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¿Cuándo fue sustituido el periodismo por videos de cámaras de vigilancia? ¿Cómo pasamos de la reportería, la investigación y el contexto a la incansable repetición del video amateur de mala calidad de la semana? ¿Desde cuándo hacer periodismo es sinónimo de describir una y otra vez las imágenes de ladrones de carros, celulares, billeteras? ¿Qué tiene eso que ver con nuestro oficio? Es un insumo válido, dirá algún colega, sí, tal vez, pero no puede ser el único, le diría yo. ¿Cómo llegamos a este estado de cosas? La respuesta es simple: porque eso vende, porque la gente, esto es, el televidente, lo consume. Incluso si, como a mí, me da vergüenza que un noticiero dedique la mitad de su emisión a reproducir el mismo video de unos bandidos en una calle haciendo de las suyas. Lo que no es tan simple es la consecuencia. Desde siempre hemos sabido que el buen periodismo contribuye a la buena salud de la democracia. Que usted, que vota, que participa, que es ciudadano, esté bien informado, debe ser el principal objetivo de cualquier espacio informativo. De manera que una ciudadanía mal informada es, en general, un fracaso nuestro, una muestra más de que el periodismo criollo tiene que repensarse.
Y acá volvemos al viejo dilema del morbo, de lo que vende, de lo que supuestamente la gente quiere, y el periodismo serio y bien hecho. Hacer debates estructurados, entrevistas con contexto, investigaciones documentadas, en fin, hacer periodismo, vende menos que mostrar a unos delincuentes robando celulares y corriendo por una calle. Ese no es un descubrimiento que cambie nada, lo sabemos y lo asumimos hace tiempo. Lo que sí cambia todo es olvidarse del periodismo y dedicarse al entretenimiento, al reality, al mero interés por marcar en un rating. ¿O es que acaso creen ustedes que la mala fama que tiene el periodismo no está directamente relacionada a ese tipo de decisiones? Un noticiero no es, ni debería ser, un concurso de popularidad, una carrera para medir quién entretiene más e informa menos. Cuando uno reduce su trabajo a reproducir unos videos, leer unos trinos y discutir media hora el último reggaetón, no puede esperar que lo tomen en serio. ¿Qué queremos? ¿Ser referentes informativos o recreacionistas simpaticones?
Lo mismo podría decirse de aquel invento del periodismo ciudadano. Las redes sociales, cómo no, han permitido que cada persona con un celular grabe lo que quiera y denuncie en sus cuentas lo que cree relevante. Y entonces empiezan a circular, día tras día, miles de videos que muestran desde el último abuso de algún policía en algún municipio del país, hasta la prueba “incontrovertible” de que Santos es un aliado enmascarado de Timochenko. Y pasa luego que a los periodistas, que también están en redes, les exigen que se pronuncien sobre esos videos de 10 o 15 o 30 segundos que circulan por Internet. Y que juzguen, además, a los implicados, que hagan editoriales sobre ellos, que dediquen la emisión del noticiero de radio o la portada de este periódico a la “grave” denuncia del video. Y no, no se puede. ¿Cómo sé yo la fecha de ese video? ¿Quién lo grabó y por qué? ¿Está editado? Si lo está, ¿qué le quitaron o, lo que es peor, le añadieron? Lo siento, pero un video anónimo en Internet tiene, para mí, el mismo valor que una cadena de Whatsapp: es basura. Y basura malintencionada, generalmente. Está bien que la gente se acerque con denuncias, que quiera contar lo que sabe sobre determinado asunto. Con frecuencia, las fuentes más relevantes son aquellas que, por no ser poderosas, no tienen voz. Pero eso no se puede confundir con la esencia de lo que hacemos. Nuestra labor sigue siendo distinguir el rumor de la verdad. Y ojalá, por Dios, ir más allá del video del cuadrante.
