El médico de la muerte

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Jorge Eduardo Espinosa
27 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.
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El periodista francés Olivier Guez publicó en el 2017 La desaparición de Josef Mengele. El libro, no exactamente una biografía del médico nazi pero tampoco una novela sobre su vida, ganó en Francia el Premio Renaudot y fue catalogado como uno de los mejores de aquel año. Se trata de un texto corto, 256 páginas, traducido al español este año y publicado en mayo. Recrea Guez la vida clandestina del Ángel de la Muerte de Auschwitz después de la II Guerra Mundial, cuando algunos mandos medios y altos de las Waffen-SS –el cuerpo élite de combate de Hitler- logran escapar de Europa y llegar con identidades falsas y ningún arrepentimiento a América del Sur. Mengele, Capitán de las SS herido en combate en el frente ruso en 1942, fue enviado por recomendación del temible genetista Otmar Freiherr von Verschuer a Auschwitz, concretamente al campo de familias gitanas de Birkenau. Su trabajo consistía en seleccionar a los detenidos que pasarían al campo de concentración, es decir aquellos que podían trabajar, y separar a quienes serían enviados a la máquina eficiente de la muerte que daría nombre a la solución final.

Guez sustenta su trabaja de investigación, que lo es, en miles de documentos y textos que a lo largo de los años han visto la luz y que muestran la enorme trama de complicidades y favores que políticos latinoamericanos hicieron a los criminales nazis. En el caso de Mengele, y también de otros como Adolf Eichmann, su mejor aliado fue el argentino Juan Domingo Perón. Durante los años de su presidencia fueron muchos los nazis que bien vivieron en las calles de Buenos Aires y en los campos de la Patagonia. Cuenta Guez que Perón, un megalomaniáco de texto, creía que la III Guerra Mundial sería desatada o bien por el odio que los soviéticos sentían por Estados Unidos, o bien por el miedo que los segundos sentían por los primeros. En ese escenario, lo que el mundo necesitaría sería una tercera vía, un escape al capitalismo, que explotaba a la gente, y al comunismo, que la esclavizaba. Esa tercera vía comenzaría a pavimentarse en la Argentina, y tendría como sustento teórico algún aspecto del Nacional Socialismo que permanecía en las mentes de sujetos como Mengele y como Eichmann.  

Fue así como en 1949, después de trabajar camuflado como un campesino en los destrozados campos alemanes, Mengele escapa a la Argentina bajo el nombre de Helmut Gregor. Acompañado por la suerte -Mengele logra evadir los controles que los aliados tenían preparados para capturar a los SS porque no permitió que lo marcaran como integrante- el médico alemán es bien recibido por la comunidad nazi establecida y protegida por Perón en Argentina. El escritor Tomás Eloy Martínez, para acabar con toda duda, contó que en una entrevista en Madrid en 1970 Perón reconoció de buena gana su relación con criminales nazis. Daba detalles de cómo en la década del 50 un médico alemán, genetista, lo visitaba en su residencia de fin de semana en Olivos y lo entretenía con sus descubrimientos científicos. Cómo era el nombre de aquel alemán, preguntaba el escritor, y Perón respondía “¿quién sabe? Era uno de esos bávaros bien plantados, cultos, orgullosos de su tierra. Espere... Si no me equivoco, se llamaba Gregor. Eso es, el doctor Gregor".

No sería el único presidente de la región que orgulloso extendería la mano a los nazis. Alfredo Stroessner, el dictador paraguayo, era feliz regalando ciudadanías paraguayas a criminales nazis como Mengele. Guez cuenta cómo ocurrió el lío diplomático entre Israel, Alemania y Paraguay por la presencia de Mengele en ese país, y cómo el dictador se negaba a extraditar a los nazis que vivían en territorio paraguayo. El libro de Guez, con una estupenda documentación, cuenta además la historia del Carnicero de Lyon, Klaus Barbie, protegido y apoyado por Estados Unidos en su cruzada contra el comunismo en América Latina. Barbie, que seguramente mató soldados estadounidenses en la II Guerra, terminó siendo aliado del país del norte y de sus intereses en Bolivia. Los servicios secretos estadounidenses reclutaron a Barbie para que ayudara en la caza de comunistas, entre ellos la del Che Guevara.

La vida de Mengele, volviendo al médico nazi, estuvo lejos de ser feliz. Vivió años de soledad y temor entre la selva brasileña y una favela de Sao Paulo, durmiendo con un ojo abierto y con la certeza de que en la calle alguna de sus víctimas lo reconocería y lo entregaría a la policía. Su hijo, Rolf Mengele, lo odió hasta el último día de su vida, y su familia lo consideraba un estorbo y un mal necesario. Guez supo contar la tristeza de Mengele, su temor permanente y su sorprendente mezquindad, dejando en evidencia también los tantos colaboracionistas que ayudaron a los criminales nazis después de la Guerra.

Un libro estupendo.

@espinosaradio

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