Con un reparto encabezado por el brillante actor Gael García, en días pasados vi por fin la película No, dirigida por Pablo Larraín, donde se narra la campaña que se adelantó después de que el dictador Augusto Pinochet convocó a un plebiscito para que el pueblo decidiera si se iba o se quedaba, convencido de que iba a ganar, porque tenía todo el aparato propagandístico de su lado.
Ese plebiscito ocurrió el 5 de octubre de 1988 y la película es contada desde la mirada del NO, no a la continuación de Pinochet en el poder. Gael representa al talentoso creativo publicitario René Saavedra, quien llega a esa campaña para imponer una línea conceptual sobre la “mamertada” de partidos de la oposición que solo concebían agresivos mensajes de denuncia como hilo central.
La campaña por la no continuación de Pinochet era consciente de la dificultad implícita en promover una palabra tan negativa como NO, sumada a las repetitivas cuñas del SÍ, muchas de contenido religioso (hasta trajeron al papa Juan Pablo II) y que sembraban el miedo a toda posibilidad de cambio. Pero llegó Saavedra y le agregó a la temida palabreja NO el signo +, con la consecuente interpretación: No + Pinochet, no más dictadura.
De otro lado, a los partidos de la oposición les cambió el chip: estaban convencidos de que de todos modos perderían, pues la convocatoria de Pinochet solo pretendía legitimar la dictadura ante el concierto de naciones, y por tanto se trataba de aprovechar la coyuntura para sentar un precedente de denuncia por las torturas y desapariciones del régimen. Y pare de contar.
Pero Saavedra los fue plantando: “No, señores, qué pena con ustedes, el mensaje debe ser de alegría. La alegría debe ganar, la alegría del cambio. Debemos desanclarnos de un pasado doloroso y poner a Chile a mirar hacia el futuro”.
Produjeron un jingle que luego se volvió canción, La alegría ya viene. Sin temor a equivocación, esa sola pieza de la campaña jugó un papel decisivo en la consolidación del triunfo, pues nada es más vendedor que la alegría. Al final el NO obtuvo el 56 % a favor y el SÍ el 44 %, motivo por el cual Pinochet se vio obligado a convocar a elecciones.
Veintiocho años después Colombia pasó por un trance similar, cuando el 2 de octubre de 2016 debió decidir entre el SÍ a la refrendación del Acuerdo de Paz de Juan Manuel Santos con las Farc, o el NO a su implementación en los términos que se habían acordado. Y ganó el NO por muy estrecho margen, después de plagiar a los del NO chileno al apropiarse del signo + para pedir NO + impunidad, la supuesta impunidad que recibirían los guerrilleros desmovilizados.
No deja de ser sorprendente que en ambas ocasiones haya ganado el NO, pese a que una y otra campaña tenían objetivos disímiles: en un caso, el retiro de Pinochet; en el otro, el debilitamiento del gobierno de Santos. Algo que por cierto lograron con creces, hasta el vergonzoso punto en que dos años después Santos se vio obligado a entregar la Presidencia a un segundón de Uribe, a un pelele.
Así las cosas, mientras en Chile salía un dictador, en Colombia germinaba “la semilla del diablo” para el abono de lo que hoy comienza a apreciarse en su real dimensión: una dictadura con apariencia de democracia, sometida la nación a un férreo control propagandístico mediante poderosa tenaza mediática impuesta por un pool de medios que cobija a El Tiempo, Semana, El Colombiano, RCN y Red+, entre otros. Y quién sabe si también Noticias Caracol, con noticias económicas que transmiten un mensaje constante de “positiva” recuperación de la confianza, con marcada presencia de información oficial que se transmite como material noticioso pero tiene cara de publirreportaje.
Hoy Colombia asiste a la resurrección de su propio Augusto Pinochet, en versión Álvaro Uribe. Con las mismas nefastas consecuencias, además, sobre todo en la brutalidad de la Fuerza Pública y en la vulneración permanente de los derechos humanos de la población. ¿Han visto por ejemplo que no cesa la matanza y que el país ha sido tomado por fuerzas oscuras, todas de clara inspiración castrense, mientras el Ejército parece comportarse como un espectador pasivo? ¡Mentira! Los mismos que vistieron a Iván Duque de agente de policía después de cometida una masacre (aún impune) son los que enviaron sentidas condolencias a la familia del lugarteniente de Pablo Escobar, alias Popeye, tras su “lamentable” deceso. Y en ambos casos lo hacen con la misma intención: que le vaya quedando claro al país quiénes son los que mandan.
Si en medio de tan sombrío panorama buscáramos el lado positivo, tocaría agarrarnos del proverbio sioux según el cual “nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer”. ¿Es posible acaso ir en busca de un nuevo amanecer? Es perfectamente posible, aunque haciendo claridad en que esto se va a poner peor. Los que tienen la sartén por el mango no la van a querer soltar en 2022, así tan fácil como que perdimos una elección y entonces nos vamos para la casita.
El poder que en Colombia ha conquistado la extrema derecha es fácilmente comparable al que tuvo el general Pinochet desde el principio hasta el fin de su mandato. He ahí el peligro. O, más bien, he ahí la torturadora realidad desnuda. Las fuerzas más retardatarias de la nación, encarnadas sobre todo en la bota militar, se han hecho al poder y no van a querer devolverlo.
Es en este delicado escenario donde la falta de unidad entre las fuerzas de oposición es suicida. El primer recurso que la caverna tiene a la mano es el de fomentar la división, por aquello del “divide y reinarás”. Si el uribismo logra que el centro y la izquierda no se unan —diferente a lo que sí ocurrió en Chile—, tiene asegurada su supervivencia.
En otras palabras, si basta con que el centro y la izquierda se unan para ganar de forma arrolladora en la primera vuelta y dejar atrás tan oprobiosa saga, ¿por qué no lo hacen? ¿Se trata acaso de una guerra de egoísmos, o es que una de esas dos fuerzas juega solapadamente a favor de la derecha?
A esta altura del partido, tomaré posición: no sé si lo que más le convenga a Colombia sea un gobierno presidido por Gustavo Petro, pero suena razonable el llamado que hace su segundo a bordo, Gustavo Bolívar, respecto a que si las fuerzas de oposición no se unen antes de la primera vuelta, apague y vámonos.
¿Cuál podría ser el inconveniente en que se convoque a la más amplia consulta imaginable entre los principales dirigentes de la oposición antes de la primera vuelta y de allí salgan, en orden de primero y segundo, el presidente y el vice que Colombia necesita para salir de este atolladero?
En todo caso, si lo vamos a hacer, hagámoslo con alegría. Podrán derrotar todo, menos la alegría.
NO + URIBE