavorosa cifra ha aumentado a 1.872. El 5 de junio, mientras trabajaba en la construcción de una escuela indígena en Anorí, mataron al joven líder zenú Iván Causil. El 12 de junio, en Segovia fue hallado el cadáver del promotor cultural Dayiston Correa con evidentes signos de tortura. Coordinador del XLII Carnaval de La Gigantona, Correa había reemplazado en ese cargo al líder Jaime Gallego, torturado y asesinado el 9 de marzo.

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Para muchas personas, con el deplorable atentado al senador Miguel Uribe la violencia política regresó, pero en realidad dicha violencia nunca se ha ido. La matanza no cesa. El desangre continúa. El domingo pasado, El Espectador denunció que desde marzo 57 líderxs políticxs han sido víctimas de amenazas, atentados y asesinatos en el país. Lo que pasa es que la brecha entre la Colombia rural y humilde y la Colombia urbana y acomodada es abismal. Me pregunto si quienes con justificado dolor encienden velas por la recuperación del precandidato presidencial han hecho algo semejante en memoria de lxs 1.872 líderxs socialxs sacrificadxs durante la última década.

“Ser asesinado en Colombia es doblemente triste. Y digo doblemente porque llegan, de manera inevitable, la segunda y la tercera violencia: la impunidad y el olvido”, afirma Carlo Acevedo en su colaboración para Morir es un país que amabas. Poesía y memoria por nuestros líderes y lideresas sociales, el libro de 977 páginas que reseñé la quincena anterior.

A raíz de esa columna, un lector preguntó de qué modo se había acercado cada poeta a la historia del líder o lideresa que le correspondió conmemorar. Lo hicimos a partir de las necrologías que el portal ¡Pacifista! elaboró en su registro de 413 líderxs asesinadxs entre noviembre de 2016 y julio de 2021. Los textos resultantes no pretenden documentar sus vidas, sino, según señalan los editores del proyecto, “buscar y tratar de comprender su herida a través del misterio de la palabra y la compasión”.

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En tal sentido, Daniela Gaitán invocó al líder apicultor Aldemar Parra: “tú no eres otra cifra/ que le sobra a la muerte,/ eres un hijo de la tierra/ que la historia llora”. Ana María Bustamante hizo otro tanto con el líder nariñense Nidio Dávila, ultimado y arrojado al río Verde en agosto de 2017: “Ahora que te has convertido en río/ repetiré varias veces tu nombre/ para no olvidarlo/ y rehacer tu voz y tus manos”.

Como el desangre continuaba día tras día ―“Cada día matan a un líder social. Es un work in progress”, anotó Luis Fernando Afanador―, muchas veces los asesinatos coincidieron con otros sucesos del acontecer nacional. El 3 de julio de 2018, cuando Inglaterra eliminó a Colombia en el mundial de fútbol, en Palmar de Varela, Atlántico, fue asesinado frente a su familia el líder comunal Luis Barrios. El poeta Andrés Galeano le dio voz a uno de sus hijos: “Ese día el país entero lloró por la expulsión de la selección/ yo lloré sobre el cadáver de papá tirado en el piso. (…) A Colombia la eliminó el penalti de un británico/ a mi padre, dos balas de un sicario”. Algo parecido ocurrió el 7 de agosto de ese mismo año. Mientras Iván Duque se posesionaba en Bogotá como presidente de la República, en Cajibío, Cauca, era asesinado el defensor de Derechos Humanos Uriel Rodríguez, el primer muerto del cuatrienio. Manuel Pachón sintetizó el momento en una estrofa: “El presidente sonreía/ ante los aplausos,/ los sicarios se aturdían/ por sus propios disparos”.

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El 29 de enero de 2021 falleció el líder número 352 de Morir es un país que amabas. Se llamaba Miguel Uribe, igual que el precandidato del Centro Democrático baleado. Aquel día, hombres sin identificar le dispararon, lo decapitaron y arrojaron su cabeza en la calle principal del corregimiento de Ochalí, en zona rural del municipio de Yarumal, donde era un reconocido líder comunitario.

A partir de una tragedia similar, la del líder chocoano Juan Mosquera, Rómulo Bustos escribió “La cabeza rodante”, uno de los poemas más impactantes del libro, en el que la cabeza decapitada acude a la Puerta de la Justicia y clama: “Soy la cabeza/ vengo en busca de mi torso y mi pie izquierdo/ vengo en busca de mis ijares y mi rótula/ vengo en busca de mis vísceras y mi otra rótula/ vengo en busca de mi dedo meñique y sus 234 huesitos”.

Así como encendemos velas por la recuperación de Miguel Uribe, el precandidato, deberíamos hacerlo en memoria de su homónimo, el decapitado, y de lxs demás Migueles, Urieles, Luises, Josés, Maritzas, Luceros, Aidés y Yisselas que han tenido la desdicha de morir violentamente en un país que amaban liderar.

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El uso del lenguaje incluyente perturba. Si logro suplirlo sin caer en el masculino genérico, lo evito. En el caso de lxs 1.872 líderxs socialxs asesinadxs resulta imperativo visibilizar que tanto los líderes como las lideresas son víctimas de la barbarie. El uso de la equis recalca su trágica eliminación.

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.
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