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Pa’l bailador

John Galán Casanova

04 de agosto de 2023 - 09:00 p. m.

El sábado pasado, oronda sobre el cielo azul, la luna asomó temprano al concierto de leyendas de la salsa en Bogotá. Hizo pareja con el ocaso mientras Diana Baless abría el guateque con salsa dura de Richie Ray y Bobby Cruz: “Siento una voz que me dice, agúzate, que te están velando./ Siento una voz que me dice, agáchate, que te están tirando”.

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Al entrar, sentí vértigo al corroborar que llevaba treintaiún años sin pisar la grama de El Campín. El viernes 18 de septiembre del 92 asistí a “Los reyes de la salsa”, otro megaconcierto que aquella noche reunió a Celia Cruz, Tito Puente, Oscar D´León, Tito Nieves, Ismael Miranda, Tony Vega, El Canario, la Orquesta de la Luz y el Grupo Clase. Los únicos repitentes en esta oportunidad fueron el boricua Vega y el venezolano D´León. A ellos se sumaron, además de la Baless, Los Hermanos Lebrón, el Grupo Niche, Maelo Ruiz, Rubén Blades, La Sonora Ponceña y Yan Collazo.

A sus 66 años, con el perfil griego agrietado, a través de su canción “Uno mismo”, Tony Vega compartió un primer testimonio de supervivencia, el suyo, tras haber perdido la voz y lograr recuperarse de una quiebra: “Uno mismo se pierde, uno mismo regresa./ Uno mismo se hunde, uno mismo se eleva./ Uno mismo se enferma, uno mismo se sana./ Uno mismo se enreda, uno mismo se ordena”.

Cuando, a continuación, Los Hermanos Lebrón fueron entonando sus grandes éxitos, y, sobre todo, cuando el patriarca Ángel Lebrón cantó con su voz cascada “Qué pena me da”, advertí que se trataba de una reunión histórica, al menos para la devota multitud allí reunida, porque difícilmente se podrá ver de nuevo a estos titanes descollando en una misma tarima.

Desde la eternidad, Jairo Varela puso su cuota de realismo mágico al hacer que lloviznara durante la interpretación que el Grupo Niche hizo de “Gotas de lluvia”. Aunque no soy ferviente seguidor de sus pajaritos en el aire, esta vez, a propósito de mis elucubraciones fatalistas, el maestro Varela me desarmó con una estrofa de “Sin sentimiento”: “Cuando el tiempo, con su manto blanco,/ nos pinte el cabello y se acabe lo bello./ Y los años, que no admiten engaños,/ nos dejen sin piel…”.

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La luna siguió repuntando y repicando. Hubo muchos saludos al sol, pero no de yoga, sino a la emisora El Sol 105.4 FM, una de las organizadoras del evento. La memoria de un salsero empedernido suele tener un disco duro, donde atesora lo más excelso del repertorio clásico, y uno blando, donde se acumulan las excrecencias de la llamada salsa rosa, comercial o de cama. Temas de Maelo Ruiz como “Te va a doler”, “Si supieras”, “Regálame una noche” o “Amiga” hacen parte del segundo subgénero, por lo cual muchos aprovechamos su presentación para huir al baño y reaprovisionarnos de bebida.

Acto seguido llegó el turno del juglar, cantor, cronista, activista y maraquero panameño Rubén Blades. Escuchar a Blades en concierto es una experiencia musical trascendente, potenciada por el salswing de la Roberto Delgado Big Band; además, es sabido que además de bailarlo hay que oírlo, porque sus letras integran la historia, la política y la literatura latinoamericanas. Dedicó un conmovedor pregón al cantante de los cantantes Héctor Lavoe, entronizada su estampa en el altar de pantallas gigantes: “Recordando a Héctor Lavoe,/ siempre en nuestros corazones./ Se nos fue muy jovencito,/ pero quedan sus canciones”. También impactó el mensaje que le envió a Petro en medio de “Amor y control”: “a pesar de los problemas, familia es familia, presidente, y cariño es cariño”. Un gesto solidario del artista panameño, tan encomiable como el tajante trino que a raíz del mismo escándalo publicó en su momento Andrea Petro, hermana de Nicolás: “La familia no está por encima de todo, primero está la nación y el respeto al pueblo colombiano”.

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Después de Blades, luciendo una maravillosa guayabera florida, a sus ochenta años recién cumplidos, entró a escena el rítmico, ágil e indomable Oscar D´León. Como se ahorró todo tipo de comentarios entre canción y canción, hilvanándolas en un trepidante popurrí, el faraón caraqueño dio la impresión, para ir cerrando con broche de oro, de haber ofrecido el repertorio más generoso de la noche. La música de D´León, quien abrió y cerró su espectáculo con el clásico “Llorarás”, nos resulta doblemente entrañable por sus versiones de temas colombianos como “La piragua”, “Josefa Matías” y “Se me perdió la cadenita”.

Debo disculparme con el maestro Papo Lucca y los músicos de La Sonora Ponceña, y con Yan Collazo, el solista que cerró la maratónica velada, porque al momento de sus presentaciones, tras siete horas de salsa y control y ron sin control, lo que borroneé en mi libreta es ininteligible. Apenas alcanzo a descifrar un par de títulos: “De qué callada manera” y “Hay fuego en el 23″, y una sentida declaración, hic, snif, para sellar mi testimonio de bailador: “Vine a decirles adiós y muchas gracias a estos grandes soneros y a sus grandes orquestas, catedrales imperecederas del ritmo. La salsa es una matriz de hondo arraigo universal y largo aliento, un himno a la vida, la cadencia y la resistencia. Quienes vamos teniendo más pasado que futuro sabemos que, entre más viejos somos, más joven vive la salsa”.

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.
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