“El cuerpo humano, al fin,/ nada más bello y negado” - J. G. C.
Cuando supe que este año el lema de la Feria del Libro de Bogotá sería “Las palabras del cuerpo”, me puse feliz. Soñé que me la iban a dedicar, o que mínimo a algo me invitarían.
Cuando el director del Festival de Poesía de Bogotá, con quien nunca hablo, me llamó a decirme que El inmortal, mi sexto poemario, lo había impactado, me puse aún más feliz. Meses después me lo encontré caminando por La Candelaria y le pregunté si alguna vez se animarán a invitarme al festival de poesía de mi ciudad.
Como adivinarán quienes siguen las tribulaciones de esta columna, no ocurrió ni lo uno ni lo otro. Simultánea e implacablemente no me convidaron ni a “Las palabras del cuerpo” de la Feria ni a “La poesía en las artes” del Festival. Una omisión desafortunada porque, entre les poetas que empezamos a publicar en Colombia de los años noventa en adelante, si alguien se ha dedicado a experimentar con la voz, las palabras y el cuerpo, y a fusionar la poesía con artes como la danza, la música y lo audiovisual, ese hombre invisible he sido yo.
No en vano desde 1994 realicé performances con Lindaria Espinosa, pionera de la danza contemporánea en Medellín. No en vano el fotógrafo Juan Fernando Ospina se nos unió. No en vano escribí un poema titulado “El cuerpo” que en el Colegio del Cuerpo, en Cartagena, tuvieron a bien reproducir en un pendón. No en vano Joaquín Mattos abrió así su crónica sobre el Festival Internacional de Poesía de Medellín de 1995 en el Magazín Dominical de El Espectador: “Cuando un aedo ―acaso, incluso el mismo Homero― hace cerca de treinta siglos, cantaba, acompañándose con la cítara, los hexámetros de la terrible persecución de Aquiles a Héctor, no contaba con un auditorio tan numeroso como el que, el pasado 14 de junio, durante la clausura del V Festival de Poesía de Medellín, escuchó al poeta colombiano John Galán Casanova recitar sus versos libres acompañándose de una guitarra eléctrica”.
Era 1995, el guitarrista César Grisales me acompañaba en el proscenio del anfiteatro Carlos Vieco y yo proclamaba descalzo y torsidesnudo los versos de “El cuerpo”, que aprovecho para citar aquí: “¿El cuerpo?// El cuerpo es un ídolo rancio/ al que ofrendamos flores por costumbre.// Mil billones de fotografías/ le tomamos durante este siglo/ y ha quedado exhausto.// El pobre cuerpo/ no resiste una prenda más,/ un desnudo más, una pose más.// Habría que embalsamarlo,/ encerrarlo en un sarcófago/ y preservarlo un milenio de toda mirada/ mientras recupera su aura”.
Eso ocurrió hace tanto que ahora quizás me creen momificado. Pero no, aún palpito y respiro (por la herida). En 2023, veintitrés años después de disuelto, inspirado en Facundo Cabral, Bruce Lee, Tristan Tzara, el Indio Rómulo, Emeterio y Felipe, Raúl Gómez Jattin, René Higuita, Carlos Mario Aguirre y Pina Bausch, el dueto Poesía Ácida, conformado por Grisales y yo, renació de las cenizas para clausurar el II Festival de escrituras experimentales y expandidas “La palabra en el espacio”, en La Universidad Central de Bogotá, así como el Festival de artes verbales INJERTARIO en el Parque principal de Chía.
Al finalizar el tema “Lo último en la avenida”, el sonero Ismael Rivera le dice a Kako Bastar: “estamos en un tiempo tan miserable, que si uno no se alaba no hay quien lo alabe”. Celebro que este año hayan invitado a la Filbo a mi hermano, el gran poeta dominicano Frank Báez, pero, teniendo ambos un trabajo tan similar, como lo atestiguan los videos de Poesía Ácida y de El Hombrecito, qué grato hubiera sido poder alternar con él. Si no creen en mí, escuchen las palabras de Frank: “John Galán Casanova no es solo el portador de uno de los nombres más codiciados de la literatura de todos los tiempos, también es dueño de una poética de peso en la lírica colombiana e hispanoamericana”. Oigan a nuestra laureada Andrea Cote, quien acerca de El inmortal ―el poemario que deslumbró a Rafael del Castillo― afirmó: “En la tradición antisolemne de Vidales y de las Gotas amargas de Silva, este libro de mente cortopunzante será una bocanada de aire fresco para la poesía colombiana”. Recuerden al peruano Edgar O’Hara: “John Galán no tiene siquiera que afanarse por el añadido, ese néctar que hace de un mero texto una piedra preciosa por sonoridad. La poesía, engreidora, se lo regala; y lo disfrutamos”.
Qué suerte la mía: ser un cero a la izquierda para la izquierda y para la derecha, para la periferia y el centro, para Oriente y Occidente, para el norte y el sur. Qué suerte la mía: predicar en el desierto a merced de la fatalidad y la gloria esquiva. Qué suerte la mía: o no saben quién soy, o se hacen los que no. Qué suerte la mía: a la par de Vidales y de Silva, y a la sombra de les mediocres en flor.
CODA
Ante la evidencia del ingrato refrán “Nadie es profeta en su tierra”, entono una y mil veces la oración de san John: “Concédeme, Señor,/ la gracia de vibrar/ en cada una/ de las cadenas que me atan./ Que mis palabras/ giren en la rosa de los vientos/ y el dolor/ sea el gran comprendido/ de mi canto”.