El día que Liliana Moreno me invitó a participar del II Festival de Escrituras Experimentales y Expandidas “La palabra en el espacio”, acepté encantado. Tras comprometerme a clausurar el evento, el viernes 18 de agosto a las 6 p. m. en el auditorio Fundadores de la Universidad Central, caí en la cuenta de que lo de experimental podía entenderlo, pero que no tenía idea sobre la noción de escritura expandida.
Cuando pregunté y una amiga me contó que un compañero suyo estaba haciendo la tesis doctoral sobre literatura expandida, vi que se trataba de un fenómeno creativo colonizado y retroalimentado teóricamente desde la academia. Googleando, una columna de Enrique Vila-Matas me llevó a la brasilera Ana Pato, quien define la literatura expandida como un desplazamiento de la materia literaria fuera de sus fronteras estéticas. Para el proyecto Sociedad Lunar, del cual hace parte la argentina Belén Gache, invitada al festival, este tipo de literatura experimenta con formas de escritura que desbordan el soporte del libro y surcan las fronteras de lo visual, lo verbal y lo sonoro.
Aunque la mayoría de estudios al respecto se enfocan más en experiencias de literatura digital, multimedia e interactiva, las anteriores definiciones, sumadas a los ejemplos que Sociedad Lunar brinda —“pueden considerarse ejemplos de literatura expandida desde poesías escritas en el cielo o en el paisaje hasta una performance sonora” —, me confirmaron que no había sido una temeridad acceder a participar del evento.
Mi escritura se empezó a expandir a finales de 1994, en Medellín, cuando la maestra de danza contemporánea Lindaria Espinosa me invitó a realizar un recital de palabra y danza a partir de poemas del ALMAC N AC STA, mi primer libro, publicado el año anterior. Interrogado en El Mundo acerca de por qué me había dado por cambiar la tradicional lectura con mantel y vaso de agua, respondí: “Debe ser porque como poeta envidio el contacto de los actores con la gente”. En el 95, con la guitarra del rockero César Grisales, la música expandió la propuesta inicial de cuerpo y palabra. De ahí surgió el grupo “Poesía ácida”, cuyo nombre concebí queriendo agregar acidez a las Gotas amargas de Silva: “Esta ciudad provoca ganas de escribir un poema antirrobo./ Un poema de máscaras de hierro,/ donde las rejas de puertas y ventanas/ se propagan al cerco de la cara/ y le sirven de antifaz.// Esta ciudad te agarra del cuello/ y te urge a que adviertas/ los muros de sus monumentos/ hechos polvo para mezclar bazuco…”. En el 96, con el ingreso del fotógrafo Juan Fernando Ospina, la fotografía y el video se sumaron al ensamblaje poético dancístico musical. En aquel tiempo, antes de que todo se fuera para el carajo por nuestro exceso de talento y falta de profesionalismo, abarrotamos teatros, bibliotecas, parques, bares, colegios y universidades de Medellín, Bogotá, Bucaramanga, Pereira y pueblos circunvecinos.
Veintiocho años después, contra todo pronóstico, gracias al celo arqueológico de Liliana Moreno, “Poesía ácida” brota de sus encogidas cenizas en el II Festival de Escrituras Expandidas. Desde el semillero “La palabra en el espacio”, Liliana lleva siete años generando espacios en los que la expresión literaria explora diversas materialidades y soportes de escritura. Este año, el festival comenzó con la acción poética “Primeras líneas abrazan la Biblioteca Nacional”, consistente en rodear la biblioteca de pancartas con versos y primeras líneas de obras literarias, como un ritual conmemorativo del estallido social. Aparte de las intervenciones de la española Pilar Awa, la argentina-española Belén Gache, las mexicanas Adriana Raggi y Cinthya García, y la colombiana Margarita Valencia, se programaron ponencias performáticas, talleres y proyectos de artistas y colectivos que vienen experimentando con archivos sonoros, video, instalaciones, música y creación digital, entre otros injertos.
Envío este texto al periódico un día antes de la reaparición de “Poesía ácida”. Será leído el sábado, cuando ya todo habrá sido consumado, grabado y expandido. Cierro con un trozo de la retahíla que solía prologar aquellos recitales de los 90 en Medellín:
—A más velocidad, más ligereza en el tiempo. Hay cosas que solo advierte el oído con tiempo, detenido, perplejo. De la voz saldrán poemas calientes, quien quiera que pruebe, quien se queme que se queme. Que las reglas de etiqueta estampen encima: es poesía –no es poesía. Saldrán poemas con citas, lecturas aparecidas, diatribas, reflexiones al vuelo, análisis urgentes de actualidad. Vamos a hacer collage, ojalá tengamos buen instinto. No importa el formato, lo que importa es el filo de la ironía. Hemos sido ratones de biblioteca, bebido a manos llenas del vaso del silencio y la lectura, pero también somos –¡AY-YA!– ratas de alcantarilla, y de cuando en vez hemos héchole visita a los primos ratones del campo. Y más que eso, los vemos acá en la ciudad, esquivando carros, armando ranchos al pie de la autopista. Hemos hablado con sus hijos crecidos en las paredes de la montaña y les hemos escuchado decir: “¿Te imaginás a todos los jóvenes bajando con banderas y con antorchas a la gran ciudad que brilla y duerme como un niño? ¿Te imaginás?”. Era demasiado pedir al orden, pero la imagen quedó para siempre en el oído. Unos encuentran la manera de negociar contra el olvido del lugar natal y crecen; otros Rodrigos Des siguen bajando, siguen bajando, siguen bajando por el precipicio.