Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los gobiernos que controlan su agenda y conservan un relato tienen mayores posibilidades de lograr los objetivos para los que fueron elegidos. La relación entre política y gobierno se resuelve en esa lógica. La política es el espacio para vender expectativas: de cambio, de conservación, de reconstrucción; el gobierno es el espacio para hacer realidad dichas expectativas. Podría decirse que el gobierno exitoso –al menos en democracia– es aquel que logra con mayor eficacia la materialización de lo que prometió.
En su momento, Álvaro Uribe encontró espacio en un clima de opinión en el que predominaba la idea según la cual Colombia iba camino de ser un Estado fallido; entonces construyó el relato de devolverle la seguridad al país, diciendo que aquí no había conflicto armado sino amenaza terrorista y logrando amplios consensos políticos e internacionales para implementar una política de seguridad que debilitó militarmente a las FARC y facilitó una significativa, pero no definitiva, desmovilización de los grupos paramilitares, ahora reciclados en otras estructuras criminales.
Uribe siempre se aseguró de que la agenda de discusión girara en torno a ese relato, sin fisuras. Quien lo interpelara tenía un alto costo político y hasta de seguridad personal. Cuestionar la política de seguridad democrática era ponerse del lado de los bandidos.
Juan Manuel Santos entendió que se había dado un quiebre en la correlación de fuerzas entre el Estado y las guerrillas y le apostó todo al relato de la paz. Con paciencia y estrategia pudo desmovilizar a las FARC. Logró con éxito cambiar el relato de la guerra a la paz, algo que el uribismo todavía no ha asimilado, y de ahí que lo llamen traidor. La agenda de paz fue el eje de gobierno durante esos ocho años.
Cuesta descifrar cuál fue el relato del gobierno de Iván Duque. Si bien le tocó lidiar con una pandemia, queda la impresión de que ese gobierno fue una especie de paréntesis en nuestra historia republicana, una reacción desafortunada de Uribe a la llamada “paz de Santos”, una suerte de vendetta política sin brillo y sin sustancia que, según voceros de la derecha, por sus magros resultados y una equivocada –y criminal– reacción al estallido social, terminó abriendo el camino a la presidencia de Gustavo Petro. Lo ha dicho María Fernanda Cabal.
El relato sobre el cual se instala el gobierno de Petro parecería ser el de la equidad social –él ha dicho que su referente para sus reformas es el gobierno de López Pumarejo–, y sus iniciativas y propuestas de reforma parecerían decir que sí, pero no. Ante la respuesta del establecimiento –la cual era predecible en un escenario de alternancia democrática– Petro cambió de relato y prefirió adoptar el de la revancha de las élites, las que se han puesto de acuerdo para boicotear su gobierno. Así, lo que es el normal funcionamiento de las instituciones, el presidente lo llama golpe blando. El rechazo de un nueva reforma tributaria –apenas normal en un Congreso donde el gobierno no tiene mayorías consolidadas– lo ha presentado como una grave afrenta contra las mayorías marginadas que él dice representar.
La agenda de discusión la sigue controlando el presidente. No hay discusión política que no se refiera a lo que diga o haga Petro; no hay editorialista, columnista o analista que no se refiera a los temas que el presidente agita desde su cuenta de X o en discursos institucionales. Parecería que ningún actor político tiene una agenda por fuera de la agenda del gobierno.
A diferencia de Uribe y Santos –con seguridad y paz–, el gobierno de Petro no ha logrado que los temas de la agenda de discusión se trasladen a la agenda de gobierno, o al menos no con el éxito esperado. Esa falta de eficacia –que Petro atribuye a las élites– ha logrado que se cambie de nuevo el eje de la discusión hacia los temas de seguridad. La crisis humanitaria en El Catatumbo es la expresión más dramática de ese desplazamiento en la agenda.
Petro perdió el control del gobierno sobre el orden público y así perdió el control del relato que lo llevó a la presidencia. El progresismo la tiene difícil en 2026.
