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En el camino

Pandémica y terrestre

John Galán Casanova
09 de julio de 2022 - 05:00 a. m.

El domingo 21 de agosto de 1994, asombrado por haber visto un grupo de jóvenes caminando con tapabocas en Medellín, publiqué una columna en El Espectador donde, sin querer queriendo, con tres décadas de anticipación, describí un cuadro de la más pandémica posmodernidad:

Para esta temporada de agosto, es posible admirar en las vías céntricas de Medellín a transeúntes con el rostro cubierto por tapabocas industriales, algo que solo habíamos visto en las escenas de Roma de ‘Todos estamos bien’, la más reciente película de Giuseppe Tornatore. […] Hay que destacar la naturalidad con que se les ve lucir estas nuevas prendas de la indumentaria urbana; lo que los pioneros boca-tapadas paisas están diciéndonos con su disfraz es que en boca tapada no entran moscas, ni bacterias, ni dióxido de carbono.

Esos precursores en el uso del tapabocas no lucían sus máscaras para protegerse del coronavirus, sino para resguardarse de la contaminación. En eso de implementar la moda contra el esmog, la liebre paisa se le adelantaba una vez más a la tortuga rola:

No es extraño que la cosa haya empezado en Medellín. El empuje paisa ha hecho que la ciudad de la eterna primavera ostente uno de los índices de polución más altos de Latinoamérica, con un agravante topográfico: el Valle de Aburrá es una hondonada llena de smog que el viento a duras penas alcanza a ventilar. Que lo digan si no los que llegan por avión al viejo aeropuerto Olaya Herrera: divisar Medellín a tres mil pies de altura es un acto de fe: la cubre un manto tóxico que no tiene nada que envidiarle al de la mismísima Ciudad de México.

Cuando tracé esa viñeta premonitoria de transeúntes boca-tapados, que hoy es el magro pan nuestro de cada día, llevaba año y medio radicado en Medellín, adonde había llegado tras la senda de Luis Tejada, David Jiménez, José Manuel Arango, Teresita Gómez, Jaime Jaramillo Escobar, Gonzalo Arango, Tomás González, Víctor Gaviria, Pacho Maturana y René Higuita. Durante ese lapso, ya aclimatado en la ciudad, me propuse captar facetas del renacer que experimentaba La tacita de plata tras la cruenta desaparición de Pablo Escobar en un tejado del barrio Calasanz.

“Ex-pacio público”, por ejemplo, del 30 de octubre del 94, registra el efecto causado por la temporada invernal en la trepidante algarabía urbana de los medellinenses:

¿Quiénes se quejaban por la invasión de los venteros antes de este par de meses de avalancha pluvial? Pocos, muy pocos. Así tuviera que andar por la mitad de la calle, la mayoría olvidaba la molestia ante el espectáculo interminable de mercancías promocionadas a voz en cuello con inconfundible y vigoroso acento, orgullo de la raza.

En “A la vanguardia del smog”, la columna acerca de los pioneros boca-tapadas paisas, alerté sobre cómo, progresiva e inexorablemente, el terror a las infecciones invadía cada ámbito de la actividad humana:

El sexo, a estas alturas, es territorio absoluto de la histeria antiséptica. Al paso que vamos, el acto de desnudarse tendrá en el futuro muy poco en común con el striptease actual. Habrá que inventar una sensualidad con nuevos fetiches: anteojos anti-radiación, tapabocas con bordes de encaje, guantes esterilizados, chalecos de plomo, interiores de látex.

El auge de esta paranoia por la higiene es una de las tristes herencias que el empuje paisa de Occidente le deja al hombre de finales de este decrépito siglo. Poco a poco el látex ha ido invadiendo diversas esferas de la actividad humana: primero fueron los médicos y los odontólogos, luego los árbitros de boxeo; no falta mucho para que los meseros y los notarios hagan lo mismo.

Desde entonces, el mundo se ha vuelto un inmenso quirófano esterilizado. Tiempo pandémico, de una normalidad manca en que nos saludamos con los puños y los codos, y si nos damos la mano, la frotamos cuanto antes con alcohol.

Huéspedes de lo que nos queda, reclusos virtuales enredados, apantallados, emparedados, somos el rostro encubierto de una peste. La burbuja higiénica que nos absorbe es una extensión del individualismo en que vivimos.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.

 

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