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Una pregunta recurrente en Colombia en los últimos días, en relación con el Gobierno de Gustavo Petro, es: ¿cómo cree usted que puede terminar esto? Esta pregunta está presente en las conversaciones de familiares y amigos, en las reuniones de trabajo, en las aulas de clase, en los programas de opinión.
Sobre ello, no tengo una respuesta definitiva, pero se puede hablar de tres posibles escenarios y un factor común: la fortaleza de las instituciones para garantizar que cualquier controversia política se resuelva de manera pacífica. Es una apuesta también, si se quiere, un acto de fe que estaba presente al momento de apoyar con mi voto este Gobierno.
El primer escenario es el de una continuidad de la confrontación política y la tensión institucional. El presidente se encuentra cómodo allí, pues esto le permite controlar la agenda mediática y la agenda política, cómo lo hacía Uribe en su momento. Esto implica que parte de la agenda legislativa pase sin grandes transformaciones, el Plan de Desarrollo no se ejecute de manera significativa, los problemas que el Gobierno ha identificado sigan y se agraven, y en el 2026 el desgaste le abre el camino a una opción de centroderecha y cierra la posibilidad a opciones progresistas por un buen tiempo. La imagen que queda de este escenario es la de una élite que no quiere el cambio y un Gobierno incapaz de encontrar un lenguaje para un acuerdo político. El presidente no se cae y la afectación se ve sobre todo en la economía y en el deterioro del orden público. Muchos sentirán frustradas las expectativas de un Gobierno que prometió un cambio y no pudo.
Un segundo escenario es el de un gran acuerdo político -como el que está contenido en el Acuerdo de Paz- sobre algunos aspectos fundamentales: restablecimiento de la seguridad en el sur del país, Arauca y otras zonas afectadas por el accionar de grupos ilegales; apostar todo a la paz con el ELN; un acuerdo mínimo sobre reformas sociales y una reforma política, no reelección ni constituyente; e implementación a fondo del Acuerdo de Paz con las FARC. Esto supone un liderazgo estratégico que hasta ahora el presidente Petro no ha mostrado, y una mejor disposición y apertura mental de los principales líderes de los partidos para entender la necesidad de los cambios que necesita esta sociedad.
Apostarle al fracaso del Gobierno no es la mejor respuesta ante una inconformidad creciente con el establecimiento, y que vio en el estallido social su cara más dramática. Esto implica un pacto de respeto por la autonomía de la justicia respecto de las investigaciones en que están involucrados funcionarios del Gobierno por casos de corrupción, el propio presidente por los temas de la campaña, su entorno familiar y otros líderes políticos y expresidentes, así como un acuerdo para dejar que la Jurisdicción Especial siga haciendo su trabajo sin cortapisas.
Un tercer escenario sería uno cercano a uno de mayor confrontación política que implique movilizaciones masivas en contra del Gobierno y movilizaciones de respuesta para apoyarlo, desacato a directrices del Gobierno Nacional por parte de mandatarios locales, bloqueo total en el Congreso a la agenda legislativa. Si los problemas en el sistema de salud empiezan a traducirse en muertes y deterioro de la salud de los usuarios, no sería descartable un clima de opinión tan adverso que propicie una suerte de golpe de opinión que lleve al presidente de la República a tomar medidas desesperadas que pueden terminar en un quiebre constitucional transitorio, una suerte de salida “a la peruana” con renuncia del primer mandatario y ascenso de la vicepresidenta o del presidente del Congreso que sea elegido el próximo 20 de julio. Este es el escenario menos probable, dada la tradición de respeto por las salidas institucionales del sistema político colombiano a las crisis.
Lo interesante es que, en cualquiera de los tres escenarios, la respuesta la tienen tanto el presidente de la República como los líderes de los partidos políticos. Son ellos, con diálogo y negociación, quienes tienen las llaves para salir de esta aparente sin salida.
La confrontación política que deriva en crisis institucionales tiene salidas diferentes en los regímenes parlamentarios. No es sino ver el caso español. En regímenes presidenciales rígidos como el nuestro, las instituciones tienen un límite para tramitar las crisis. Ojalá todos los actores políticos, incluido el presidente Petro, tengan la responsabilidad de no tensionar la cuerda más allá de lo razonable.
