Talese y el mirón

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Jorge Eduardo Espinosa
03 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
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Gay Talese recibe una perturbadora carta anónima en 1980. Quien es considerado como el mejor cronista y reportero vivo en Estados Unidos, y por qué no, en el mundo, ya era celebre por la belleza de sus textos, la precisión de sus descripciones y la habilidad para contar las historias de la gente común. Y no tan común, como el maravilloso perfil que en 1966 Talese escribió sobre un tal Frank Sinatra, “Sinatra está resfriado”, lectura obligada en cualquier clase de periodismo que se respete. Volviendo a la carta, Talese se sorprende con lo que lee. Quien escribe, que no se identifica por “seguridad”, cuenta al periodista que unos años atrás, y en compañía de su esposa, compró un motel en Colorado con el único objetivo de espiar a sus clientes. Desde entonces, ha escrito en un diario todo lo que ha visto, con descripciones de acrobacias sexuales, perversiones de todo tipo, gente haciendo lo que la gente hace cuando sabe que nadie está mirando. El que escribe se define a sí mismo como un mirón, un voyerista, sí, pero también como un agudo observador de la conducta humana, un innovador investigador de lo que somos que, dice, debería ser celebrado y condecorado.

Termina la carta diciendo que él necesita contar su historia, pero que no tiene el talento suficiente. Y por eso le escribe al gran Talese, para que sea su pluma y su forma. Si Talese va a su encuentro, y promete guardar la confidencialidad, el anónimo se identificará y le dará acceso al diario de sus observaciones. El periodista, inquieto, nervioso, acepta la invitación. Y en efecto, Talese, que siempre va en traje de corbata, sombrero y chaleco, se encuentra con un tal Gerald Foos en el aeropuerto de Denver, Colorado, y puede comprobar que el motel existe, igual que el mecanismo para observar a los clientes. No solo eso, Talese acompaña a Foos en una de sus voyeurísticas travesías. Y mira. La experiencia es perturbadora. El periodista no solo es ahora cómplice de un delito, sino que se cuestiona también si es posible contar esa historia sin hacer daño a quienes, por tanto años, han sido espiados. Empieza allí una reflexión sobre la vida de los otros y sobre esa inclinación natural que tenemos a mirar esas otras vidas. ¿Somos todos mirones en alguna medida? Foos le dice a Talese que él empezó mirando a una tía cuando apenas era un niño, que la espiaba desde el jardín y en secreto la deseaba. Nunca, insiste Foos, ha tocado, nunca los otros han sabido que él los mira.

Por años la historia no se contó. En 2016, cuando por fin Foos autorizó a Talese a usar su nombre en la crónica, el periodista decidió publicar. Y lo hizo en medio del escándalo. El Washington Post, escéptico, investigó la historia de Foos y concluyó que había varias mentiras. El registro del motel no coincidía con Gerald Foos como dueño en algunos de los años descritos en el diario. El texto, que no era una ficción, ni podía serlo, quedaba en entredicho. Talese habló con Foos, que tenía una explicación para el hallazgo del Post. Al final, el periodista revisó el texto y siguió adelante con él. Pues bien, Alfaguara ya lo ha publicado en Colombia bajo el título El motel de voyeur. Excepcional ejemplo de periodismo que, de paso, cuestiona la condición humana y deja, esa fue mi lectura, un sinsabor. La conclusión de Foos, que sin duda fue un mirón de talla mundial, es que no es posible confiar en el otro. Que la gente, en general, es tramposa, ladrona, deshonesta e hipócrita. La gente suele mostrar una cara en público, cuando sabe que la juzgan y la miran, y otra en privado, cuando nadie observa. Lo sabemos, sí, pero queda demostrado en el texto de Talese sobre Foos. Hay, en los diarios del voyeur, múltiples ejemplos de cómo la vida americana fue cambiando con el paso de los años. Las parejas interraciales, por ejemplo, no pedían juntos la habitación en los 60. El hombre, generalmente negro, esperaba en el carro mientras la mujer, blanca, rentaba el cuarto. Eso cambió en los 70. Algo había pasado. Las parejas interraciales se sentían menos juzgadas, podían aparecer juntas en público y sobrevivir en el intento.

El reportaje, de unas 200 páginas, está repleto de ejemplos similares. Hay, sí, descripciones sexuales que pueden hacerte sonrojar, pero no es solo una crónica sobre un enfermo y un desviado sexual, que lo es, sino también sobre un agudo y preciso observador de la conducta humana. Más allá de los actos sexuales de sus clientes, eventualmente repetidos y aburridos, es la mezquindad del carácter humano lo que queda. Mi lectura de la crónica fue cínica, pesimista. Podrían ustedes tener una experiencia distinta. En cualquier caso, Talese me ha regalado una de las mejores lecturas de los últimos años. Larga vida al maestro.

@espinosaradio

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