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¿Está cerca Colombia de convertirse en Venezuela?

Jorge Eduardo Espinosa
26 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
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La pregunta a propósito de un miedo: el de tantos colombianos que no saben cómo votar en el plebiscito y que están permanentemente bombardeados con la idea apocalíptica de que el Sí nos conducirá irremediablemente al Castrochavismo.

La idea, sin duda aterradora, viene acompañada de distintas imágenes: Timochenko con la banda presidencial; miles de ciudadanos haciendo filas que no acaban para comprar un pan, leche, tres huevos; recién nacidos en cajas de cartón por el desabastecimiento hospitalario… el infierno en la tierra. ¿Es así? ¿Estamos los colombianos cavando nuestra tumba?

Primero, algo de contexto. 1998, el candidato Hugo Rafael Chávez Frías gana la presidencia de Venezuela con el 56% de los votos. Se rompía así el bipartidismo de Acción Democrática y de COPEI, que se alternaron en el poder desde la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958. Cuatro décadas de bipartidismo ladrón, corrupto y dañado. Chávez, lo sabían algunos venezolanos, era un radical en lo social, un retrogrado, un hombre que despreciaba la democracia y se mantendría en el poder al precio que fuera. Algunos, digo, porque la mayoría de los venezolanos no veían así a Chávez. Muy al contrario el golpe de Estado de 1992, encabezado por él, fracasó sin ningún castigo social. Incluso, hay quienes creen que en el imaginario de muchos venezolanos la figura de Hugo Rafael era la de un romántico paracaidista que luchaba por los intereses del pueblo, un Robin Hood criollo.

Recordarán ustedes aquella entrevista en 1998 con el periodista de Univisión Jorge Ramos en la que Chávez, mintiendo descaradamente, dice que de ganar estaría dispuesto a entregar el poder antes de cumplir los 5 años de su mandato. Luego, después de jurar mirando a la cámara que él no es el diablo, reconoce que Cuba sí es una dictadura pero que debe respetar el derecho de autodeterminación de los pueblos. En fin, se presentaba como una oveja, un demócrata convencido, un conciliador. Y es así como su imagen, para millones de venezolanos, era positiva, esperanzadora, llena de promesas de cambio. ¿Ocurre aquello con las Farc? ¿Le ocurriría a usted con el eventual (que no será en 2018) candidato presidencial que apoye el partido político que derive de las Farc?

En 1998 Venezuela estaba sumida en una profunda crisis económica. Cuando Chávez juró sobre una “moribunda Constitución” en 1999, el precio del petróleo estaba a 19 dólares barril. Para 2006 ya se cotizaba a 66 dólares y subiría hasta los escandalosos 124 en 2008. El proyecto político chavista, con ese mar de dinero permanente, se pudo dar el lujo de despreciar a la empresa privada, de aterrorizarla y espantarla del país. Los petrodólares, en su maldición, hicieron del chavismo una mafia poderosa que se sentía invencible. Bueno, sí, dirán algunos, en Colombia no está el petróleo, pero sí la plata inacabable del narcotráfico. Y las Farc, en efecto, se han lucrado del negocio de la droga. La hipótesis, válida, es que las Farc tienen miles de millones de dólares escondidos y que con ellos comprarán la elección presidencial. Si ese fuera el caso, habría ocurrido antes. Tendrían un ejército clandestino en armas, y un presidente elegido en el juego democrático con la plata del narcotráfico.

Finalmente, la misma Venezuela. El peor enemigo de los proyectos políticos de la izquierda en Colombia siempre ha sido el factor Farc. Acá, por las Farc, por su crueldad y su miseria, incluso la izquierda es goda. El desbaratado espejo venezolano y el desastre en el que se convirtió su creciente dictadura, es y será el peor enemigo del proyecto político que surja de las Farc. Y no es el único caso: en Brasil, años después, se descubre la implicación directa de buena parte del gabinete ministerial de Lula (y del propio Lula, acusado por la fiscalía de ser el cerebro de la trama) en el enorme robo a Petrobras. En Argentina, los aliados de los Kirchner pasaron de ser humildes cajeros de bancos, a acumular enormes fortunas como prósperos constructores. Ni hablar de Daniel Ortega, que además de perpetuarse en el poder, acaba de nombrar presidente del Parlamento nicaragüense a un muerto. Sí, como lo leen. La izquierda latinoamericana, con la curiosa excepción ecuatoriana, que vive todavía, solo acumula fracasos (y ojo, que la derecha tampoco lo ha hecho mejor). En fin, estamos en el siempre misterioso juego de la Democracia. El partido político que surja de las Farc sin arma, tendrá un candidato presidencial para 2022. El reto, en lugar de vociferar que llegó el Castrochavismo, es derrotarlo en las urnas. Con argumentos, no con tiros.

@espinosaradio
 

 

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