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En el camino

Pobre recluta muerto

John Galán Casanova
12 de noviembre de 2022 - 05:01 a. m.

José Asunción Silva escribió el poema “El recluta” hace más de 120 años, a fines del siglo XIX.

Allí se cuenta la historia del “dijunto Juan Abudelo”, un joven campesino con un oscuro nombre, una oscura vida y una oscura muerte. Cada estrofa del poema concluye con las palabras “pobre recluta muerto”. La descripción que hace Silva del cadáver destrozado por una bala de Rémington es sobrecogedora y actual, parece una instantánea del fotógrafo Abad Colorado: “los pantalones de manta / manchados de barro fresco, / las rudas manos crispadas, / los ojos aún abiertos, / y la sangre, ya viscosa, / pegándole los cabellos”.

No se trata de una vida ni de una muerte gloriosa. Juan Agudelo, nos dice Silva, no fue uno de esos cadetes de Napoleón que, tras el reñido batallar, recibían “en cada voz un halago, / en cada mandato un premio”. Lo único que Agudelo recibió de su capitán Londoño fueron dos órdenes de detención y de cepo, un planazo en las espaldas, y el modo de gritar: “¡Juego!” [¡Fuego!].

A Silva le duele la suerte del recluta, por ello se encarga de plasmar la realidad de la guerra, el dolor de la “pobre madre, / que en el rancho, al pie del cerro, / abandonada y estúpida / pasa los días inciertos”. Silva no es un poeta épico, no es un versificador oficial, no hace una apología de la violencia, no la enaltece ni la sublima como lo hace Rafael Núñez en la oda a Cartagena que se convirtió en el Himno Nacional de Colombia: “De Boyacá en los campos / El genio de la gloria / Con cada espiga un héroe / invicto coronó. / Soldados sin coraza / Ganaron la victoria; / Su varonil aliento / De escudo les sirvió”.

Al “dijunto Juan Abudelo” de nada le sirvió su varonil aliento. Cayó gritando “¡Adiós, mamá!”, y toda la noche de aquel combate siniestro estuvo abandonado “Hasta que manos piadosas / algún sepulcro le dieron”. Su oscura vida “fue tranquila y sin odios”, hasta que, en el cuartel infecto, tiritando de frío, “conoció toda la angustia / de largas horas sin sueño, / y de tristes soledades, / el pobre recluta muerto”. Su trágico fin se suma al de millones de nadies sacrificados como carne de fusil en las guerras de Colombia.

Agudelo fue otra víctima del reclutamiento forzoso –legal e ilegal– que alimenta nuestro conflicto armado. Su suerte, desde hace siglos, es la misma de indígenas, mestizos, esclavos, peones y campesinos forzados a empuñar un arma para pelear contra otros indígenas, mestizos, esclavos, peones y campesinos forzados a engrosar el bando contrario.

Esta atávica injusticia continúa, como lo demuestra la estadística que indica que hoy en día el 80% de los reclutados por el Ejército provienen de los estratos 1, 2 y 3. Es de tan larga data que aparece denunciada en un romance anónimo compuesto a fines del siglo XVIII, a raíz de la insurrección de los comuneros: “Tira la cabra p’al monte / y el monte tira p’al cielo, / y el cielo no sé pa’onde, / ni hay quien lo sepa ahora mesmo. / El rico le tira al probe, / y al indio que vale menos, / ricos y probes le tiran / a partirlo medio a medio”.

Ciento veinte años después del poema de Silva, en su libro Carta de las mujeres de este país, el poeta bogotano Fredy Yezzed retoma el oprobio de la guerra como tema y le da voz a las madres como víctimas del horror de la juventud inmolada: “Nos dejaron vivas para que pudiésemos decir las manzanas podridas. / También para que susurremos mientras gotean nuestros dedos: / ‘No nos arrebataron el amor’. […] Y no hablar, lo creemos casi doblando las rodillas, es morir frente a los hijos”.

La creación del servicio social para la paz como alternativa al servicio militar obligatorio sienta un precedente extraordinario, un cambio de paradigma que replantea la relación de la juventud frente al Estado y la comunidad. De ahora en adelante, los y las jóvenes podrán iniciar su ciudadanía alfabetizando, apoyando a víctimas del conflicto, siendo gestores ecológicos y de paz, un contexto cultural radicalmente distinto al de la pugnacidad, el machismo, la estigmatización, la represión y el autoritarismo propios de los grupos armados legales e ilegales.

No otra cosa podría esperarse de un gobierno que pretende construir una paz total y convertir a Colombia en una potencia mundial de la vida. Un país distinto, más solidario, menos injusto y violento, en el que sus jóvenes –como fatalmente le ocurrió a 1.294 de ellos entre 1993 y 2015– no estén abocados a terminar sus días como pobres reclutas muertos.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.

 

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