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Al recibir el premio Nobel de literatura en 1960, el poeta Saint-John Perse concluyó su discurso diciendo que a la poesía le corresponde ser la mala conciencia de su tiempo.
Acusado por Benjamín Netanyahu de ser antisemita, el poeta Mahmud Darwish, redactor de la declaración de independencia de Palestina, le respondió al sátrapa dictándole el siguiente poema:
“Escribe/ que soy árabe;/ que robaste las viñas de mi abuelo/ y una tierra que araba,/ yo, con todos mis hijos./ Que solo nos dejaste/ estas rocas.// Escribe/ que no aborrezco a nadie,/ ni a nadie robo nada./ Mas, que si tengo hambre,/ devoraré la carne de quien a mí me robe./ ¡Cuidado, pues!… / ¡Cuidado con mi hambre/ y con mi ira!”.*
Del otro lado de la cerca, su colega, el israelí Yehuda Amijái, quien alertó durante años sobre la “gran bomba de tiempo judía” —no se puede ser una democracia en paz sojuzgando todo un pueblo— escribió otro texto subversivo cuestionando, no el poderío desmedido de su patria, sino el mismísimo poder divino:
“¿Dios todo misericordia?/ Si Dios no fuera tan lleno de compasión,/ la misericordia se extendería por el mundo y no en Él solamente./ Yo, que he recogido flores en los montes/ y fui a indagar por todos los valles,/ que he traído cadáveres desde las colinas,/ puedo decir que el mundo se encuentra vacío de misericordia”.
En su “Letanía de las ganancias de guerra”, Allen Ginsberg emplazó al complejo industrial militar estadounidense como responsable del genocidio en Vietnam:
“Estos son los hombres de las compañías/ que han sacado/ dinero de esta guerra.// Estas son las corporaciones que se han beneficiado con el comercio/ de fósforo que abrasa la piel/ o de bombas fragmentadas/ en miles de punzantes agujas”.
Su paisano Carl Sandburg despachó en dos líneas el pasado y presente de las guerras, y en otras dos vislumbró un futuro en guerra contra todas las guerras:
“En las antiguas guerras, reyes peleando y millares de hombres siguiéndoles./ En las nuevas guerras, reyes peleando y millones de hombres siguiéndoles./ En las guerras del porvenir, reyes arrojados a patadas bajo el polvo, y millones de hombres siguiendo causas nunca soñadas aún en las cabezas de los hombres”.
Aunque las literaturas épicas y oficiales han producido miríadas de versos para legitimar matanzas y despojos, la capacidad de síntesis y mala conciencia de la poesía contemporánea devela la barbarie en pocas palabras, como lo hace la iraquí Saba Jasim:
“El día en que el laúd fue inventado/ toda la creación sonrió./ El día en que fue descubierta la pólvora/ los pájaros se entristecieron mientras los rifles sonreían”.
Versos a los que se puede agregar, saltando a África, estos del poeta de Sierra Morena Tatafway Mani Tumoe:
“Si los fusiles pudieran hacernos crecer/ seríamos gigantes pavoneándonos./ Pero/ la inflación se atora como una espina de pescado/ en nuestra garganta/ y de la tierra sigue brotando hambre”.
En agosto de 2015, un año después de la anterior ofensiva israelí a la Franja de Gaza, tras visitar el Muro de los Lamentos en Jerusalén, el cronista de origen judío Martín Caparrós protestó ante la prepotencia de un Estado más “que ahora reprime, encierra, mata: un pueblo al que legitima su condición de víctima produce, a su vez, víctimas. Y en lugar de centrar su identidad en ese muro que recuerda una pérdida, la defiende con unos muros que dividen todo su país para dejar afuera a quienes perdieron el territorio que ellos les ganaron”.
Hoy, dos semanas después de que el gobierno de Israel ha decidido desatar una catástrofe humanitaria ante el ataque terrorista del grupo Hamás, la mala conciencia de la poesía resuena con fuerza del lado del pueblo más oprimido, en el verbo de poetas como la palestina-estadounidense Lorene Zarou-Zouzounis:
“Mientras más ellos y los suyos bombardean, bombardean y bombardean/ Más entretejo hechos en poemas para que el mundo los vea (…) Mientras más violan la ley internacional sin castigo/ Más poesía escribirán los poetas de historia revelada”.
Ante el flagrante descalabro, no de una civilización, sino de un ideal de civilización que desecha el imperativo de humanizar la guerra y consiente el exterminio masivo y la limpieza étnica, razón tenía mi tocayo Saint-John Perse al decir que “el poeta está aún con nosotros, entre los hombres de su tiempo, habitado por su mal”.
*Citado por Santiago Erazo en el perfil del poeta que publicó la semana pasada la revista Raya.
