El domingo pasado tuve la desdichada ocurrencia de afirmar en un trino que sonaba razonable una frase de la columna de María Isabel Rueda de ese día, donde dijo que Alejandro Gaviria podría ser presidente “si logra saltar por encima de toda la rabia social que encarna @petrogustavo, para aterrizar con suficiente credibilidad en las soluciones”. (Ver trino).
Desdichada, sí, porque a muchos petristas no les gustó la expresión “rabia social”, quizá porque los hacía ver como gente rabiosa. Y me armaron juicio popular, como si yo hubiera sido el autor de esa columna. Entre otras acusaciones me tildaron de “tibio”, “liberal de raca mandaca”, “periodista vendido” e “incoherente”, entre otros calificativos.
Acepto lo de liberal de raca mandaca, y a mucho honor, pero la verdadera incoherencia se aprecia en no entender que rabia social es sinónimo de descontento, frustración, desesperación o malestar por el estado de cosas actual, y por tanto no se cae en error al afirmar que es Petro quien mejor encarna y recoge ese sentimiento de indignación generalizada. O como dijo @hectecha: “Un poco de comprensión de lectura, por favor. Cuando dice “la rabia social que encarna Petro” NO alude a una rabia social en contra de Petro; por el contrario, se refiere a la rabia social que lidera y representa Petro”.
Sea como fuere, la reacción de tanto petrista enfurecido (¿rabioso?) trajo como resultado la pérdida de casi cien seguidores en mi cuenta de Twitter, y es la mejor prueba de la exacerbación de los ánimos en ese segmento del espectro político, porque constata la dificultad implícita en tratar de razonar con personas convencidas hasta el epidídimo de que cualquier candidato diferente a Petro es un neoliberal (epíteto hoy en boga contra Alejandro Gaviria), un tibio (merecido señalamiento contra Fajardo, ahí sí), un vendepatria, un uribista camuflado, etc.
Otra cosa en la que estuve de acuerdo con la periodista que me hizo echar de Semana fue cuando dijo sobre Alejandro Gaviria que “Parecerse a la personalidad de Gandhi sirve. Pero falta un brochazo de la decisión de Churchill para ganar las guerras”. En efecto, si de algo adolece Gaviria es que comenzó con marcada tibieza en sus planteamientos, y su primer paso en falso consistió en una declaración elogiosa sobre Alberto Carrasquilla por su nombramiento en el Banco de la República, cuando esperábamos ver al novel candidato distanciarse del nefasto gobierno de Iván Duque.
Hoy la diferencia básica entre Alejandro y Petro es que al primero sí se le puede identificar con Gandhi y al segundo con Churchill, pues vemos a este último enfrentado con todos sus fierros al Hitler encarnado en Uribe (y sus también rabiosas huestes), a tal punto que Petro tiene convertida su cuenta de Twitter en un verdadero ring de boxeo verbal, cazando peleas a diestra y siniestra con todo el que se le atraviese. ¿Es esto bueno para el candidato? No estoy del todo seguro.
Ahora bien, en mi condición de “liberal de raca mandaca” vi en mi última columna con buenos ojos la irrupción de Alejandro Gaviria en la pasarela electoral, porque entró a competir en igualdad de condiciones con Petro y puso a tambalear la opción de Sergio Fajardo, debilitando a su vez el variopinto repertorio de candidatos de una Coalición de la Esperanza. (Ver columna).
Pero hoy la preocupación es otra, y se relaciona con que en medio de un ambiente tan polarizado y tenso como el actual, no se puede descartar la posibilidad de un atentado contra Gustavo Petro… pero tampoco contra Alejando Gaviria. La opción del magnicidio sigue disponible para las fuerzas oscuras que por la vía violenta siempre se han negado a perder el manejo del poder.
En Colombia ha sido una saga, cuyo debut se ubica en la frustrada conspiración septembrina para matar a Simón Bolívar, continúa con el asesinato a hachazos del liberal Rafael Uribe Uribe y llega hasta Jorge Eliécer Gaitán y el consecuente bogotazo. Y en épocas recientes toca a figuras con perfil presidencial como un Luis Carlos Galán ultimado en macabro plan entre el DAS y grupos criminales, o un Carlos Pizarro desmovilizado del M-19 al que se le conocía como “comandante Papito”, sin que en la extensa lista de homicidios selectivos sea posible excluir a Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, asesinados por orden de Carlos Castaño pese a que contaban con protección del DAS.
Y si vamos a la otra orilla ideológica, tampoco se salva el Álvaro Gómez Hurtado que se convirtió en un hombre que sabía demasiado el día que se negó a presidir, como se lo propusieron y narro en este libro, el golpe de Estado que sectores castrenses en conspiración con políticos de extrema derecha urdían contra el gobierno de Ernesto Samper Pizano.
En este contexto mucho se ha rumorado, con base cierta, sobre la posibilidad de que Gustavo Petro fuera el próximo en la lista de los defenestrados por esa ‘mano negra’. Ahora bien, después de la última carátula de Semana donde ésta -convertida hoy en la agencia oficiosa de prensa del régimen- presenta a Alejandro Gaviria como una simple ficha de Juan Manuel Santos y César Gaviria, no se debe descartar un eventual atentado contra su humanidad, previendo o tratando de impedir que en algún momento de la contienda comience a puntear en los anhelos de cambio del electorado.
A Álvaro Uribe Vélez no le conviene un “castrochavista” como Petro ni un liberal como Alejandro Gaviria en remplazo de su subalterno el inepto Iván Duque. Sin pretender aquí siquiera insinuar que fuera “Él” quien diera la orden, es evidente que hay fuerzas subterráneas -siempre las ha habido en la historia de Colombia- que gustosas se encargarían de sacar del camino a cualquiera que ose debilitar o poner en peligro el inmenso poderío que ha construido tan ominoso sujeto sub judice.
Así las cosas, cuiden a Petro… pero no descuiden a Alejandro.
Post Scriptum: La importancia de Colombia en el concierto iberoamericano se expresa de forma jocosa en el hecho de que la Real Academia Española (RAE) documentara el uso de las expesiones “abudinar” y “abudinear” en el sentido de estafar o robar. (Ver noticia).