Tenemos que hablar de marihuana

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Jorge Eduardo Espinosa
30 de julio de 2018 - 07:30 a. m.
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Esta semana que pasó el gobierno británico anunció la legalización del cannabis terapéutico por prescripción. Según palabras del ministro del Interior, Sajid Javid, esta medida "ayudará a los pacientes con necesidades médicas específicas, pero por ningún motivo se trata de un paso hacia la legalización para uso recreativo". El caso es simple: dos niños, Alfie Dingley y Billy Caldwell, tenían problemas para acceder al único medicamento, a base de aceite de cannabis, que les ayudaba a vivir mejor. El caso Caldwell, por ejemplo, fue indignante: el niño, autista y con un tipo de epilepsia, tuvo que ser hospitalizado después de que las autoridades confiscaran su aceite de cannabis, adquirido en Canadá, en el aeropuerto de Heathrow en Londres. A raíz del ruido mediático y la indignación que generó en las redes este absurdo episodio, el ministro Javid prometió que avanzaría en una legislación que permitiera, como en otros 27 países, el consumo regulado de marihuana medicinal.

El pasado 20 de junio el Senado canadiense apoyó la decisión de la Cámara de legalizar la marihuana para su producción y consumo recreativo. Canadá, después de ese paso que además fue promesa de campaña del primer ministro, Justin Trudeau, se convirtió en el primero del grupo del G7 en autorizarla. Allí ya estaba permitido el uso medicinal desde 2001. Lo mismo, mirando la historia, ocurrió en el estado de California en 1996, cuando aprobaron el uso de marihuana medicinal. Pasaron 22 años para que, en enero de este 2018, se aprobara también su uso recreativo en buena parte del estado. Menciono estos ejemplos porque, a pesar de lo que dice el ministro del Interior británico, regular la marihuana medicinal sí es el primer paso para legalizar el uso recreativo. Y la explicación es simple y es doble: la guerra contra las drogas, es decir, la prohibición absoluta y la promesa (falsa) de un mundo libre de drogas, fracasó rotundamente. Y, por supuesto, hay un factor económico que también es determinante.

Reporta Univisión que para 2020 las autoridades de California esperan que la industria de la marihuana genere alrededor de 7.000 millones de dólares anuales. Y los analistas van más allá: es posible que en algunos años esa industria, la de la marihuana, iguale a la industria del consumo de cerveza, que según la National Beer Wholesalers Association y The Beer Institute, es de 48.200 millones de dólares anuales. Hay por supuesto desafíos enormes, como lograr que la banca acepte esos recursos y acceda a otorgar créditos a empresarios de la marihuana, o que la ley federal en EE.UU., que todavía la considera ilegal, avance en una legislación distinta.

Lo cierto es que el mundo, nos guste o no, se está moviendo en dirección contraria a la doctrina Nixon de la Guerra contra las drogas, que a propósito y según investigaciones sociológicas muy serias, tenía un propósito: criminalizar a la inmensa población negra de los Estados Unidos. La fórmula, macabra, era sencilla: ya que la esclavitud no es legal, y que tenemos que mezclarnos a la fuerza con los negros, no estaría mal ponerlos presos. La discusión está lejos de ser sencilla. Y no es lo mismo considerar la legalización de la marihuana que, por ejemplo, legalizar la cocaína y otras drogas más fuertes. Sin embargo, ahora que el gobierno Duque ha prometido revisar la dosis mínima y volver a lo que parece ser una era de castigo y prohibición, no sobra levantar la cabeza y mirar lo que está ocurriendo en el mundo. Y también, para dar un debate informado, analizar cuáles han sido los puntos favorables y desfavorables de las experiencias en países como Uruguay y en mercados tan grandes como el de California. También, del lado de la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez, es una buena noticia el nombramiento del economista Daniel Mejía, un hombre que ha estudiado y que conoce a profundidad las diferentes legislaciones para afrontar el problema –que lo es- de las drogas. Ojalá el fiscal lo oiga.

@espinosaradio

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