Esto se va a poner peor

Jorge Gómez Pinilla
11 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

De un tiempo para acá se han venido presentando ciertos síntomas que darían para pensar que este Gobierno avanza con paso firme hacia la implantación de un régimen neofascista, y hechos recientes permitirían confirmar tal diagnóstico.

Un primer elemento a considerar es la actitud provocadora o pendenciera de Iván Duque frente al clamor de cambio que encarna el paro nacional, descalificando como “pirómanos” o como idiotas útiles de la izquierda a quienes protestan, pretendiendo ahogar los justos motivos de la inconformidad con la fuerza bruta del Esmad (para que la gente coja miedo y deje de salir a la calle), regando grupos de vándalos en puntos estratégicos para sembrar terror psicológico, haciendo redadas a jóvenes para revisarles sus celulares, llegando la ministra del Interior hasta el extremo de lanzar un trino retador donde advierte que los millones de manifestantes que se tomaron las calles de las principales ciudades… #NoPudieron.

Todo esto arroja una clara señal: piensan seguir adelante con su modelo autoritario, cada día más parecido a una dictadura, arranchados en su torpeza y haciendo oídos sordos a la indignación nacional. ¿Por qué tanta intolerancia, que incluso podría calificarse de suicida? Quizá porque creen contar con el apoyo de Donald Trump, el mismo decidido apoyo que este ya les expresó al militarista Bolsonaro en Brasil y a la fundamentalista católica —y golpista— Jeanine Áñez en Bolivia.

El ejemplo más ilustrativo está en el modo como el régimen fascista de Benito Mussolini logró el control de los medios para imponer una doctrina militarista monolítica, aliada al poder eclesiástico, que aprovechó los sentimientos de frustración colectiva posteriores a la Primera Guerra Mundial para exacerbarlos mediante la violencia, la represión y la propaganda, y los desplazó contra un enemigo común. Para el caso que nos ocupa, ese enemigo fue primero el miedo a que nuestros hijos se volvieran maricas con el Acuerdo de Paz, enseguida fue Venezuela y en los últimos días han reeditado el libreto del señalamiento a Gustavo Petro como la encarnación de todos los males.

Lo que viene ahora es la polarización del ambiente político mediante la aplicación de la tesis marxista de “agudizar las contradicciones”, pero desde la extrema derecha. ¿Y cómo polarizan? Con un surtido ramillete de personajes siniestros disfrazados de periodistas que en realidad son propagandistas del régimen, y que incluyen desde el neonazi (y abusador de mujeres) Gustavo Rugeles hasta el sinuoso Hassan Nassar, pasando por la psicorrígida Claudia Gurisatti, sin omitir a los tres correveidiles que lograron ubicar estratégicamente en Semana (Luis Carlos Vélez, Salud Hernández y Vicky Dávila), dedicados a denigrar del que se salga de la línea que intenta trazar el uribismo, actuando muy solícitos como mascarón de proa contra todo lo que les huele a “mamerto”.

No es por simple casualidad que Mussolini nombró como ministro de Finanzas a Alberto De Stefani (1922-1925), un economista ortodoxo que entendía que el afianzamiento del poder fascista pasaba por robustecer la identidad de intereses con el gran capital. Pues bien, fue este mismo De Stefani quien creó la Oficina de Prensa para ejercer control sobre la radio, prensa y cine italianos, conocida como La Agencia, que luego se convertiría en una subsecretaría de prensa y propaganda controlada por el Estado.

Podría pensarse que la comparación con lo que hoy se vive en Colombia es traída de los cabellos, pero los hechos demuestran que estamos en la dirección acertada: un Juan Pablo Bieri que llega a la dirección de RTVC a despedir a periodistas críticos y ejercer censura (y, pese a su retiro por un audio delator, es premiado con un jugoso contrato); el retiro de Mónica Rodríguez de un programa del canal Caracol por criticar a Uribe en un trino; la abrupta salida de cinco columnistas independientes que no llevaban ni dos mes trabajando con Caracol Radio; los allanamientos a sedes de medios críticos o alternativos como Cartel Urbano o Universo Centro; inclusive la frustrada intentona de cancelarle a Daniel Coronell su columna de Semana, todo ello configura un escenario de rígido control y censura a diversos medios, y cooptación de otros por la vía económica.

Precisamente el tema económico manda la parada como orientador del modelo neofascista, y María Jimena Duzán pone el dedo en la llaga en su última columna cuando señala que este es un Gobierno corporativo, “donde la línea entre lo público y la empresa privada es tan tenue que se torna invisible”. (Ver columna).

El gobierno de Duque cree tenerla clara en cuanto a que mientras los empresarios estén contentos tiene su gobernabilidad salvada. Y entre las preocupaciones de los empresarios no está resolver si la muerte de Dilan Cruz fue homicidio o si se lo buscó por vándalo, ni si el Ejército sabía que en un campamento bombardeado había casi 20 niños. Lo que sí tienen es motivo de eterna gratitud por el regalo de $9 billones en descuentos tributarios que les hizo el ministro Carrasquilla en la reforma tributaria (ahora eufemísticamente bautizada Ley de Crecimiento), la cual surtió su primer trámite en el Congreso con sonoro pupitrazo de los “independientes” Partido Liberal y Cambio Radical, ah, cosa vergonzosa.

Pero hay un campo todavía más preocupante, y es el militar. La prueba de fuego para conocer las verdaderas intenciones que se trae Duque pasa por saber si cambiará o se quedará con la cúpula militar actual, a sabiendas de los serios señalamientos que esta ha recibido de medios nacionales y extranjeros, y que incluyen desde sonados casos de corrupción hasta la resurrección de los “falsos positivos”, pasando por el bombardeo ya citado, que parece constituir un crimen de guerra.

Es ahí donde sabremos si este Gobierno formará una “unidad monolítica de poder” con tan cuestionada cúpula, o si dará paso a los vientos de renovación y cambio que a grito herido le están pidiendo los jóvenes, adultos, ancianos, artistas, hombres y mujeres de Colombia cada vez que salen a la calle a expresar su descontento con lo que está pasando.

DE REMATE. Vi por ahí una encuesta de Twitter donde preguntaban si frente a la situación actual hay motivos para sentirse optimista o pesimista. Aquí entre nos, diría que existen más bien sólidos motivos para sentirse paranoico. Por ejemplo, cuando pasa a tu lado una moto de la Policía y… 

En Instagram y Twitter: @Jorgomezpinilla 

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