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Esta semana de receso —no propiamente de receso de la barbarie— el mundo da motivos de sobra para recordar estos versos del poeta sueco Harry Martinson: “Mediante el genocidio/ el poder ha matado también el sentimiento/ que habíamos aprendido a asociar con la muerte humana./ La majestad de la muerte yace muerta”.
La majestad de la muerte yace muerta cuando un misil ruso extermina a la mitad de una población, como ocurrió en la aldea ucraniana de Hroza la semana pasada. Yace muerta cuando una ofensiva terrorista liquida a más de setecientas personas, como ocurrió el sábado en Israel, y cuando la reacción inmediata del ejército israelí es lanzar un bombardeo que cobra la vida de 560 palestinos.
El narrador y ensayista israelí Amos Oz, quien al igual que el músico Daniel Barenboim y el intelectual Edward Said abogó por el reconocimiento mutuo y la coexistencia pacífica entre israelíes y palestinos como única solución al conflicto, sostuvo en 2004 que la crisis en el Cercano Oriente no se debía a la mentalidad de los islamistas, sino a la pugna inmemorial del fanatismo contra la tolerancia y el pluralismo. Y agregó: “la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral”. Ese tufillo supremacista asoma en la andanada de Carolina Sanín al tildar de antisemita a “toda la canalla envidiosa y comemierda que ha optado por odiar a un pueblo (al pueblo judío, el mejor del mundo, por cierto) para sentir algún poder (y para sentirse parte del mundo)”.
El español Daniel Bernabé da una visión más ponderada del asunto: “Israel no puede aspirar a una existencia pacífica, ni siquiera estable, cuando ejerce desde hace décadas un régimen de ocupación y apartheid sobre la población palestina, violando cotidianamente los derechos humanos y conculcando su soberanía. (…) Palestina no es solo Hamás, ni en lo político, ni en lo militar, ni en lo religioso. Israel es más que sus sectores ultranacionalistas, de extrema derecha y ortodoxos. Pero esta guerra diluirá estas diferencias dando el timón al ala más radical de ambas partes”.
No se entiende cómo pudo haberse planeado y realizado un ataque de tal magnitud sin que los servicios de inteligencia de Israel lo detectaran. Un cable de Reuters indica que diez días antes fuentes egipcias advirtieron al gobierno israelí de que “algo grande” iba a ocurrir en Gaza. La suspicacia hace sospechar si, como ya sabemos que sucedió aquí con la toma del Palacio de Justicia, se permitió el ataque para entonces poder desatar la descomunal contraofensiva que estamos viendo. La población civil, tanto palestina como israelí, se debate en el peor escenario posible: entre el fundamentalismo árabe de Hamás y la ultraderecha judía que sostiene al primer ministro Netanyahu, con los halcones de las potencias extranjeras al acecho.
La politóloga Rachel Théodore, para quien el extremismo religioso y la visión mesiánica de que ambos pueblos son los elegidos para habitar el suelo palestino han llevado este conflicto a un impasse y a una atroz escalada de violencia, cree, no obstante, que las cosas se podrían empezar a solucionar si los israelíes suspenden las anexiones de tierras y los palestinos renuncian incondicionalmente a la violencia.
Que el mundo fue y será una porquería, en el 510 y en el 2000 también, lo dijo Enrique Santos Discépolo en 1934, y se quedó corto. Si el siglo XX fue un despliegue de maldad insolente, el XXI no se le quiere quedar atrás. Entre tanto, ahíta de muerte a domicilio, la horrorizada audiencia planetaria sigue el minuto a minuto de la muerte profanada a través de sus pantallas.
Para no desentonar con la andanada de Carolina, cierro estas gotas amargas con el siguiente trino de la española @pajubela: “Qué… ahora toditos hablando unos días de Palestina y después que les den por culo, como todos estos años, que ya no estaban de moda. Qué asco de mundo”.
